25. Planta 9

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–Daviiiid. Aquí no hay nadie, al menos nadie que valga la pena. ¡Vámonos!– grité por octava vez.

–Te he dicho que no me he puesto esto– dijo señalandose las orejas de la cabeza.–, para nada, así que te esperas.

Bufé frustrada, le di la vuelta y comencé a andar deprisa hacia el otro extremo del pasillo.

Nos habíamos recorrido todas las plantas del hotel, poniendo la oreja en todas las puertas para ver si diferenciabamos algún sonido, pero nada. Ahora estabamos en el ático, que es la planta 9. Lo peor había sido la insufrible espera de subir de piso en piso en el ascensor, dado que las plantas eran altísimas y tardaba mucho en ir de una a otra. 

La novena planta, sólo tenía habitaciones al lado derecho, que daba a una especie de azotea por fuera. A la izquierda solo estaban los ascensores y unas escaleras. Seguí caminando, con los brazos en jarras y de vez en cuando soltando quejidos de enfado. Me iba a ir de aquí, estaba harta. Con o sin él. Que se pase toda la noche buscándo si quiere, que conmigo no cuente.

Llegué en frente de la puerta metálica del ascensor, y pulsé el botoncito para llamarlo. Un pequeño panel negro con numeritos verdes, indicaba que estaba subiendo desde la planta 1. Os cuento la Biblia en ese tiempo, y yo creo que nos sobraría para irnos a Francia, comprar unas creppes y volver. En lo que me imaginaba lo que sería ir a Francia, el ascensor llegaba a la planta 2. Ole los cojones de quien decidiera contruir este horrible hotel tan alto. OLE.

Dí una patada al suelo, frustrada. Y retumbó por todo el pasillo. Se escuchó un ruido como de cristal, y me giré despacito para ver qué era. Vi una puerta. Sabiendo que el ascensor iba a tardar lo suyo, me acerqué a la puertecita de cristal, giré el pomo y empujé. Y puedo apostar de que la escena era ridícula, más que nada porque al final resultó abrirse para dentro. No para fuera, o sea, empujaba a la nada. 

Bien Carla, bien. 

Salí y el frío aire me agitó el pelo, llevándolo hacia atrás. Ya era casi de noche, ¿qué hora es? Saqué el móvil para mirar la hora. Wow, las 20:18, llevábamos horas recorriendo las plantas del hotel, que guays. Intenté desbloquear el móvil para ver si tenía algún mensaje de Ana o de María, pero murió. Me acabo de quedar sin batería. ¡Viva! 

Alcé la mirada y vi una increible vista panorámica de Londres. Me adentré en lo que parecía ser la azotea. Había una enorme piscina -obviamente tapada, no era plan bañarse en Diciembre-, y también tumbonas y alguna sombrilla. Pero eso no me llamó la atención ni lo más mínimo. Me acerqué al muro de ladrillo que delimitaba el final, me apoyé en él, y pude ver prácticamente todo Londres de noche. Wow. Qué pasada. El aire seguía agitandome el pelo, cogí una horquilla del bolsillo de la chaqueta para intentar aplanarmelo, pero una ráfaga de viento se la llevó, y calló por el balcón. Me llevé las manos a ambos lados de la cabeza, sujetándome el pelo.

–Esto te servirá.– escuché, justo antes de notar una cosa rara en la cabeza. Me giré de golpe y me encontré a David, recolocándome algo en el pelo.– Así, perfecta.

Me palpé la cabeza. Me había puesto las orejas de Playboy a modo de diadema.

–Pensaba que me habías abandonado solito aquí arriba.–dijo él, poniendo pucheros.

–Te lo merecías, eres un cabezota.–protesté, volviendome a apoyar en el muro.

–Había que intentarlo.– dijo David, encogiendose de hombros. 

Se puso a mi lado imitando mi gesto de mirar embobada la ciudad. Largas filas de edificios se extendían, altos, bajos, anchos, aplanados... pero en la mayoría de ellos, se escapaba la luz de las ventanas, y era realmente precioso.

Changes.- /\ Sindrome de Estocolmo 2.- {David (Auryn)}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora