Capítulo 28. Sin paquete

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Esperaba poder manejar mejor la situación pero estaba «casi» a punto de golpearla en la cabeza, agarrarla por el cabello y sentarla en una silla para reclamarle cosas que no debería ni pensar. Al fin de todo, el problema no constaba en enumerarle todas las cosas que me sacaban de mis casillas, o su jodida forma de retarme y llevarme siempre la contraria, sino el derecho con el cual me permitiría hacerlo. Conociéndola, ella y su lengua de víbora iba a tirarme el veneno sin que apenas pudiera tener un respiro.

«Yo solo en la casa y ella de cita...» ¿Qué tipo de mierda atípica es esta?

Todo lo que pasaba era aterrador y jodido. Esa mujer desobediente, salida de la normalidad y con un carácter de mil demonios era una droga que me estaba consumiendo paulatinamente. Y esa huella de necesidad exorbitante y tonta empezaba a penetrarme en todos los momentos, como por ejemplo: el sábado cuando no contestó a mi llamada, cuando no regresó a la casa o el domingo por la mañana cuando tampoco apareció y mucho menos en la noche. ¿Quién se creía para desafiar mis peticiones? ¡Qué ridículo!

—¿Qué?— pregunté desconcertado mirando a mi hijo.

—¿Luego de esto vamos a poder jugar fútbol?— cuestionó con una mirada saturada de creencia, inocencia e ilusión.

Había llegado el día que tanto Raül como yo hemos esperado. El día de su cirugía. El lunes más difícil de toda mi puta existencia.

—Todo estará bien, campeón, no te preocupes—le sonreí mientras agarré su mano entre las mías—Y sí, después de esto vamos a hacer lo que tú quieres.

—Jugar fútbol, andar en bicicleta, pasear...—enumeró contento mientras me mostraba con sus dedos el número de actividades que quería hacer. —Papá, ¿mi mamá no viene?

Mantuve la mirada fija en sus manos, intentando no cruzar la mirada con él. ¿Qué podía decirle? ¿Una hermosa y jodida mentira?

—Creo que tu madre está cansada ya que se había quedado contigo por la noche durante los últimos dos días— hablé entre dientes, sacando varias maldiciones mentales.

—Mi mamá no se había quedado conmigo— replicó negando con la cabeza y mirándome con ojos grandes y sinceros.

—¿Cómo que no, Raül?— demandé con exigencia, frunciendo el ceño, atónito por la confesión de mi hijo, sintiéndome miserable por desconocer ese asunto y por haberlo dejado solo por las noches. Definitivamente, no debía haberle creído a esa mujer.

—Siempre se iba unos minutos después de ti, papá— añadió y cerré los ojos.

—¿Por qué no me llamaste, Raúl? Sabes que hubiera venido a estar contigo—hice una pausa y luego proseguí—No me gusta saber que estás solo.

—No estuve solo— sonrió llevándose las manos sobre la boca de manera cómplice—La rubia Milla estuvo aquí.

Me quedé perplejo. «¿Qué

Te conozco x los zapatos ©®  Where stories live. Discover now