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Estoy recostado sobre mi cama mirando al techo y el móvil no para de vibrar en el bolsillo de mis jeans, así que lo sacó y estoy a punto de lanzarlo lejos de mi alcance cuando el nombre de Kara vuelve a aparecer en la pantalla. Suspiro y finalmente decido contestar.

—¡Nik! ¿Por qué no contestas? ¡Te he estado reventando el celular! —suena agitada.

—Ahora no Kara —no tenía ganas de hablar con ella ahora y probablemente, tampoco después.

Ahora mismo debería estar en el bar, con los chicos, habíamos estados planeando una nueva operación y a último minuto había decidido que no iría. Por primera vez, Renny no estaba aquí para intentar detenerme y sentía que no era justo. No era justo que no tuviera la chance de hacerme entrar en razón antes de que cometiera otra estupidez. O, tal vez, yo era un cobarde. Lo único seguro, es que eso era lo que los chicos debían pensar de mí ahora.

—Nik, esto es importante. Robin... tiene a Liv —su voz se interrumpe a causa de los jadeos—. Están mi cuarto. No sé qué piensa hacer con ella.

No he terminado de procesar sus palabras cuando estoy afuera montado sobre mi motocicleta. Manejo a toda velocidad hasta el bar y nunca en mi vida una meta había sido tan importante como esta. ¿Qué hacía ese imbécil con Liv? ¿Y por qué mierda había decidido justo hoy ser un cagón y no ir? Sí, lo había hecho pensando en ella. Pero ahora mismo debería estar ahí, y no conduciendo como un desquiciado, a punto de batir un nuevo record.

Me meto en la cola que se ha formado frente a la puerta e ignoro a un tipo que intenta provocarme, por suerte Charlie me deja pasar sin necesidad de que deba golpear a alguien, no sin antes dedicarme una mirada desaprobatoria. Una vez adentro, atravieso una masa de cuerpos, la mayoría de ellos alelados por el alcohol, a punta de empujones, sin dejar de ganarme más de un insulto en el camino. Subo de dos zancadas las escaleras en forma de espiral y por poco tiro la puerta de un golpe para entrar en la habitación.

La escena que encuentro ante mis ojos me hace hervir la sangre. Robin, con los ojos desorbitados y enrojecidos camina ida y vuelta por la reducida habitación como si intentara abrir un hoyo con sus pies. Sin embargo, no me detengo en el mucho tiempo. El cuerpo inconsciente de Liv yace desparramado sobre la cama con una media atada en la boca y las sábanas que cubren su cuerpo hasta la cintura. Las huellas en sus brazos y cuello saltan a la vista, y el matiz purpura ha comenzado a teñir su piel.

Mi mirada, como un anzuelo, vuelve a recaer en el desgraciado que le hizo eso. Él me mira casi en shock, inmovilizado e incluso diría extraviado en sus delirios antes de lanzarlo al suelo con un solo impacto seco de mi puño en el centro de su rostro. Un grito sordo se escucha al tiempo que el tipo se retuerce en el piso y se toma la nariz con ambas manos. Un hilo de sangre une una de sus fosas nasales con su boca y un escupitajo mancha la alfombra.

—Yo no quise hacerlo —solloza—. Ella me obligo, ella se resistió.

Cuando levanto las sábanas mi corazón se detiene. La rabia corre por mis venas y se apodera de mi cuerpo.

—¿Qué le hiciste? Maldito, hijo de puta. Dime ¿Qué le hiciste? —grito preso de la cólera al tiempo que le rompo la cara a puñetazos.

Juro que nunca había sentido tanta furia en mi vida y no necesito esforzarme para que mi puño impacte una y otra vez contra su rostro sin que le dé tiempo a responder a mis preguntas. Es casi como si alguien más manipulara mi brazo y yo simplemente no pudiera detenerme. Soy un títere más dentro de esta escena de terror que no controla los hilos que lo movilizan. Mis nudillos se rompen por la fuerza y la reiteración provocando que su sangre se mezcle con la mía, pero el dolor punzante en mi mano es lo último que acapara mis pensamientos en este momento.

