Capítulo 26

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Me sentía como si estuviera flotando sobre una superficie de esponja.
A nada de lo que me estaba ocurriendo podría llegar a encontrarle la lógica.
Y sin embargo, mi talento como actor da su frutos ante la presencia de mi madre.
Ella, con su habilidad para hacerme entender las cosas a su manera me habla con ironía respecto a Consuelo y Alba.
Sus palabras me hieren profundamente, no puedo soportarlo más que mi propia madre me vea la cara de estúpido.
Furioso me acerco hasta ella clavando mis ojos en esa mujer que me dio la vida y sólo vive para ella sin importarle en absoluto nadie, salvo las personas que le aporten y hagan lo que ella dice.

— Héctor ¿Qué te ocurre? Te veo muy serio, ¿Acaso has empezado a recordar?

— Qué quieres que te responda madre. Que aún  no consigo recordar mi pasado, que vivo encerrado en un cuerpo y debo de actuar como una marioneta. Pues ya lo sabe, no estoy dispuesto a seguir tratándola como mi madre, cuando tú fuiste quién pagó para que manipulasen la moto y así poder tener un accidente.

— ¿ Cómo puedes acusarme de algo así?

— Porque el testigo que detuvieron ha testificado en tu contra, afirmando que tú le diste una gran cantidad de dinero. Y si no, ¿porqué falta tanto dinero de tú cuenta tres días antes del accidente?
— La última parte me la había inventado, tenía al menos la milésima parte de esperanza de que mi madre no tuviera nada ver con mi accidente.
Y la verdad estaba ante mis ojos.
Sus ojos estaban vidriosos, su labio inferior temblaba al igual que sus palabras.

— ¿Porqué lo hiciste? — Grité desesperado y furioso por tener una madre como la que me ha tocado.

— Por tí. Lo hice por tí, porque nunca me has escuchado, quería que te casarás con Bianca y dejaras a esa mujer. Me sentía avergonzada por que la madre de la bastarda de tu hija  fue una prostituta.
Nuestras amistades empezaron hablar mal de nosotros y para colmo nos quedemos en la ruina. Bianca era tú salvación, ella te ama.— Sus ojos se llenaron de lágrimas. Para mí eran lágrimas de cocodrilo. Me parecía inaudito que mi madre hiciera algo así a mis espaldas.

— Marina es mi hija, no es una bastarda. Y si su madre fue una prostituta, yo la elegí para acostarme con ella. No veo dónde está la vergüenza.
Y lo segundo, aunque seas mi madre, no me puedes obligar a querer a una mujer que me engañó haciéndome creer que estaba enamorada de mi cuando después terminaba en la cama con otros hombres. El problema que tiene madre, es que no puede vivir sin lujos, gasta demasiado dinero en caprichos y pienso que el padre de Bianca tiene que ver en todo este asunto, por lo que averiguado está arruinado.
No puedo definir qué clase de persona eres madre. Pero saber que fuiste capaz de llegar ha tanto solo merece mi odio.

— Héctor hijo mío... perdóname...

— No tengo que perdonarle nada. Usted pagará por sus acciones, yo debo dar gracias a Dios, de estar vivo.
— Contemplé a mi madre desde mi altura centrando mi odio en mis puños viéndola como se humilla de rodillas lamentando el haberme herido, según ella era por mi bien.

No dije nada más. Guardé lo que me pensaba para mí mismo.
Ante todo ella es mi madre, y no es agradable ver cómo se la llevan detenida hacia la comisaría.
Donde tras declarar, afirmó que había pagado aquel hombre para que provocase un accidente para que me retire de mi profesión y vuelva a ser empresario y ser socio con el padre de Bianca.

Un par de horas después, fui testigo como se la llevaban esposada para los calabozos donde sería trasladada a la cárcel de mujeres.
Agaché mi cabeza y me fui de la comisaría después de haber mantenido una conversación con el inspector de policía.

La Obligación de Quererte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora