Capítulo 18

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Ana se despertó con las primeras luces del alba. Había dormido muy bien, teniendo en cuenta lo abatida que había estado al acostarse. Mimi le había pedido disculpas con una mano y con la otra le había arrebatado todo atisbo de consuelo. Tal vez le gustaran algunas cosas de ella, e incluso era posible que la respetara hasta cierto punto, pero seguía pensando que Ana no podía decidir ni opinar sobre su propia vida.
En ese aspecto era igual que su padre. Para ser una mujer moderna, occidental y sin el menor vínculo con la nobleza, tenía una opinión muy anticuada de lo que significaba ser princesa.
Pero no importaba lo que Mimi y su padre pensaran al respecto. Ella no estaba de acuerdo con ellos y no iba a casarse por la fuerza con un hombre al que nunca había visto y al que, conociendo su reputación de vividor y mujeriego, era poco probable que llegase a amar algún día.

Había investigado a fondo a su supuesto novio, casi tanto como había investigado a Mimi durante los últimos ocho años, y creía que ella y Miguel podrían ser amigos. Ambos habían elegido vivir según los tiempos modernos, lejos de la esfera tradicional de sus familias reales. A él se lo conocía como el príncipe playboy, pero nunca había dejado embarazada a una mujer, ni había tenido una aventura con una mujer casada ni había roto ningún compromiso.
Salía con muchas mujeres, cierto, pero también supervisaba los negocios de su familia en Estados Unidos y hacía un excelente trabajo. No descuidaba sus responsabilidades ni ignoraba las necesidades de los menos afortunados. Las empresas Muñoz en América donaban más del quince por ciento de sus beneficios a causas benéficas, y no sólo por intereses políticos. En resumen, la impresión que Ana tenía de él era tan favorable que en más de una ocasión había considerado la posibilidad de conocerlo, pero en el fondo sabía que no serviría de nada. Ella quería un matrimonio con amor, y si tenía hijos querría darles una educación muy distinta a la que ella había recibido. Por mucho que sus tíos la hubieran querido, Ana nunca había podido superar por completo el rechazo de sus padres.

La habían abandonado. La habían regalado a una pareja sin hijos por su lealtad al rey de Marwan, como si fuera una yegua o un trofeo.
Con seis años no podía impedir que sus padres la tratasen como un objeto, pero ahora tenía veintisiete y podía decidir su propio destino. Su padre tenía que aprender que las personas no eran artículos ni mercancías para hacer negocios, y si ella era la única que estaba dispuesta a enseñarle aquella lección, que así fuera.


Se levantó de la cama y caminó sin hacer ruido hacia el cuarto de baño. Mimi debía de seguir durmiendo y no quería despertarla. Emplearía la mañana en ordenar sus ideas y planear su siguiente paso.

Estaba tan concentrada en sus reflexiones que entró en el cuarto de baño antes de darse cuenta de dos cosas. La primera, la luz estaba encendida y ella no había pulsado el interruptor. La segunda, Mimi estaba allí, desnuda, preparada para meterse en la ducha.
El cerebro de Ana dejó de funcionar y su cuerpo reaccionó como no había respondido a ningún estímulo desde que tenía diecinueve años.
Por mucho que hubieran intimado cuando estaba en la universidad, Ana no había llegado a verla desnuda. Ni a ella ni a ninguna otra persona. Y la revelación no podría ser más impactante. La piel bronceada se extendía sobre unas curvas perfectamente proporcionadas y cincelada hasta el último detalle.
Fascinada por aquel abdomen musculoso, Ana alargó la mano para tocarlo sin pensar en lo que hacía. La yema del dedo apenas acarició la punta. El tacto era sorprendentemente suave, como si estuviera recubierto de satén. Y mientras ella lo observaba, la carne se puso rígida y las venas se dilataron.

Mimi emitió un sonido a medias entre un gemido y un suspiro. Era lo primero que se oía desde que Ana entrara en el cuarto de baño, pero no bastó para romper el hechizo silencioso que las envolvía.
Estaba tan cautivada y embelesada que ni siquiera podía levantar la vista.
Quería colmarse con la suavidad de aquella carne aterciopelada y comprobar si era tan cálida como parecía.
Sin darse cuenta se había acercado tanto que el cuerpo de Mimi estaba a escasos centímetros del suyo. Podía oler su esencia femenina y penetrante, tan intensa y embriagadora como una droga.

¿Sería el olor de la excitación? Ana se mordió el labio y cedió a la tentación de recorrer su abdomen con los dedos. Estaba ardiente al tacto, muy suave e increíblemente dura.
Era increíble. Respiró hondo y un débil jadeo se le escapó de la garganta.

Mimi pegó la frente a la suya.

-Tienes que parar, princesa -le dijo con una voz ronca e increíblemente sensual.

-¿Por qué?

-Porque si no lo haces, voy a llevarte a la cama y no te soltaré hasta que haya tocado y probado cada palmo de tu cuerpo.

Aquello sonaba muy a Mimi, gimió de dolor y fue entonces cuando Ana se dio cuenta de lo tensa y rígida que estaba. Tenía los puños apretados en los costados y un ligero temblor le sacudía el cuerpo, como si estuviera reprimiéndose con todas sus fuerzas.

-Por favor, princesa... No podemos hacer esto -parecía tan desesperada que Ana no pudo ignorar su súplica.

Ana sabía que debía apartarse y volver a su habitación, pero no quería hacerlo. Quería deleitarse con aquella nueva sensación, quería experimental una faceta de su feminidad que había estado ocultando durante ocho años.

Echó la cabeza hacia atrás para mirarla a los ojos y luego bajó la mirada hasta su boca. ¿Sus labios seguían sabiendo igual? ¿De verdad recordaba aquel sabor? ¿Sus besos podrían afectarle igual que cuando tenía diecinueve años?
Quería creer que sí, porque la respuesta que Mimi le provocaba estaba siendo desproporcionada.

-Bésame -le susurró.

Mimi se moría por besarla, pero sabía que bastaría un casto roce de sus labios para llevarla a la cama. Y no podía hacerlo. Ana era su misión, no una amante ni una novia. En teoría estaba comprometida con otro hombre, y las razones que la habían frenado ocho años antes seguían siendo válidas. Ana seguía siendo una princesa y ella seguía decidida a no cometer ninguna estupidez. No había ninguna posibilidad de futuro para ellas.

Le costó varios segundos reunir la fortaleza necesaria para apartarla. Lo hizo con mucha delicadeza, pero bastaba el más ligero roce para avivar su deseo.

-No, cariño... No podemos -le dijo, y añadió otra cosa que para Mimi era indiscutible-. Perteneces a otro hombre.

Fue como si el cuarto de baño se hubiera congelado. La mirada de Ana se llenó de un odio glacial mientras aumentaba la distancia entre ellas.

-Aunque hubiera accedido a casarme con otro hombre, no le pertenecería como si fuera una mascota. La única pertenencia sería un vínculo emocional compartido, no un contrato de propiedad. Y en este caso, no he accedido a casarme con nadie. No estoy comprometida y no he hecho ninguna promesa de fidelidad. De haberla hecho, ten por seguro que no estaría en este cuarto de baño contigo.

Se giró sobre sus talones y salió del baño, cerrando con un portazo tras ella.


Ana estaba tan furiosa que echaba humo por la nariz. Maldita idiota
cavernaria... ¿Cómo se atrevía a insinuar que ella pertenecía a Miguel?



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Guau estoy flipando con las visitas y estrellas, gracias de verdad :)


La princesa y la guardaespaldas (Warmi)Where stories live. Discover now