Capítulo 12

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Ana se puso torpemente en pie, aún sintiendo los efectos de la excitación, y recogió rápidamente la mesa mientras se reprendía en silencio por ser tan estúpida. ¿Cómo había podido creer que había algo especial entre Mimi y ella?


Mimi salió del cuarto de baño mientras ella dejaba el postre en la mesa con tenedores. No iba a arriesgarse a hacer de nuevo el ridículo. Sirvió dos vasos de té con menta y los colocó junto a los cuencos mientras Mimi se sentaba. Esta vez, en vez de sentarse junto a ella, se sentó en el sofá al otro lado de la mesa.
Mimi la miró con expresión interrogativa, pero ella ignoró la pregunta tácita. Si Mimi quería una respuesta, tendría que pedírsela en voz alta.

—¿Estás bien, Ana?

—Muy bien —respondió ella, y tomó un bocado de mango que le supo a serrín.

—¿Por qué te has sentado ahí?

Como si ella no lo supiera...

—Porque me apetecía —dijo con el ceño fruncido, y bajó la mirada a su cuenco—. ¿Prefieres café en vez de té?

—Prefiero que vuelvas a sentarte a mi lado.

—Claro.

—Maldita sea, Ana.

Esta levantó la cabeza y vio el fuego que despedían sus ojos.

—¿Qué? He captado el mensaje, ¿de acuerdo? Necesito poner distancias entre ambas, y sería muy considerado por tu parte que dejaras el tema. Te aseguro que no volverá a pasar.

—¿Qué no volverá a pasar? —parecía realmente confusa—. No ha pasado nada.

¿Nada? ¿Su intento de seducirla no era nada? Aquella idea la desmoralizó aún más de lo que pensaría su familia de su comportamiento.

—Eso es. No ha pasado nada importante esta noche...

Mimi masculló una palabrota y ella se estremeció al oírla.

—Lo siento —se disculpó Mimi rápidamente.

Siguieron comiendo en silencio, pero ninguna de las dos acabó el postre y Ana recogió los cuencos sin preocuparse por repetir el ritual higiénico después de comer.
Era obvio que Mimi ya se había lavado las manos cuando fue al baño, y ella había hecho lo propio en el fregadero de la cocina. Al usar tenedores para el postre no tenían por qué volver a hacerlo, y Ana quería evitar cualquier atisbo de intimidad.

Eran tantos los pensamientos y sentimientos que se arremolinaban en su interior que no podía encontrarle sentido a ninguno de ellos. No sabía si la precipitada huida de Mimi al cuarto de baño era un rechazo en toda regla o qué.


Mimi se levantó y la ayudó a llevar los platos a la cocina. Ana llenó el fregadero de agua y jabón para lavarlos. Su intención había sido hacerlo más tarde, pero en esos momentos necesitaba tener las manos ocupadas en algo. Mimi se acercó a ella y empezó a enjuagar los platos a medida que Ana los dejaba en la segunda pileta.

—No tienes por qué ayudarme —le dijo—. Sólo tardaré un minuto.

—No me importa —repuso.

Ana reprimió un murmullo de irritación. Necesitaba descansar de su presencia, pero Mimi no parecía darse cuenta.

—Es una vajilla muy bonita —observó Mimi—. ¿Es tuya?

—Sí —formaban parte del juego de porcelana tradicional que su tía le había regalado cuando se instaló en el apartamento con su carabina.

—¿Una reliquia familiar?

La princesa y la guardaespaldas (Warmi)Where stories live. Discover now