Capítulo 19

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Ana estaba tan furiosa que echaba humo por la nariz. Maldita cavernaria... ¿Cómo se atrevía a insinuar que ella pertenecía a Miguel?

De acuerdo, Mimi creía que estaba comprometida con el príncipe. Pero no lo estaba.
¡No lo estaba, maldita sea! Y nunca lo estaría.
Peor todavía... A sus veintisiete años seguía siendo virgen y la única mujer que podía cambiar eso la trataba como un objeto, igual que su padre.


¿Cómo era posible? Tenía algunas teorías para explicar su... frigidez, y ninguna incluía que fuera mujer de un solo hombre y viceversa.
La simple idea bastaba para revolverle el estómago. Lo último que quería era unirse a un hombre o mujer que la traicione como Mimi. Además, se parecía más a su padre de lo que hubiera creído posible.

No, no podía ser.

Había intentado salir con un par de chicos en la universidad, un año después de ver a Mimi por última vez, y el resultado no había sido precisamente favorable.
Las nuevas medidas de seguridad exigían que no ocultara su identidad real, y de esa manera no podía estar segura si los hombres la deseaban por sí misma.
Después de su pequeña rebelión y la consiguiente relajación de la seguridad, había intentado salir con otros chicos. Pero aun cuando estaba segura de que le gustaba a un hombre le quedaba un resquicio de duda. ¿Y si había sido contratado por su padre para vigilarla de cerca, igual que había hecho Mimi? Hasta la fecha, no podía estar segura al cien por cien de que sus citas hubieran sido honestas y verdaderas.
Lo cual explicaba esa inseguridad que preferiría no mostrar.

Además, la traición de Mimi había destruido su capacidad para confiar en las mujeres y en la sinceridad de sus deseos. Siempre había creído que necesitaría confiar en un hombre o una mujer para sentir lo que Mimi le había hecho sentir años atrás.
Pero esa teoría había saltado en pedazos porque, de todas las mujeres, no podía confiar en ella.
Y, sin embargo, no podía negar que la afectaba poderosamente. No
emocionalmente, desde luego. En todo caso a sus hormonas. Su corazón le estaba vedado a Mimi. Para siempre.


¿Qué significaba todo aquello para su condición virginal? ¿Nunca podría tener una relación sexual normal con un hombre o mujer?
Antes de que Mimi volviera a entrar en su vida se había convencido de que estaba muy bien sola y virgen. Pero eso fue antes de que esta despertara su lado más sensual. Seguía sin estar segura de poder confiar en esa faceta de su naturaleza, pero tenía que admitir que echaba de menos aquella parte de sí misma. Y no le importaba
lo que su madre tuviera que decir al respecto.
La posibilidad de que una mujer que la había traicionado hiciera estragos en su libido era del todo inaceptable. Una mujer que había tenido la osadía de insinuar que ella pertenecía al hombre que sus padres le habían elegido sin su consentimiento.


Oyó un gruñido y se dio cuenta de que lo había soltado ella. Era culpa de Mimi, quien tenía la habilidad para sacar lo peor de su carácter.
De ningún modo iba a permitirle que mantuviera secuestrada su sexualidad.
Pero ¿qué podía hacer ella para remediarlo? Ya sabía que no tenía sentido intentar nada con otro hombre. Al menos mientras su cuerpo siguiera reaccionando al de Mimi.
Siempre había pensado que si alguna vez volvía a enamorarse... algo que no deseaba especialmente después de la traición sufrida... el hombre al que amara le provocaría el mismo deseo sexual que Mimi.


Pero ahora se preguntaba si su atracción pendiente por Mimi no le estaría impidiendo sentir deseo o algo más por cualquier otra persona. Los recuerdos del placer que había experimentado con ella estaban escondidos en lo más profundo de su vergüenza. La primera vez en el lago, había estado tan cegada por la pasión y la lujuria que no se había percatado de la presencia de Javi en la orilla. Ni siquiera su médico la había visto tan desnuda desde que era una niña pequeña, y el hecho de que Javi casi hubiera visto sus pechos seguía causándole una profunda desazón.
Y después, la noche en que descubrió la traición de Mimi el placer sexual quedó para siempre asociado con el dolor emocional. Pero eso tenía que cambiar.


¿Cómo? Si se acostaba con Mimi y perdía los últimos vestigios de inocencia y castidad, tal vez pudiera superar las barreras mentales que la habían retenido desde que tenía diecinueve años.
Sabía que Mimi la deseaba, por tanto la única pregunta era: ¿cómo
conseguir que se acostara con ella cuando estaban más enfrentadas que nunca?
Podría intentar seducirla, pero aquello no le había servido la primera vez. Sólo había hecho falta una simple llamada telefónica para desbaratar sus planes y lo que ella pensaba que era una relación incipiente. Además, no le gustaban las maquinaciones ni las sutilezas. Prefería ser clara y directa para conseguir lo que quería, en vez de jugar a esas mentiras de las que Mimi aseguraba estar arrepentida.
Le dio vueltas y más vueltas a la cuestión hasta que un plan decente empezó a cobrar forma en su cabeza.


Mimi acabo de hablar con su secretaria por teléfono y apagó el ordenador.
Habían pasado tres horas desde el incidente con Ana en el cuarto de baño. La alarma seguía conectada, por lo que había preferido dejarla en paz mientras ella se ponía al día con el trabajo atrasado. Permanecer alejada de Ana era lo más seguro, pero pronto les llevarían el desayuno y tendría que desactivar el sistema de seguridad, lo que la acercaría peligrosamente a Ana. No parecía estar planeando una huida, pero era demasiado lista para mostrar sus intenciones.
Y después de lo que había pasado en el baño, tenía que admitir que no sabía lo que Ana pudiera estar pensando.


Nunca se habría imaginado que fuera a tocarla como lo hizo, y sólo de pensarlo tuvo un escalofrío. Nunca había estado tan cerca del orgasmo por un simple roce... incluso por una simple mirada. Deseaba tanto besarla que casi había sucumbido a su ruego, pero un resto de cordura la había detenido en el último momento. En cualquier caso, lo había fastidiado todo cuando le dijo que ella pertenecía al príncipe.

Sin embargo, la reacción de Ana a sus palabras no le había sorprendido tanto como la suya propia. Al pronunciarlas había sentido que dejaban un reguero de ácido en su boca, y el enojo de Ana no podía compararse al impulso que ella había tenido de matar a alguien... Al príncipe Miguel Ángel Muñoz, el hombre con el que el padre de Ana había concertado su matrimonio.


No debería haber aceptado aquel trabajo. Ocho años antes Ana había sacudido los cimientos de su mundo y ahora volvía a hacerlo. La situación era dramática y uno de sus pilares fundamentales corría serio peligro: la creencia de que Mimi Doblas no tenía corazón. Y que, en el caso de que lo tuviera, no iba caer en las redes de ninguna mujer.



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Muchas gracias por todos los votos como siempre, es increíble :)  

La princesa y la guardaespaldas (Warmi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora