Capítulo 5

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Era sorprendente que una mujer como Mimi estuviera interesada en Ana Guerra. Sorprendente e incluso increíble. Ella estaba acostumbrada a atraer a las personas por su estatus de princesa, pero Mimi no podía saber, como nadie más en la universidad, que ella pertenecía a la realeza... Y, sin embargo, le gustaba...

Mimi era todo lo que ella siempre había soñado encontrar en un novio. Se le escapó un suspiro melancólico y Mimi la miró con expresión interrogativa. Ana sonrió tímidamente y se encogió de hombros, y por suerte Mimi no le preguntó lo que estaba pensando.

Era guapísima y tenía una personalidad arrolladora, pero sin resultar dominante ni autoritaria. Siempre la escuchaba con atención e interés, incluso más que a su hermano. Era inteligente y ambiciosa, como demostraba su máster en Administración de Empresas. Y era extremadamente sexy.

¿Cómo no iba a enamorarse de una mujer como ella?
El problema era que, a veces, estaba convencida de que Mimi no quería más que una amistad.


Ana no tenía la menor experiencia con los hombres, mujeres, ni con la seducción. Si hubiera sido como las otras chicas de su escuela, al menos habría tenido la ocasión de conocer a personas del sexo opuesto fuera del colegio y habría aprendido las reglas básicas del coqueteo. Pero la naturaleza machista de su familia la había convertido en una mujer insegura y desconfiada con los hombres, y seguramente se dejaría vencer por el miedo si tuviera la menor ocasión de relacionarse con alguno.
Aquella precaución extrema, combinada con la engorrosa necesidad de mentir si quería salir con alguien, y con la humillación de estar constantemente bajo la vigilancia de un guardaespaldas o una carabina, le había impedido intimar con ningún chico desde que llegó a la universidad. Hasta que conoció a Mimi.

Con ella era más fácil, puesto que estaba dispuesta a acompañarla en sus actividades secretas. Pero de todos modos Ana haría lo que fuera con tal de verla a solas. Lo único que no sabía era... qué hacer con ella.
Pero su falta de experiencia nunca había sido un obstáculo a la hora de hacer lo que quería. No era, ni mucho menos, la princesita recatada, sumisa e inútil que su padre creía.



Mimi era muy distinta a los hombres y mujeres de su familia. Nunca menospreciaba sus opiniones sólo porque no fuera la heredera al trono o no interviniera en el gobierno de su país. No se sorprendía por su inteligencia y no pensaba que sus estudios en Ciencias Políticas fueran una pérdida de tiempo. No sabía por qué Ana había elegido aquella especialidad, pero la trataba como si la creyera capaz de hacer algo útil y provechoso con su título universitario.

Esa era precisamente la esperanza de Ana.
Se había pasado la infancia alejada de su hogar. Sólo una vez al año iba a Marwan y se pasaba una semana en el palacio real con sus padres y hermanos. No recordaba ni una sola muestra de afecto por parte de sus padres, y sabía que para su padre no era más que una descendiente de segunda categoría por ser mujer.
Se negaba a pasar el resto de su vida siendo invisible o insignificante. Quería hacer algo por cambiar el mundo, y no sólo como un bonito y sofisticado apéndice del brazo de un hombre.

-Estás muy callada -observó Mimi.

-Estaba pensando en lo distinto que eres de los hombres de mi familia.

-¿Ah, sí?

-Sí.

-¿En qué sentido?

-No me subestimas ni me desprecias por ser mujer.

-¿Quién hace eso?

-Mi padre. Mi tío... Otros.

-¿Tu hermano?

Ana no recordaba haber mencionado a su hermano, pero seguramente lo había hecho. Esbozó una de las poquísimas sonrisas que se permitía al pensar en su familia.

La princesa y la guardaespaldas (Warmi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora