Capítulo 7

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Ana y Mimi acabaron de remar en el lago antes de que los demás
regresaran del río, y Ana sugirió que fueran a nadar.

-¿No has pasado ya bastante tiempo en el agua? -preguntó Mimi, aunque tenía que admitir que había disfrutado mucho en el kayak.

Ana se encogió de hombros y sonrió.

-Me encanta el agua. Debería haber sido delfín en vez de mujer.

-Oh, no. Eres una mujer maravillosa -nada más decirlo ahogó un gruñido.

No tendría que haberlo dicho. Las cosas se estaban descontrolando con su princesa.
Pero no podía negar el calor que la recorría por dentro al ver su sonrisa.

-Gracias -respondió ella alegremente, sin el menor atisbo de timidez femenina ante un cumplido semejante.

Arrastraron los kayaks a la orilla, se quitaron los chalecos salvavidas y volvieron a saltar al agua. O eso fue lo que hizo Mimi, porque cuando se giró para ver dónde estaba Ana la encontró en la orilla, quitándose el traje de neopreno que había llevado en el kayak. El minúsculo biquini que lucía dejó a Mimi de piedra y sin aliento.

No sólo el biquini, sino también la espectacular figura de Ana. Pechos pequeños y turgentes, cintura estrecha, caderas voluptuosas y piernas largas y torneadas. Y el diminuto pedazo de tela inferior revelaba mucha más piel de la que cubría, ceñido a la perfecta curva de su trasero. Ana apartó el traje mojado con un puntapié y caminó hacia el agua, se detuvo a medio metro de Mimi y ladeó interrogativamente la cabeza.

-¿Algún problema?

-Eh... -tuvo que carraspear para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta-. No, nada. ¿Seguro que no quieres ponerte el neopreno para nadar? Hace calor para ser primavera, pero no tanto.

-Estoy bien así -dijo ella, pero el escalofrío que recorrió su cuerpo desmentía sus palabras-. Bueno... entraré en calor nadando -añadió modestamente con una sonrisa.

Se le había puesto la piel de gallina, pero fueron sus pezones endurecidos a través del biquini lo que atrajo la mirada de Mimi. La licra mojada no podía ocultar los pezones, endurecidos como pequeños guijarros puntiagudos.

-Mimi... -su voz cargada de deseo mezclado y confusión era un potente afrodisíaco.

La deseaba y no sabía qué hacer. ¿Qué hombre o mujer no se sentiría atraído por aquella combinación de inocencia y sensualidad femenina?

Ana no se movió, sumergida en el agua hasta la cintura, con los puños
apretados en los costados y la respiración jadeante.
¿Alguna mujer le había mostrado un deseo tan intenso?

Tal vez fuera el resultado de su inocencia. Mimi no había estado con una virgen desde el instituto. Tenía como regla no acostarse con ninguna mujer sin experiencia y que buscara algo más que una aventura, y la cumplía a rajatabla.
Entonces, ¿qué demonios hacía mirando los pechos de Ana como un lobo a su presa?

Se obligó a levantar la mirada hasta sus ojos. Y aquello fue aún peor, porque la prueba de su deseo brillaba con una fuerza casi cegadora en sus grandes ojos marrones.
Ana le mantuvo la mirada sin pestañear, se mordió el labio inferior y Mimi estuvo a punto de reemplazar sus dientes con los suyos. Si no hacía algo pronto, iba a acabar arrebatándole su virginidad allí mismo, en el lago. Todo el cuerpo le vibraba con un deseo incontenible.

Necesitó toda su fuerza de voluntad para darse la vuelta y sumergirse en el agua helada. Cuando volvió a emerger, a quince metros de la orilla, Ana estaba a escasa distancia de ella.

-¿No sabes que no puedes hundirte tú misma? -le preguntó con una sonrisa maliciosa.

-¿Ah, no?

La princesa y la guardaespaldas (Warmi)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant