17. Sorpresa

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Miércoles, 17 de diciembre.

He dormido como un bebé. Y me he levantado por la obligación de ser sociable. El día de ayer fue bastante movidito, creo que fue el día de mi vida en el que más cosas hice. Pasar del estrés de estar encerrada en una noria, a reirme de la gente en una pista de hielo, mola.
Mola mucho hasta que tu amigo rubio, el del septum, se cae de la espalda de tu acosador y se tuerce la muñeca. Se quejó por media hora, hasta que llegó el siguiente problema. Y este lo encabeza un ser tan pequeño como matón, el puñetero de Cheddar. Se puso a perseguir a María por toda la pista de hielo, la pobre intentaba huir, solo tiró a unas seis personas, un nuevo record. Y qué decir de Blas, que no era capaz de cojer al gato. Fue una situación realmente cómica, y la podremos revivir siempre que queramos porque Ana, lo grabó todo con el móvil.
Lo podremos revivir dónde queramos, menos en esa pista de patinaje. ¿Por qué? Porque por el lío montado, entre las caídas y las persecuciones "on ice", nos han prohibido la entrada en el establecimiento de por vida. Blas montó una buena porque querían quitarle al gato, ahí saltó también Ana a defender al minino. Luego no sé muy bien qué pasó, porque Blas bajó al baño antes de irnos y al subir nos hizo salir a toda prisa de allí.
Si sales con tus amigos y no te pasan cosas así, ¿qué estás haciendo con tu vida?
Ana está empeñada en volver a quedar con ellos para ver qué tal estaba el gato, le tiene adoración. Y así quedó la cosa anoche, y como María ya no trabaja, tenemos todo el día libre.
Ahora estoy pensando si levantarme o no. Hace frío fuera y entre mantas y almohadas se está de muerte. Así que vuelvo a cerrar los ojos con intención de volver a dormirme. Pero es en vano, porque Ana y María ya están gritandose en los exteriores de mi habitación. Con pesadez, me puse las zapatillas de andar por casa y salí con cierto miedo, por si recibía yo los gritos.
–¡No pienso volver a ver a ese jodido gato! ¡Me odia! –gritó María.
–¡Por qué será! ¡Si últimamente estás amargada no es mi problema!contraatacaba Ana.
–¡Retrasada! No estoy amargada, solo estresada porque tengo a dos cenutrias viviendo en mi casa.
–¡Es la casa de tu tía!
–¡Me importa la mierda!
–¡Quereis callaros! –grité lanzándolas un cojín. –¿¡Cuál es el problema!?
–Que aquí la furcia quiere ir a ver cómo está el gato asesino. –bufó María.
–Como si tuvieras algo mejor que hacer... –dijo Ana
–Iba a quedar con Sarian.
–¿Sin nosotras?
–¡Sin tí por pesada!
Cuando se ponen así...
–¡Callaaaaaos! En serio, vamos a ver. ¿Dónde quieres ver al gato? –pregunté dirigiendome a Ana
–Pues en la casa de Blas... supongo.
–¿Sabes dónde vive?
–Se le pregunta y ya.
–Vale... y tú, ¿dónde querrías quedar con Sarian? –pregunté esta vez dirección a María.
–Había pensado llevaros a Camden, pero sola siempre me pierdo, por eso lo de ir con Sarian, seguro que puede, lo único sería que se trajera a Michael. –dijo María encogiendose de hombros.
–¿Mike no tiene padres o qué? –preguntó Ana.
–Larga historia. –susurró María, rascandose el brazo, incómoda.
–María... ¿qué pasa? –pregunté.
–No creo que sea el momento, es sólo un tema delicado. Y no soy quién para ir contandolo.
–Bueno... –suspiré. –Pues si eso tú habla con Blas para ir a ver al gato, y tú con Sarian para quedar con ella después. Y la mañana completita.
–Podríamos comer por Camden, está genial. –dijo María feliz mientras cogía su móvil.
Ana, por su parte, cogió el suyo. Me siento orgullosa por haberlas calmado. Mientras María marcaba, levantó la vista un momento mirando a Ana.
–Oye... ¿Blas y Carlos no vivían juntos? –preguntó.
–Sí, según dijeron sí. ¿Por qué? –respondió Ana.
–No... por nada... por nada... –dijo María dejando la frase en el aire.
Mal royo.
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Por fin teníamos un plan fijo para el día de hoy. Son las 11, pasamos un momento por la casa de estos dos y después nos recoje Sarian en la puerta. El único inconveniente es que dijo que vendría con una amiga de la cuál desconocemos el nombre. Aunque supongo que no puede ser tan malo.
Ahora estabamos en el coche, camino a la casa. María es una conductora un tanto nerviosa. Cada vez que se le cruzaba un coche sacaba la cabeza por la ventanilla y se ponía a maldecir al otro conductor, y a toda su familia. Ana y yo mejor calladitas.
