La confianza es un regalo...

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- ¡Ouch! Eso sí dolió, Sybil- afirmó ansiosa Danielle mientras su nueva dama de compañía le sacaba las últimas horquillas del acomodado peinado nupcial, estas la habían estado torturando durante toda la fiesta y su cuero cabelludo estaba muy sensible. Después de sufrir durante diez eternos minutos, la mujer le trenzó hábilmente el cabello y la desvistió para colocarle el camisón de batista blanca que tradicionalmente se utilizaba en la noche de bodas.

En el caso de que la esposa sea virgen...susurró para sus adentros mientras seguía el clásico ritual nupcial sin decir ni una palabra.

-Estoy al tanto de que su madre la informó sobre los actos conyugales...pero en el caso de necesitar ayuda o consejo en algo, por favor hágamelo saber. Confío en que Lord Greenhill será cuidadoso y paciente-la afable mujer parecía hasta más nerviosa que ella y a Danielle le pareció un gesto demasiado adorable-Sé que puedo considerarme su dama de compañía desde hoy y que lo que le digo puede llegar a ser tomado como chocante, pero confíe en mí como su amiga y confidente-le tomó las manos cariñosamente y Danielle le dio un fuerte abrazo.

-Gracias Sybil, siempre te tendré en cuenta-le respondió y la mujer se volvió para acomodar rápidamente el vestido de novia que había dejado en el piso al escuchar los golpes en la puerta. A Danielle se le tensó toda la columna vertebral al notar los nudillos de Frederick contra la madera y su pulso se aceleró demasiado, por lo tanto, sintió un ligero mareo que la obligó a sentarse en la silla del tocador del baño.

Ambos habían acordado que la noche de bodas ocurriría en la casa de Frederick, ya que era la que poseía más privacidad si la comparaban con la de ella. Podía sentir la cálida lana de la alfombra bajo sus pies desnudos, el avivado fuego de la chimenea que iluminaba el gran reloj sobre la repisa y la colección de juguetes de metal de su infancia, toque el cual le hizo recordar a la niñez que compartieron juntos. La sobrecogió un sentimiento extraño de familiaridad al rememorar las veces que habían jugado de pequeños en aquel cuarto, lleno de libros tirados, dibujos, lápices de colores, maderas para construir castillos y palitos que fingían ser armas. A pesar de lo poco que podía recuperar de sus dañadas memorias, pudo admirar lo tanto que había cambiado el ambiente y el cual ahora era la habitación de un adulto con muebles austeros pero elegantes, una enorme cama de dos plazas con densas sábanas blancas al lado de un macizo escritorio lleno de cartas y libros contables. Se quedó observando perdidamente el mueble durante un rato, preguntándose lo poco que sabía de su marido, ni siquiera había hablado de sus años en América, su familia, sus gustos, si le gustaba cazar, los niños o leer, todo era nuevo para ella y la afligía no saber nada de nada.

-Sé que estorba un poco...había pedido que lo movieran a otro lado, pero parece que lo olvidaron-la voz de Frederick, tan grave pero dulce como siempre, invadió sus oídos y su estómago respondió con un hormigueo. Danielle se giró para observarlo, llevaba la camisa desabotonada hasta la mitad, la corbata sobre sus hombros y el cabello dorado que tanto le gustaba ver todo despeinado. Disfrutaba en secreto verlo totalmente expuesto y natural, sin aquella aura elegante y poderosa que vestía cuando estaba en algún evento social. Sin prestarle atención a sus palabras se acercó a él lentamente y lo miró de reojo sin decir nada, el aroma de licor de su aliento la tomó por sorpresa y no pudo evitar reír en silencio. Este enarcó sus cejas y la miró sin disimulo- ¿De qué te ríes? ¿Es porque hay un escritorio en mi cuarto? -él no podía entender el motivo de su diversión y se apoyó sobre la pared cruzándose de brazos.

-Es que hueles a todo el barcito de los Grant-volvió a soltar una carcajada y esta vez su mano no pudo reprimir el sonido de su voz. Las grandes manos de él la tomaron por los antebrazos y su calor la abrazó, dejándola sin aliento.

- ¿Ah sí? ¿Quieres probar? -su sensual voz que coqueteaba con ella la tomó desprevenida y se sonrojó de pies a cabeza. Sin dejarla responder la besó con ardor, dejando que su lengua se fundiera con la de ella en su interior para que pudiera sentir el dejo de licor y whisky, embriagándola y haciendo que su cuerpo temblara de urgencia para pegarse a él.

Sorpresa de un jazmínWhere stories live. Discover now