XI - EL TIEMPO NO ESPERA A NADIE

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— Y si aquí algún lector irascible me espeta y acorrala con un «Bueno entonces ¿qué quieres decir con esta condenada historia?», solo me quedará contestar de la siguiente manera: «Es una tragicomedia sobre el carácter humano. En el fondo de nuestra vida cotidiana, siempre subyace este problema».

La voz risueña de Dazai le trajo de nuevo desde el mundo onírico donde se encontraba. Parecía de buen humor, aunque al obsérvalo con detalle,  Chuuya advirtió algo de aflicción en su mirar.

—Has despertado —pronunció sin mirarle, centrándose en el libro que tenía en sus manos. —Creí que despertarías para el tercer cuento, más has despertado al final del primero.

—¿Por qué? — preguntó con irritación.

—Porque no parecías tan fácil de despertar.

—Pregunto por qué estás aquí.

Dazai encogió los hombros, pasó un par de páginas y entregó el libro a Chuuya.

—Es tu turno —Dijo a modo de respuesta por la ceja alzada de Chuuya.
Nakahara no entendió sus  razones más no quería preguntar, tomó el libro e inició.

—«¿Por qué la gente no podrá vivir sin criticarse unos a otros?», se decía, y ante tan simple pregunta agitaba la cabeza con paternalismo,...

—Son tontos y creen que juzgando a otros demuestran son mejores personas.

—¿Disculpa? — inquirió Chuuya. Dazai le miró de soslayo.

—La razón para que los humanos critiquen tanto.

Decidió ignórale y continuar.

—Pensando: «Aquí en la playa, la flor de la aulaga, los pequeños cangrejos que se arrastran o los gansos que descansan en la bahía, no me hacen la menor crítica. Así deberían ser también las personas.
Cada uno tiene su particular estilo de vida. —Detuvo su lectura y le miró — ¿Qué significa eso?

—¿El qué?

—Cangrejos, bahía.

—Los cangrejos son animales, son color naranja y como comida son deliciosos—Sus ojos se iluminaron y miró a Chuuya con emoción—Debemos ir un día ¡Te gustará el Mar y la comida!

—Creí que solo consumias sangre.

—Puedo comer otras cosas, aunque nunca me satisfagan como la sangre, sobre todo porque no aporta nada a mi cuerpo. Pero estará bien para mí si Chuuya quiere que lo acompañe a comer.

—¿Y si no deseo tu compañía?

Su respuesta borró todo rastro de alegría en el rostro contrario.
Quiso disculparse, ver a Dazai perder la ilusión por algo que no pensó le provocó dolor en el pecho.

—¿Quieres cambiar de cuento? —Osamu cambió abruptamente el tema. —Hay uno que me gusta aquí.

Tomó con delicadeza el libro, Chuuya no puso resistencia, aún sentía debía disculparse, más no entendía por qué lo haría, después de todo, él solo planteó una pregunta. Tampoco entendió por qué la presencia de Dazai le molestó. Nunca lo había hecho, pero ahora verle ahí le irritaba.

—Quiero dormir. —fue su respuesta. Dazai suspiró.

—Si algo te molesta, deberías decírmelo.

—Me molestas tú.—decidió ser sincero. Osamu guardó silencio, permitiéndole continuar.— Mas no encuentro la razón.

—Deben ser mis memorias.

—¿Tus memorias?

—Hace un par de siglos empecé a cansarme de todo. La existencia eterna con frecuencia se convierte en una pesada carga que,  a su vez, se convierte en odio. Odio en lo que me había convertido, lo que dejé, lo que hice, lo que haría. Ranpo lo notó, me preguntó hasta el cansancio si me arrepentía.
En aquel tiempo habría sido fácil responder afirmativamente, sin embargo, dentro de mi sabía que no lo hacía, yo no lamentaba mis actos pues había tenido una razón para ello. Lamentarlo sería negar mi deseo de salvar a mi familia.  Solo lamentaba una cosa.

Samsāra Where stories live. Discover now