Aparcó el coche a una acera de distancia de la casa del gato. Llamemosla la casa del gato porque es más corto que decir la casa de Blas y Carlos. A paso firme, y muy dignas, las tres comenzamos a caminar por las calles de Londres a lo Ángeles de Charlie. Antes de salir, María empezó a guardar cosas en una mochilita misteriosa que llevaba colgada en la espalda. Siempre que la preguntabamos que llevaba cambiaba de tema. Realmente esta chica me da miedo a veces.
Llegamos al portal, y Ana revisó su móvil para confirmar el piso, llamó al telefonillo.
¿Sí? –dijo Blas desde el otro lado.
–No. –respondió Ana.
–¿Quién eres?
Aj, nosotras, saca al gato que es en lo que habíamos quedado.
Ah, vosotras, ¿no pasais?
–Y una mierda, salir vosotros.
Espera que le busco.
¡Ah, y dile a Carlos que salga, porfa! –gritó María antes de que colgase.
Ambas la miramos mal.
–¿Qué?
–¿Qué estás tramando? –pregunté.
–Nada. ¡Vaya imagen que teneis de mí! Si yo soy un angelito.
–Ya...
Pero antes de poder seguir la conversación, se abrió una puerta por dentro del portal. Y en unos pocos segundos se vió a Cheddar bajar corriendo las escaleras. Seguido por su dueño y el amigo. A medida que se acercaron, ví que Carlos llevaba una muñequera. Abrieron la puerta y el gatito se enredó entre las piernas de Ana, antes de que ella le cogiese en brazos.
–¡Ay, cuánto te he echado de menos, quesito! –dijo Ana con voz repipi.
–Le viste ayer... –replicó Blas.
–Le he cogido cariño, déjanos. –dijo Ana, él rió y dirigió su vista a María.
–¿Tú qué tal? ¿Te hiciste daño mientras huías de un mini-ser incomprendido?se rió Blas mientras María le miraba mal, con los brazos en jarras.
–Me parto, já, já. –dijo ella seca. Rodó los ojos y miró a Carlos. –¿A tí que te ha pasado?
–Aquí mi amigo David el torpe, me tiró. –dijo el rubio agitando su muñeca herida.
María miró a la nada por un momento, y luego se quitó la mochila que llevaba colgada. Sacó un paquetito y se lo tendió a Carlos. Él, dudoso, lo cogió.
–¿Qué es esto? –preguntó agitandolo levemente.
–No me despidieron en vano. Me llevé repertorio de bollería, y te debía uno, ¿no? –dijo ella sonriendo.
Para cualquiera, sería una sonrisa dulce y encantadora, pero sabía perfectamente que en realidad Carlos tendría que salir corriendo. Sin embargo abrió la boca sorpendido, y miró a María con los ojos brillantes.
–¿De verdad?
–¡Claro! Yo siempre cumplo mis promesas...
Se miraron un momento, Carlos sorprendido y María segura de sí misma. Lo mismo me confundo yo... y María se ha vuelto buena de la noche a la mañana.
–¿También vas a cumplir la promesa de no volver a entrar en la pista de patinaje? –dijo Blas con tono divertido
–Estás graciosito hoy, eh. –se quejó María. –Fue todo por tu culpa, si no hubieras llevado al gato...
–No puedo dejarle solo en casa, nos echarían los vecinos. –dijo Blas.
–Debería de existir un programa a lo El encantador de perros pero con gatos. –dijo Ana.
–Entonces, ¿vas a llevar al gato a todos los sitios a donde vayas tú?pregunté.
–Mientras me quepa en el bolsillo, supongo que sí.
–Vas a terminar sin poder moverte por Londres, tío. Te van a bloquear el acceso a todo –dijo Carlos mirandole mal.
–Oh, los mamones de la pista de hielo. Esos no se van a olvidar de mí... –dijo Blas mientras negaba con la cabeza mirando un punto fijo.
–¿Qué has hecho? –preguntó Ana.
–Venganza... tenía dulce sed de venganza...
–Repito, Blas, ¿que has hecho?
–Solo... solo un par de cosillas para que se acuerden del nombre de Blas Cantó. –dijo él con autosuficiencia.
–Ay madre... –dijo Carlos llevandose una mano a la cabeza.
–No es para tanto... solo les inundé el baño. –dijo él, tan tranquilo.
–¿Qué hiciste qué? –preguntó Ana gritando.
–También es que son tontos, tienen los grifos de palanca, no de los que se cierran automáticamente... –dijo Blas mientras se encogía de hombros.
–Ay madre... –volvió a decir Carlos.
–Pues, abrí los tres hermosos grifos que había a tope. Cuando rebosó en el lavabo y empezó a caer. Fue la gloria, fue como ver nacer a un hijo...
–Blas... dime que te quedaste ahí y no hiciste nada más de lo que te puedas arrepentir en un futuro.–dijo Ana, analizando las palabras con las que hablaba.
–Bueno... en realidad, hay otro pequeño detalle. –dijo Blas, rascandose la nuca.
–Ay madre...
–Ya que estaba en el baño, me dieron ganas de mear con tanto agua corriendo. –comenzó a decir él, los demás le mirabamos con la boca abierta. –La taza, la pared, los espejos, ni una gota dentro.
–¿¡Qué!? –gritamos todos al unísono.
