Capítulo 27. Cita llena de casualidades

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«A ver, vida, ¿nos ponemos de acuerdo? O cómplices o enemigos, porque así no se puede»

Los padres son la definición cabal para las palabras «apoyo» y «amor». El destino los escogió a ellos para mí y creo que siempre les estaré agradecida. Un verdadero pariente entiende tu locura, pero te aconseja con inteligencia, te acompaña en tu tormenta, pero te ofrece un pacto de armonía, tal vez esté trabajando, pero piensa en ti. Siempre. O por lo menos así era mi familia. La que me vio crecer y la que se preocupó por mí. Al final de todo, la familia es un pacto de confianza y un juramento de amor.

Me habían dejado en frente de un hermoso y elegante restaurante iluminado al lado del bosque. En sus caras se notaba el entusiasmo y la felicidad, estado sentimental totalmente en discordancia con el mío. No me apetecía conocer a nadie y tampoco quería casarme solo porque, según mis padres, mi reloj biológico se encontraba en decrecimiento.

Durante todo el camino no dejé de pensar en el rostro de Iker. Sus ojos eran extraños y sus palabras mucho más.

Mi vida había sido un caos organizado hasta que lo conocí a él. Luego, todo cambió anárquicamente en mi detrimento.

«¡Ya, mamá, por el nombre de Dios y Espíritu Santo, ponte un stop!»

—Millita de mi corazón, no te me pongas pendejita—me advirtió con una sonrisa, intuyendo mi idea de estrecharle la mano, inventar un pretexto y largarme de ese lugar. —Y llámame cuando llegues a la casa.

«Un momento. Mi casa está invadida de un mosquito con ojos azules y pestañas largas.»

—Mamá, espéreme en tu casa, me quedaré ahí esta noche— repliqué, y una sonrisa encendida me empuja al borde del abismo.

—¡Ay, qué felicidad!—exclamó toda entusiasmada.

Desde ese momento supe que iba a tener una noche larga y que mi madre empezará a cuestionar acerca del mínimo detalle de mi cita, algo que de ninguna manera me daba gracia, pero mi plan era no llegar a mi casa en esa noche, mucho más cuando el imbécil de mi jefe intentó manejar mi cita a su antojo.

«A ver cómo te queda esto, jefecito mandos salido del infierno...», sonreí malvadamente mientras me encaminaba hacia la entrada del restaurante.

Entre la multitud de gente que conversaba alegremente, noté un hombre sentado en una mesa al lado de la ventana.

«¡Oh Dios! «Tú me has metido en esto, tú me sacas de esto»

Aún no le veía la cara, pero con cada paso que daba su rostro masculino se dibujaba lentamente. Miró el reloj mientras llevó su copa de Martini con una aceituna pequeña a sus labios y luego levantó la cabeza como buscándome con la mirada. Sus ojos me fijaron y, siendo la única mujer de pies, en ese mismo instante había deducido que yo era su cita.

Te conozco x los zapatos ©®  Where stories live. Discover now