Capítulo 9

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Ana jugueteaba con la comida de su plato mientras intentaba no mirar a Mimi, sin éxito. No era justo. ¿Cómo podía ella estar tan tranquila, charlando con los otros después de lo que había pasado aquella tarde?

Viéndola, nadie podría imaginar que le había regalado a Ana la experiencia más intensa y maravillosa de su vida. Y también la más inquietante.
No estaba precisamente acostumbrada a intimar emocional ni físicamente con nadie, y la reacción que había tenido a las manos de Mimi la llenaba de pánico.
Incluso en ese momento, estando en la misma habitación que ella, le costaba respirar y concentrarse en la conversación que mantenían los demás. Mimi, en cambio, no parecía afectada en absoluto.

¿Por qué? ¿Qué significaba aquello?


De repente sus ojos se encontraron, y la mirada que Mimi le echó bastó para que el estómago le diera un vuelco. De acuerdo, Mimi también sentía algo. Simplemente era más hábil que ella ocultando sus emociones. Un rasgo que decía mucho de su autodisciplina.
Un rasgo más para amarla.
No, amarla no. Un rasgo para admirarla, tan sólo. Ella no la amaba. Tal vez se estuviera enamorando, pero aún no había pasado el punto sin retorno. O... ¿quizá sí?
El amor era una emoción terrible y traicionera. Cuando se amaba a alguien se estaba a merced de esa persona y del sufrimiento que pudiera causar. Había aprendido esa dolorosa lección en su propia familia.


Los ecos de su trauma infantil aún resonaban en los rincones más oscuros de su corazón. De niña había idolatrado a su padre, el rey. Apuesto, poderoso, reverenciado por todo el pueblo de Marwan. Y también había adorado a su madre, tan hermosa y serena. Con seis años aún no podía darse cuenta de que el amor a sus padres no era correspondido.
Al venir a Estados Unidos los había echado terriblemente de menos. Todas las noches lloraba hasta quedarse sin lágrimas, aunque nunca lo hizo delante de nadie.
Añoraba a su hermano mayor y a su hermana pequeña, y su corazón se iba resquebrajando inexorablemente día a día en casa de sus tíos, esperando volver a casa, hasta que finalmente tuvo que aceptar que su amada familia no la quería ni la necesitaba. Desde entonces no había vuelto a abrir su corazón a nadie.
Ni siquiera a su tía, quien la trataba como la hija que nunca había esperado tener. Ni a su tío, quien le prodigaba mil veces más afecto y atenciones que su padre.
Ella los quería mucho, pero no tanto como la niña inocente e ingenua de seis años que había querido a sus padres.
Aquel amor tan fuerte e incondicional había quedado enterrado y olvidado por un instinto de supervivencia.

Hasta ese momento...


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Ana se levantó de la mesa y agarró su plato a medio acabar.

-¿Qué ocurre, Ana? -le preguntó Javi.

-Eh... no tengo hambre. Creo que iré a dar un paseo.

Mimi también se levantó.

-Te acompaño.

-¡No! -exclamó ella con excesiva vehemencia. Pero entonces respiró hondo e intentó sonreír- Quiero decir... termina de comer. Me apetece estar sola en estos momentos.

-No es seguro caminar sola por el bosque -replicó Mimi con el ceño fruncido.

Miriam, la compañera de habitación de Ana, fue la tercera que se puso en pie.

-Yo ya he acabado de comer. Creo que me vendría bien dar un paseo.

-De acuerdo -aceptó Ana rápidamente. En su estado actual, la compañía de aquella ex soldado era preferible a la de Mimi. Por mucho que prefiriera estar sola, no era la primera vez en sus veinte años que se veía obligada a elegir el menor de dos males, y en aquel momento lo que más necesitaba era alejarse de su presencia.

Mimi asintió, como si su consentimiento fuera necesario. Tal vez no fuera tan distinta a los hombres de su familia como ella había creído...
Nada más pensarlo se sintió culpable. Mimi no la trataba como una
marioneta sin cerebro.


-¿Mimi y tú son pareja o algo? -le preguntó Miriam con su descaro
habitual cuando salieron de la cabaña.

-Eh... algo, creo.

-No parece que estés muy segura.

-No lo estoy. Supongo que... no tengo mucha experiencia con las mujeres y las relaciones.

-¿En serio? Con tu aspecto exótico podrías ser una modelo o algo así.

-Mira quién fue a hablar...

Miriam soltó un bufido.

-Sí. Muchos hombres en el ejército me confundieron con una rubia tonta... y todos lo lamentaron -levantó la vista hacia el cielo estrellado- Es precioso.

-Sí que lo es.

Miriam echó a andar hacia el lago, pero Ana la detuvo.

-Vamos por aquí -le propuso, señalando un sendero que se alejaba del lago.

La ex soldado dudó un momento, pero la siguió obedientemente.

-¿Mimi también te trata como si no tuvieras cerebro?

-Oh, no. De hecho, es una de las pocas personas en mi vida que me escucha y se toma en serio mis opiniones.

-Parece una buena tipa.

-Lo es.

-Pero ¿no estás segura de vuestra relación?

-Como ya te he dicho, no tengo experiencia con estas cosas.

-¿Quieres hablar de ello?

Ana pensó en lo extraño que sería tener aquella conversación con una ex combatiente, pero se encogió de hombros y decidió aprovechar lo que se le ofrecía.

-El amor me da miedo -confesó, sorprendiéndose a sí misma con su sinceridad.

-Serías una idiota si no te asustara, en mi opinión. La gente a la que quieres puede hacerte daño. Incluso cuando no tienen intención de hacértelo -corroboró Miriam. Por su tono de voz, parecía saber de lo que estaba hablando.

Ana lo confirmó con un suspiro.

-Pero también pueden darte más alegrías que cualquier otra persona -añadió Miriam.

-¿De verdad?

-Desde luego -el tono de Miriam volvía a confirmar que hablaba por experiencia.

-¿Y si no me quiere?

-¿Mimi?

-¿Quién si no? -­Miriam se echó a reír.

-Enamorarse siempre es arriesgado, pero es un riesgo que no puedes evitar aunque quieras.

-¿No crees que podamos controlar nuestras emociones?

-No cuando se trata del amor verdadero. Si te enamoras de alguien, lo único que puedes hacer para salvarte es no verlo. Y a veces ni siquiera eso funciona.

-No quiero dejar de verla.

-Entonces me parece que estás perdida.

Fue el turno de Ana para echarse a reír.

-Todavía no.

La princesa y la guardaespaldas (Warmi)Where stories live. Discover now