Capítulo 17. Imbécil

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«Mi jefe era un ególatra, creído, arrogante, pero si daba su palabra en algo, lo cumplía.» ¡Joder!

Había pasado exactamente una semana que pareció una década desde esa dicha noche en la que hemos follado en el parque de atracciones y que luego, cuando hemos retornado a la casa, nos hemos regalado un otro magnífico polvo en medio de la nada. Sin obstante, ese fue el último ya que después de esa noche no había vuelto a mirarme, tocarme e incluso hablarme.

Había veces que realmente deseaba verlo molesto conmigo y esto solamente para que me diga algo, pero no, él me ignoraba por completo y lo hacía con un nivel tan alto de perfección que por unos momentos hasta yo misma había dudado de mi propia presencia dentro de la empresa. «¡Maldito Iker!». Intenté no darle importancia y dejar que pasara el tiempo, decirme que no me afectaba en ningún aspecto su cambio tan radical, pero en algún punto ya no pude más, así que consideré que llegó la hora de hablar con alguien de todo lo que me estaba pasando.

Después de exactamente dos semanas desde que había empezado a trabajar para el señor Sinclair, me tomé la pausa de media hora decidida al relajo. Ni siquiera me había molestado en avisarlo. De todos modos, últimamente, si necesitaba algo de él o si él necesitaba transmitirme algo, lo hacía por el intermedio de Carina.

—¿Qué?—preguntaron al mismo tiempo Irina y Milly, mi hermana, cuando acabé de relatar todo lo que había vivido al lado de Iker. —Vale, vamos a ver si lo entiendo bien— habló Irina, quien aún no borró su expresión de espanto, mientras que Milly seguía callada llevando una cara como si acabara de ver el mundo en llamas. —Te acostaste varias veces con tu jefe.—Asentí lentamente con la cabeza mientras esperaba a que continuara. — El mismo a quien hace una semana maldecías, al que le hiciste varias bromas pesadas y al que se suponía que odiabas.

—Sigo odiándolo— me desconcerté y apreté el puño dándole un golpe a la mesa. —Aún siento odio. Mucho odio. Un océano de odio. Una montaña de odio.

—Sí, sí, eso lo había entendido— gruñí y escondí mi cara entre las manos. —Y ahora de repente te ignora.

—Es que yo le pedí a que dejemos de follar, no a que me ignore por completo— me incliné sobre la mesa, hablando en voz baja.

—Bueno—, se encogió de hombros. —¿No intentaste hablar con él?

—Es que checa, en mi hombro derecho está sentada la dignidad y en el izquierdo el orgullo, como que no me queda lugar y para lo de pendeja.—hice una corta pausa. —¡Evidentemente no! — exclamé.

—Es obvio que no le interesó nada más de ti que no fuera sexo.—soltó de repente Milly y una sensación igual a una ducha fría se apoderó de mí. —Una vez que le dijiste que ya no habrá polvos, dejó de prestarte atención, ¿lógico no?— se encogió de hombros.

Te conozco x los zapatos ©®  Where stories live. Discover now