Capítulo 8

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Ana apartó la boca y sacudió la cabeza de un lado a otro.

—¡Mimi!

—Tranquila... Déjame tocarte... Estás hecha para mis dedos —apenas era consciente de lo que estaba diciendo.

Su voz no era más que la expresión oral de su deseo.
Pero aún le quedaba un minúsculo destello de conciencia al fondo de su mente. Y ese resto marginal de raciocinio estaba tan sorprendido como asustado por la fuerza posesiva de sus palabras.

—Sí —murmuró Ana, y se presionó contra sus manos mientras con las suyas propias le masajeaba el cuello. Parecía no saber qué hacer con ellas, y Mimi tuvo la suficiente cordura para no animarla a que le devolviera las mismas caricias.

Le agarró la estrecha cintura, maravillada por la perfección de sus líneas. A pesar de la celosa protección de su familia, le costaba creer que nadie la hubiese tocado hasta ese momento. Su belleza y sensualidad innatas eran un afrodisíaco irresistible.
Ana la besó a su vez con una pasión igualmente desbordada. Su cuerpo temblaba violentamente, sacudido por una imperiosa necesidad que Mimi estaba impaciente por satisfacer. Pero la primera vez de Ana no iba a ser en mitad de un lago. Había otras muchas maneras para saciar sus ansias que no exigían la penetración en su cuerpo virginal.


La acercó un poco más a la orilla hasta que el agua le llegó por el pecho, y entonces se quitó del cuello los brazos de Ana. Esta protestó con un gemido.

—Tranquila, preciosa. Confía en mí... Voy a darte lo que más anhelas.

—Por favor, Mimi... —la inocencia de sus ojos casi fue la perdición de
Mimi. Ana no tenía ni idea de lo que le estaba pidiendo ni de lo que ella podía darle. Tal vez no pudieran tenerlo todo, pero sí podía enseñarle de lo que era capaz.
Le dio la vuelta para presionar el pecho contra su espalda y acercó la boca a su oreja.

—Te va a encantar, princesa.

—¿Pri... princesa? —repitió Ana con voz ahogada.

Mimi se puso momentáneamente rígida por el desliz, pero decidió seguir adelante. Muchos americanos usaban el término «princesa» como un apelativo cariñoso, y Ana debía de estar lo bastante americanizada para saberlo.

—Eres mi princesa.

Maldición. Volvía a sonar posesiva. Afortunadamente, Ana volvió a dejar caer la cabera sobre su hombro.

—Sí... tu princesa.

—Vuelve a rodearme el cuello con los brazos.

Ana asintió, pero Mimi tuvo que ayudarla a colocar las manos en posición. Estaba tan excitada que no podía controlar su cuerpo, y Mimi no intentó sofocar el orgullo que su reacción le provocaba. La mordió suavemente en el lóbulo de la oreja y le acarició el vientre bajo el agua.

—Perfecto...

Ana se onduló contra Mimi, rozándole su parte íntima con las nalgas.
Mimi se estremeció de placer a pesar de las prendas que se interponían entre ellas.
Nunca había reaccionado tan intensamente a un contacto tan restringido, y no estaba dispuesta a seguir limitándose.
Con la otra mano le desató el lazo de la parte superior del biquini y le acarició la piel donde había estado el tirante. Ana se estremeció y dejó escapar un sonido articulado.

—¿Te gusta? —le susurró Mimi al oído, sabiendo que su cálido aliento intensificaría sus temblores.

—Oh, sí —respondió entre jadeos—. Es... es... —la voz se le apagó mientras Mimi seguía acariciándole la piel de gallina y descendía hacia las terminaciones nerviosas del trasero—. ¡Oh, Mimi! ¿Cómo... cómo puedes...? Eres... es... —Mimi no pudo evitar reírse por su incoherencia verbal—. No tiene gracia —dijo en voz baja y llena de deseo—. Es increíble.

La princesa y la guardaespaldas (Warmi)Where stories live. Discover now