—¡Nik basta! ¡Lo vas a matar! —Kara tira de mí para separarme del imbécil que ahora yace con aspecto moribundo sobre el suelo. Kara se toma el rostro con ambas manos paralizada por la conmoción y el espanto—. Dios ¿por qué no me avisaste que ya estabas aquí?

—¿Él le hizo algo? —pregunto agitado por la excitación, temiendo su respuesta—. Si lo hizo, te juro que...

—No —me asegura y sé que puedo confiar en su palabra—. Entre antes de que pasara.

Mis ojos viajan de vuelta a la chica desplomada e inconsciente sobre la cama con medio cuerpo semi desnudo y llena de moretones por todo el cuerpo. Cuando pensé que no era posible que algo doliera tanto, había aparecido ella y juro que esta imagen me duele más que nada en mi vida, porque yo tengo la culpa. Me acerco a ella para quitarle la prenda que le cubre la boca y ver su rostro inerte y empapado por las lágrimas me cala en lo más profundo.

—¿Dónde está el resto de su ropa? —pregunto en un hilo de voz. Kara no sabe responder a mi pregunta, así que tomo las sabanas y la envuelvo con ellas antes de levantarla en vilo. Cuando vuelvo a mirarla reparo por primera vez en el cardenal oscuro que envuelve la zanja ensangrentada a un lado de su frente.

—¿Tú estás bien? —ella asiente—. Encárgate de esa basura o tendré que volver por él —señalo el lugar donde sé que aún esta Robin, privado por los golpes, pero no me atrevo a mirarlo.

Salgo de la habitación con Liv cargada en brazos y me dirijo a la salida del edificio que da directo al botadero en mitad de la calle, a espaldas del bar. Detengo un taxi y le pido que me lleve a la escuela. El hombre me mira asustado, pero le aseguro que está todo bien. La recuesto en la parte trasera del auto con sumo cuidado, antes de subirme por el lado del copiloto. Me veo obligado a darle una breve explicación al chofer para que no piense que está siendo cómplice de un homicidio. Por supuesto, otra mentira. Le digo que ha bebido demasiado, no es que sea poco común ver salir chicas en ese estado.

Permanezco callado lo que resta del trayecto. Sonia me mira espantada cuando abre la puerta enfundando en una bata de seda y con la cabeza llena de ruleros y cubierta por un pañuelo a juego. Trae puesta una especie de mascarilla color verdoso que en cualquier otro momento me haría arrugar la nariz de la repugnancia.

—Dios mío ¿Qué le paso?

—Ella está bien —le aseguro y no aguardo su autorización para subir con Liv en brazos hasta su habitación. Recuerdo perfectamente su ubicación de la primera vez que estuve acá y siento como si hubiera pasado demasiado tiempo desde entonces.

Tiro las sábanas por la ventana y busco dentro de su armario una pijama para poder vestirla. No se inmuta en lo absoluto. Está profundamente dormida y pienso que el imbécil de Robin debe haberle dado algún somnífero mientras pensaba en qué hacer con ella. La cubro con las sábanas y busco una frazada extra, a pesar de que no hace tanto frío. Quito los mechones de pelo que le caen sobre la cara y no puedo evitar contemplar su rostro impávido, calmado, abstraído por completo. Pienso en todo lo que debe haber pasado antes de que llegara y en lo que ese mal nacido hubiera sido capaz de hacer con ella. Una nueva punzada de dolor me advierte que estoy apretando los puños e inmediatamente los relajo. He vuelto a manchar las sábanas con la sangre de mis nudillos.

Cuando dejo la habitación me vuelvo a cruzar con Sonia en mitad del pasillo, esta vez con la cara lavada y el mismo gesto de preocupación.

—No le digas que yo la traje —dicho esto me alejo enojado y resignado. Con la única certeza de que mientras más la vida se empecina en causar dolor, más recios se vuelven los cuerpos y más duras las almas. 

DesadaptadosWhere stories live. Discover now