–¿¡Te measte por todo el baño por venganza!? –le gritó Ana
–¡Querían confiscarme a Cheddar, y eso nunca! –dijo él muy digno alzando un dedo al aire. –¡Estuve a punto de firmar con la B de Blas en la pared, pero fui buena persona! Deberíais estar orgullosos.
Por un momento, le miramos todos un tanto asombrados. Vaya, nunca me le había imaginado vengandose de alguien de tal manera. La primera vez que le ví, más bien me le imaginaba contratando sicarios para que te partiesen las rodillas.
En un momento, María empezó a aplaudir.
–Eres mi nuevo ídolo. –dijo ella mientras aplaudía.
–No me lo puedo creer. –dijo Ana negando con la cabeza.
–Te hago un jodido altar. –siguió María.
–¿Tú estás bien de la cabeza? ¡Y si saben que eres tú y te metes en más líos! –siguió Ana.
–Había mucha gente en la pista, podría haber sido cualquiera. –se defendió Blas.
–¡Cantónier forever! –gritó María entusiasmada.
–¡Tengo fans!
–Eres realmente idiota... –dijo Ana, acariciando la oreja del gato.
–Oh, vamos, no seas así...
–No me parece normal. O sea, podrías haber puesto una hoja de reclamaciones y ya. –dijo Ana, mientras aumentaba su tono de enfado.
–Lo siento, tampoco es para que te pongas así... de todas formas, no podemos volver a entrar ahí, tenían que quedarse con un bonito recuerdo nuestro, ¿no? –dijo Blas, intentando animar el ambiente.
Ana rodó los ojos, suspiró y ladeó una sonrisa.
–En fin, ¿a qué hora venía Sarian?
–Pues debe de estar al caer. –dije mirando mi reloj
–¿Salís con Sarian? Vaya, que raro que se separe un momento de Álvaro, os mereceis un premio. –se rió Carlos.
–Son muy cuquitos, déjales. –dijo María.
–¿Y no tienes ni idea de con quién iba a venir? –le pregunté a María.
–No conozco a muchas amigas de Sarian, en realidad solo a... ay no. –dijo ella, mientras ponía una mueca de asco. –No, no creo. Es más inteligente que eso, porque si no...
–A veces, cuando se pone ha hablar sola, es mejor dejarla y ya. –dije dirigiendome a los chicos, que la miraban extrañados.
–¡Por cierto, María! –dijo Carlos, medio gritando, rompiendo el silencio.
Esta, dejó de debatir con ella misma sobre los amigos de Sarian.
–¿Sabes de las empresas de Samsung que hay a las afueras? –preguntó  Carlos.
–Obviamente. –respondió María.
–Pues es que tengo, bueno, tenemos. –dijo señalandose, y luego a Blas, refiriendose a los demás. –un amigo que trabaja allí.
A María se le abrieron los ojos como platos.
–Y tú estás estudiando cosas de esas de informática, ¿verdad? –preguntó él, María asintió levemente. –Pues como me sentía un tanto culpable por tu despido, pues hablé con él, y me ha dicho que a lo mejor te pueden meter de becaria y...
–¿¡QUÉ!? –gritó María, con los ojos fuera de las órbitas.
–En realidad no es un trabajo trabajo, pero me ha dicho que te daría muchos puntos en la Universidad y... –siguió diciendo Carlos, pero María le interrumpió soltando un chillido entusiasmado y yendo a abrazarle.
Creo que la María entusiasmasa es peor que la María diabólica. Se separó de él aún dando saltitos de alegría. Se llevó las manos a la boca, y luego bajo a los ojos, había empezado a lloriquear.
–Ay, Dios, no me lo puedo creer. Eres el puto mejor, en serio, ay. –sollozó ella, y luego siguió entusiasmandose ella sola.
Ana y yo la mirabamos con ternura. Blas la miraba como si fuese una plaga de cucharachas, y Carlos con satisfacción. Pero la felicidad fue interrumpida por un pitido de coche detrás nuestra. Nos giramos todos a la vez y vimos a Sarian asomada por la ventanilla de su coche, haciendonos señas de que fueramos ya.
Ana le tendió con cuidado el gatito a Blas, y después de una caricia detrás de la oreja se encaminó al coche. María y yo nos despedimos con la mano. Y ella, lanzando múltiples "gracias" mientras se daba la vuelta. Nos encaminamos al coche. Aun se me hace raro ver como la gente aquí conduce del revés. Estabamos a punto de abrir las puertas del coche. Cuando María frenó en seco.
–Mierda. –susurró, y se dió la vuelta, y empezó a correr hacia el portal, donde los chicos se estaban metiendo.–¡Caaaaarloooos! –gritaba.
Ellos se dieron a vuelta confusos.
–¡Ni se te ocurra comerte ese pastel! –siguió gritando mientras se acercaba.
–¿Por qué no? Ahora es mío.
–Cómetelo si quieres. Sobretodo si quieres pasarte las siguientes tres horas metido en el baño. –frenó su carrera, se apoyó en sus rodillas y cogió aire. –Lleva laxante.

Changes.- /\ Sindrome de Estocolmo 2.- {David (Auryn)}Where stories live. Discover now