Epílogo.

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Un tiempo de espera llegó, en el que solo podía esperar.
Un tiempo de muerte llegó, en el que sólo podía morir.

Un tiempo de amor llegó, en el que sólo pude llorar.
Un tiempo de llanto llegó, en el que solo pude amar.

Así, mientras lloro espero, mientras amo lloro, y mientras espero amo y lloro por ti.
Pero la muerte te gano y llego antes, y pese a que la estaba esperando te esperaba a ti, porque al fin y al cabo, te esperé más que a la muerte, y esta llegó cuando menos quise.

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Habían pasado cinco años desde que Dazai había desaparecido. Cinco largos años viviendo en anhedonia.

Después de que Dazai se volviera polvo, él fue reconocido como el mejor cazador pues todos creyeron había logrado matar al vampiro, una criatura nunca antes vista. Le entregaron una cuantiosa recompensa que si bien estuvo tentado a rechazar por respeto a Osamu, al final aceptó para poder alejarse de ese pueblo maldito y del bosque.

Dejó su trabajo como cazador y se marchó, el único rastro de su pasado que le siguió fue Mitzuki. A ella no le importó dejar todo con tal de seguirle y así, tras unos meses, formaron un matrimonio.

Vivía bien a su lado, no iba a mentir. Ella era una mujer maravillosa, la quería, más no le amaba.
Porque cuando se besaban, su cuerpo añoraba más, necesitaba un beso brusco, uno que le dejara sin aliento, uno donde su cuerpo temblara y rogara.

Porque cuando le leía no había rastro de curiosidad en sus ojos, ni preguntas por hacer o conocimientos sobre más cosas que le hicieran cuestionar todo. Sus ojos siempre eran brillantes, alegres, no había muestra de melancolía ni amor tan profundo o adoración.

Porque cuando reía algo dolía en su pecho, recordándole la última sonrisa  que Dazai le dio.

Porque aún en la intimidad, si bien sentía deseo no se comparaba al huracán que Dazai había despertado en él con solo besarle y tampoco sentía la necesidad de poseerle o ser poseido.

En resumen, Dazai habia hecho encender un volcan dentro de él y ahora, aunque tenía paz, no se comparaba con la gran erupción de sentimientos que llegó a sentir, solo eran cenizas, brazas remanentes de un gran fuego a nada de apagarse.

Vivir era un acto mecánico, cada día se volvía más pesado vivir, respirar, sentir. Hacía cinco años sintió culpa, hacía cuatro la culpa se convirtió en pesar. Tres años atrás empezó a extrañarlo, dos años atrás empezó a imaginar como sería todo si estuvieran juntos. Y el último año dejo de vivir. Hoy no era más que una máquina que se movía automáticamente aunque nadie parecía notarlo.

Odiaba a Dazai, lo odiaba con toda su alma, en esos cinco años no hubo noche en que no le maldijera.
Dazai era un demonio, hacerle sentir tantas emociones era prueba de ello y aún tratando de olvidarle solo lograba que en su mente se repitiera la pregunta ¿Y si...?

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Se encontraba en la habitación de Dazai. El silencio dominaba el lugar, todo continuaba donde recordaba, las finas cortinas negras que impedirán el paso de la luz, los muebles con sus detalles grabados,  las suaves sábanas de seda color gris, la alfombra que el vampiro insistía era persa.

Tras observar todo con una sonrisa en el rostro se acostó en la mullida cama, las almohadas conservaban el olor del castaño y sus párpados se cerraron poco a poco mientras abrazaba una. Por primera vez en años sentía su corazón latir nuevamente.

Samsāra Where stories live. Discover now