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Después de ese beso, nuestra conversación se prolongó un rato más y antes de darme cuenta ya estábamos montados en su moto de camino a la escuela. Pasamos más tiempo sentados en el porche de la casa de Renny que dentro de ella, y aún así se sintió como si el tiempo me estuviera jugando una mala pasada, cuando Nik miró su celular y dijo que era hora de ponernos en marcha si quería estar de vuelta en la escuela a la hora acordada. Le hablé sobre Gerda, sobre el concurso, sobre Alexis, pero él insistió en saber más sobre mí y sobre mi familia.

—¿Y si dices que le darías una segunda oportunidad a tú papá, porque no dársela a tus abuelos? Al fin y al cabo son la única familia que te queda.

—Ellos no me dieron una oportunidad a mí, ¿Por qué habría de dársela yo a ellos?

Mis abuelos se habían ofrecido a hacerse cargo de mi educación desde el momento que retomaron contacto con mi madre, pero no podía simplemente olvidar el hecho de que la habían echado de sus vidas cuando ella decidió renunciar a sus sueños por mí. Y aún después de conocerme, no fueron capaces de ofrecerle a una niña de seis años otra cosa que no fuera su dinero.

—No te juzgo, simplemente trato de entenderte.

—Es irónico, pero digamos que a ellos les debo lo que soy —resoplo. Mi madre había aceptado que me pagaran la escuela, fue por eso que los buscó. Para pedirles ayuda, así eso significara tragarse su orgullo, pero lo hizo por mí.

—Mi mamá siempre me habló bien de ellos, por alguna razón quería que los quisiera, que tuviera un buen concepto de mis abuelos aún sin conocerlos. Y siempre buscó la forma de justificar el hecho de que no estuvieran ahí para nosotras. Un día, de la nada, volvieron a aparecer en nuestras vidas, como si jamás se hubieran ido, pero mi mamá nunca pudo disimular su incomodidad cuando ellos estaban cerca. Supongo que... nunca superó el abandono —hago una pausa—. Aún así ella quería que ellos pudieran conocerme, que se dieran cuenta del error que habían cometido. Creía que ellos podrían darme una mejor vida, una familia. Pero los prejuicios de mi abuela siempre fueron más fuertes, ella nunca le perdonó a mi madre haber renunciado a su carrera por mí y mi madre jamás les perdonó a ellos el infierno en el que se convirtió su vida después de que la dejaron sola.

Mi abuela había querido que estudiara en la misma escuela que había estudiado mi madre, había querido que sea bailarina tal como ambas lo habían sido, y así fue. Pero, aún así, mi mamá jamás aceptó un solo centavo para ella, prefirió seguir viviendo en su infierno hasta que sus propios demonios la consumieron.

—No estaba sola —me mira—, te tenía a ti, ¿no?

Soñé tantas veces con conocer a mis abuelos de niña, que cuando lo hice comprendí por fin lo que era un sueño. Un sueño es algo que idealizas, que creas en tu cabeza y que deseas con todas tus fuerzas. Pero cuando finalmente piensas que lo tienes cerca, que puedes tocarlo, la realidad te golpea en la cara y te enseña que no es así.

Comprendí que todos renunciamos alguna vez a nuestros sueños, solo que a veces lo hacemos buscando algo mejor, y es entonces cuando los llamamos sacrificios. Otras veces, nos acobardamos y simplemente no somos capaces de luchar por ellos. Mi mamá renuncio a su carrera, a su familia y a toda su vida por mí, y sé que ella piensa que valió la pena. Mi abuela renunció a su propia hija y a todo lo que aspiraba para ella, porque fue demasiado egoísta para ver lo que realmente la hacía feliz. Y a mí me toco renunciar a tener una relación con ellos, con mis abuelos, porque algunos sueños nos son negados incluso antes de que podamos empezar a luchar por ellos.

—¿Y? ¿Cómo te fue? —susurra Alexis impaciente antes de que siquiera hubiera terminado de cruzar la puerta de entrada de la escuela—. ¡No sabes lo que es Sonia cuando duerme! Ronca como si se le hubiera quedado algo atorado en la garganta —se carcajea.

DesadaptadosWhere stories live. Discover now