La dura realidad

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-Mamá hoy en la tarde iré a tomar el té con los Grant -le anuncio muy contenta Danielle a su madre, Cherisse, mientras decidía qué vestido llevar.

-Ya te dije que quería que vinieras conmigo a la ceremonia del té de Maggie Chambert, habrá algunos caballeros interesantes Danielle y ya es tiempo de que te concentres en conseguir marido-sentenció su madre-Ya tienes 24 años, sólo te faltan dos para ser una solterona...

-Mamá sabes que esos eventos me resultan demasiado aburridos, además los Grant me invitaron antes, sólo te estaba anunciando que voy a ir...no preguntando-respondió Danielle secante. Estaba cansada de escuchar siempre lo mismo.

-Maldigo a tu padre por inculcar esas costumbres tan independientes en ti, sabes que a ningún hombre le atrae una mujer que lo sea y lo demuestre tan abiertamente, con eso de ser institutriz de los Bell haz logrado que menos caballeros se te acerquen y...-Danielle la interrumpió-Sabes madre que tomé el trabajo porque era necesario, el dinero que dejó padre se estaba acabando y tú querías seguir yendo a temporadas sociales fingiendo que todo estaba bien- tomó una bocanada de aire y finalizó-por favor déjame sola que debo decidir qué llevar esta tarde-con claro mal humor.

-¿Irás conmigo a lo de Maggie?-se emocionó su madre

-Claro que no, ya dije que iría a lo de los Grant y asunto sellado-y con una seña muy poco delicada la invitó a salir de su habitación a lo que su madre respondió lanzando quejas al aire y se fue.

No podía culparla, su madre había sido criada para el matrimonio y la familia. Lady Cherisse era la hija del vizconde Flipsen y se había casado con el Conde Rudolf de Princeton, su fallecido padre. Era una mujer bastante bajita, voluptuosa, con ojos verde muy oscuro y un largo cabello rubio. Ella había dedicado casi toda su vida a servir a su marido y a engendrar hijos dando como resultado a Danielle, su hermano del medio Emilian y su hermano pequeño Francis. Después de la muerte de su esposo, cuatro años atrás, su estructuralismo aristocrático se había derrumbado bastante pero todavía quedaban vestigios.

No era una madre convencional, desde su tierna infancia Danielle había sido inculcada en las artes por Cherisse y siempre justificaba alguna que otra travesura de su parte, pero al correr de los años y con un matrimonio en plena decadencia su personalidad había decaído y se había vuelto inflexible y malhumorada, además Danielle estaba creciendo por lo tanto dirigió toda su energía a las temporadas sociales y a la caza de marido para su hija, asunto que ella le esquivaba bastante.

Su padre Rudolf Belcher era otro asunto, éste defendió la formación de hijos independientes y cultos; contrató a los mismos maestros para cada uno de ellos para que recibiera igualdad de educación en filosofía, política, economía, lenguas, etc., lo cual había causado un pequeño escándalo en la sociedad londinense, pero a él mucho no le importó. Fue un hombre algo excéntrico, calvo, de espaldas anchas y barriga, poseía unos extraños ojos celestes que parecían el cielo de una tarde despejada, los cuales había heredado su hijo menor Francis, tenía pocos amigos, pero era simpático, educado y con una cierta adicción a comprar cosas innecesarias para luego no usarlas como fue el caso de la mesa de billar, un carruaje con porta vasos y muchas cosas más.

Su muerte fue una sorpresa poco grata para todos, de una deficiencia respiratoria que de un día para otro se lo llevó. Pero su esposa no conservó el luto demasiado tiempo debido a que no había resultado un matrimonio demasiado feliz, pero las reglas sociales le habían impedido el divorcio. En cambio, Danielle estaba destrozada y tardó varios años en recomponerse ante la desaparición de la figura de su padre.

Luego de su fallecimiento las reservas económicas comenzaron a decaer exponencialmente dejándolos sólo con el título que había heredado Emilian, pero dado que tenía 15 años en ese momento era imposible de que se hiciese cargo.

Sorpresa de un jazmínWhere stories live. Discover now