Capítulo 4

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Ana se mordió el labio y guardó silencio unos segundos. Tenía un aspecto encantador.

-Si te apetecería dar un paseo por State Street -dijo, soltando las palabras de golpe.

-Claro. Si tienes tiempo... - una vez más, el guardaespaldas de Ana creía que estaba estudiando. En casa.

Cuando Mimi descubrió cómo Ana eludía la seguridad para escabullirse del apartamento que compartía con una carabina, y que estaba junto al apartamento donde se alojaba su equipo de seguridad, estuvo a punto de matar a alguien. Empezando por los guardaespaldas.

¿Cuántas veces había salido la princesa de casa sin protección?

Pero Mimi no reveló aquella brecha en la seguridad a los criados de la familia.
Tenía la sospecha de que las amenazas a la familia Guerra venían del interior, y no estaba dispuesta a correr riesgos. Esperaría a que acabara aquella situación tan delicada y entonces presentaría un informe completo con las sugerencias oportunas para mejorar la seguridad de la princesa. Otro miembro de Doblas Investigations se encargaba de vigilar el edificio de Ana cuando Mimi se iba a dormir. Ana debería estar durmiendo por la noche, pero con aquella joven tan decidida nunca se podía estar segura de nada.

Normalmente, habría dejado el caso en manos de su personal, pero si su agencia de detectives se había convertido en una afamada y multimillonaria empresa internacional era gracias al instinto personal de Mimi. Sabía cuándo era recomendable involucrarse personalmente en los casos de sus clientes. Y aquella era ciertamente una de esas ocasiones especiales.



Ana se pegó mucho a ella mientras caminaban por la calle arbolada junto al Capitolio, y Mimi la rodeó por su estrecha cintura como si el brazo tuviera voluntad propia.
La sensación era muy agradable, pero también muy extraña. En primer lugar, Ana era su clienta... aunque ella no sospechara nada del asunto. Y en segundo lugar, Mimi no era precisamente pródigo en muestras de afecto y sensiblerías. Sus relaciones con el sexo femenino se reducían al placer físico, sin ningún tipo de compromiso ni falsas muestras de emoción. Ni siquiera tenía amigas. Y desde luego no tenía el menor interés en mantener nada serio con una mujer. Jamás.

Todas las mujeres que había conocido habían sido mentirosas y
traicioneras. Empezando por la mujer que la concibió y que fingió un interés maternal hasta el día que encontró a un hombre con más dinero que su padre. Los abandonó a ambos y desde entonces sólo se había puesto en contacto con Mimi en dos ocasiones. Y sólo con la intención de usarla.
Mimi se lo había permitido la primera vez. Pero la segunda la había echado definitivamente de su vida.
Su abuela era igualmente interesada, pero al menos se había quedado con su abuelo. ¿Qué les pasaría a los hombres de su familia? ¿No sabían elegir mejor a sus parejas o simplemente tenían mala suerte? En cualquier caso, Mimi había seguido la tradición familiar en dos ocasiones, antes de decidir el único tipo de relación que quería con las mujeres.

Y esa relación era ninguna en absoluto. Ni con las mujeres de su familia ni con las que se acostaba de vez en cuando.

Lo que sentía por Ana era más intenso y difícil de controlar, pero no importaba. Tenía que controlarlo. Porque ella era igual a las demás mujeres que había conocido. Les mentía a sus guardaespaldas y a su familia sin el menor escrúpulo.

¿Por qué iba a ser más digna de confianza en una relación? No podía serlo. Ni siquiera le había contado aún la verdad sobre su vida. Tal vez no tuvieran una relación y ella ni siquiera sirviese para una aventura pasajera, pero Ana no lo sabía. Lo único que ella sabía era que aquella incipiente amistad no tenía límites. Y sin embargo seguía manteniendo el engaño.
Era una princesa, y aunque Mimi no estuviera a cargo de su seguridad no podría haber nada entre ellas. No sólo porque fuera virgen, sino porque Ana no era el tipo de mujer que se conformara con poco. Era el tipo de mujer que creía en el amor eterno y en todas las fantasías que lo acompañaran.
Tal vez no confiara en ella y fuese más cínica que las demás mujeres, pero tampoco quería ser la responsable de destrozarle a Ana sus fantasías románticas. De eso ya se encargaría cualquier otro. Ni siquiera una princesa era inmune a los golpes de la vida.

Y por encima de todo, estaba su reputación profesional. Mimi había trabajado muy duro para convertir su negocio en un referente internacional, y no iba a ponerlo en peligro por culpa de una mujer. Por muy sensual que fuera.


Las escenas que conformaban su experiencia con Mimi se reproducían a toda velocidad en la cabeza de Ana.
Mimi se había ofrecido a llevarla en coche a la excursión. Tenía un Dodge Víper, un lujoso deportivo de dos plazas del mismo color verde que sus ojos. En los noventa minutos de trayecto hasta el camping, Ana se fijó más en el perfil de Mimi y en los vaqueros ceñidos a sus poderosas piernas que en el bonito paisaje que las acompañaba.
Se había pasado horas y horas pensando en aquella mujer, intentando averiguar si la atracción que sentía por ella podía ser recíproca.
No tenía experiencia sentimental, y no se sentía lo suficientemente cómoda con nadie para pedir consejo.
Lo único que le quedaba era su opinión, basada en... nada. Sí, había compartido muchos cotilleos con las chicas del instituto, pero aquella situación era completamente nueva para ella. Mimi no parecía buscar sexo ni intentaba meterle mano cuando estaban a solas.

Seguramente se debía a que era mayor que ella. Una licenciada universitaria con experiencia en el mundo de los negocios.
Pero aun así estaba convencida de que ella también la deseaba. Las miradas que le echaba bastarían para derretirla. Y no eran las únicas señales.

Probó a buscar consejo en varias revistas femeninas, pero todas defendían la comunicación y la honestidad en una relación. ¿Significaba eso que debería...preguntárselo? Prefería el lenguaje no verbal. Y a veces las pistas no podrían ser más claras, como el brillo de sus ojos que la hacía palpitar con emociones prohibidas cada vez que estaban cerca la una de la otra. Pero en las tres semanas que llevaban viéndose, Mimi no había intentado sobrepasarse ni nada por el estilo. No habían tenido ninguna cita oficial, pero habían pasado mucho tiempo juntas desde que se tropezara con ella en el patio.

A Mimi Doblas no parecían gustarle mucho los grupos, por lo que su presencia en reuniones en las que nunca había participado o en manifestaciones por las que no debía de tener el menor interés daba a entender que estaba interesada en ella personalmente.


Lo cual quería decir que... Mimi también la deseaba.



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Bueno este es más de transición, pero poco a poco...

La princesa y la guardaespaldas (Warmi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora