Capítulo 41. Orgullo contra orgullo

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—¡Milla!—gritó mi madre desde que entró en la casa de mis abuelos.

Habían pasado varios días desde que decidí alejarme por completo del «hijo de Satan». Había buscado una razón lógica durante semanas y había esperado una explicación coherente, pero lo único que recibí del «rey de los maltidos zapados » que por cierto resultó plagiar mis zapatos feos que tanto criticó durante meses, fue un silencio funeral. Perfecto.

«¡Haces parte de un maldito capítulo cerrado, perro desvergonzado, poco fiel, cara de chiste, dientes de caballo, pene de ratón!»

—¡Milla!— dijo mi madre de nuevo y no pude no sonreír ante su cara asombrosa. No sé por qué se sorprende si sabe cómo soy...

Instalarme en la casa de mis abuelos–una vez más, como lo hice hace varios años cuando buscaba aliviarme de los regaños que me echaban mis padres, resultó ser la mejor decisión que había tomado. La verdad es que era una casa hermosa. Prácticamente, me sentía como si había regresado en el tiempo, hace como un millón de años, bueno, no tanto, pero por ahí.

Desde cuando entrabas en el pueblo, especialmente en la calle donde se encontraba la casa de mis abuelos, podría sentir el hermoso olor de mierda de vacas... Gracias a Dios, hace unos años mi abuelo estuvo de acuerdo en arreglar un tanto las cosas que tenían que ver con su jardín.

La casa era pequeña, dividida en tres estancias. La estancia central que estaba comunicando con la cocina y donde en unas horas tenía que llegar el árbol de Navidad – ojalá mi abuelo no pase todo el día en el bosque en busca de un pino, y dos habitaciones más, una la de mis padres y otra que usaba yo y mi hermana Milly.

Lo más bonito de ese lugar no se encontraba dentro de la casa que había construido hace unos años mi abuelo tras las fuertes insistencias de mi padre, sino, a unos dos o tres kilómetros de esta. Detrás de la casa había un pequeño jardín y una mesa rotunda donde cuando estaba chiquita me juntaba con mis amigos y festejaba hasta que mi abuelo literalmente apagaba el fuego y tiraba una botella de cerveza en los chicos que intentaban acercarse a nosotras, sus nietas preferidas como él nos llama– no es como si tuviera otras.

Lo hermoso se escondía detrás de este pequeño jardín, ahí donde empezaba el bosque. Había un pequeño camino hecho con piedras blancas que te adentraba en el bosque y si lo seguías te llevaba directamente a la casa que mi abuelo heredó por parte de su familia. Una casa pequeña con una sola habitación, actualmente arreglada por mí y mi hermana, un lugar mágico donde cada una de nosotras dos nos escondíamos cuando teníamos miedo a enfrentar la realidad. Parecía un pedazo del cuento de hadas con el cual me había ilusionado en la juventud...

—¿Qué hiciste?— cuestionó mi madre.

—¿No me queda bien?— Me reí ante su cara horrorizada mientras pasaba mis dedos por mi cabello recién cortado hasta los hombros. —¡Honestamente, a mí me encanta! Imagínate que ya no debo pasar años peinándome y maldeciendo adolorida.

Te conozco x los zapatos ©®  Where stories live. Discover now