Capítulo 20

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Mimi llamó con los nudillos a la puerta de Ana, pero no obtuvo respuesta. La llamó por su nombre, pero nadie contestó, de modo que se decidió a abrir la puerta con la esperanza de no encontrarla cambiándose de ropa. Pero la habitación estaba vacía. Tampoco la encontró en la habitación de juegos, y como acababa de salir del
despacho supuso que estaba en la planta baja.


Después de registrar todas las habitaciones inferiores y llamarla a gritos empezó a preocuparse. Ana no era una ladrona y no tenía las habilidades necesarias para burlar el sistema de alarma. Al menos eso hacía suponer su ficha, aunque esa ficha no había mencionado que era una experta remera de kayak ocho años antes.
El garaje estaba vacío, salvo por su coche alquilado. ¿Dónde demonios estaba? Abrió una puerta que la noche anterior había supuesto que era un armario y descubrió que la casa tenía más lujos de los que había visto. Ana estaba relajándose en un jacuzzi, escuchando un reproductor mp3 con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás. Tenía los pechos enfundados en un bañador y semiocultos bajo las burbujas, pero a Mimi se le hizo la boca agua al ver la parte superior de los mismos.

Rodeó la bañera circular y le puso la mano en el hombro.
Ana abrió los ojos lentamente y le dedicó una sonrisa descaradamente sensual.

—Hola, Mimi.

Esta le quitó con cuidado el auricular de la oreja izquierda.

—El desayuno llegará pronto.

—Oh, ¿nos van a traer el desayuno?

—No se me da tan bien cocinar como a ti.

Ella volvió a sonreír.

—Me sorprendería que supieras cocinar...

—Lo suficiente para no morir de hambre, pero nada más.

—En ese caso es una suerte que seas millonaria... Así puedes encargar todas tus comidas.

—Tengo una asistente en Nueva York.

—No me sorprende.

—A mí sí me sorprendió descubrir que has vivido tú sola los últimos cuatro años.

—Tan sola como podía estar con un equipo de seguridad vigilándome las veinticuatro horas al día, siete días a la semana.

—¿Fuiste tú quien contrató al equipo de vigilancia?

—Sí. Fue lo mejor que pude hacer para conservar un poco de intimidad sin rebajar el nivel de seguridad que recomendaron los asesores de mi padre. Me preocupé de buscar y encontrar una empresa norteamericana digna de confianza que me instalara un sistema de video vigilancia.

—Estoy impresionada —dijo Mimi con toda sinceridad.

Ana lo había arreglado todo para que un guardaespaldas la vigilara cuando salía del apartamento, pero en casa habían instalado un circuito cerrado de televisión. Además, su equipo de seguridad ocupaba un apartamento en su mismo edificio, por lo que siempre estaban cerca de ella sin tener que verse las caras.
Nada de eso habría funcionado si Ana tuviera una vida social. Pero según su ficha salía tan poco que ni siquiera su padre temía que pudiera hacer tonterías. Su trabajo y sus labores como voluntaria ocupaban casi todo su tiempo, y básicamente llevaba una vida tan ordenada, organizada y controlada como sus padres podrían desear.

—¿Por qué no quieres casarte con el príncipe? —le preguntó Mimi de sopetón.

Tal vez, fuera demasiado brusca, pero quería saber la respuesta sin más demora.

Ana la miró con una ceja arqueada.

—Tu vida no es precisamente rica en experiencias y emociones nuevas. Tendrías mucha más libertad si te casaras con la elección de tu padre.

La princesa y la guardaespaldas (Warmi)Where stories live. Discover now