Capítulo 26

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—Tres días —dijo Ana.

—Tres días —corroboró Mimi.


Entonces la besó y un caudal de emociones avivó las chispas de pasión que había prendido antes, hasta que todas sus células estuvieron ardiendo de deseo febril.
El roce de sus cuerpos desnudos en el agua era increíble. Ana se contoneo contra Mimi, descubriendo un montón de zonas erógenas mientras Mimi le recorría el cuerpo con las manos, abrasándole la piel con su tacto.

No se dio cuenta de que se estaban moviendo hasta que sintió el agua de la cascada sobre ella. Habían salido a la zona exterior de la piscina, pero a Ana no le importaba. Le resultaba maravillosamente natural... sin contar con el muro de tres metros que rodeaba el jardín y que el vecino más próximo estaba a medio kilómetro.
De modo que podía relajarse, al menos mentalmente, y abandonarse a las sensaciones que Mimi le provocaba. Todo su cuerpo gritaba de placer y deseo, y esa vez nada podría calmarla.

Mimi la desplazó por el agua, sin despegar los labios de los suyos, hasta que alcanzaron los escalones exteriores. Entonces la levantó en brazos y la sacó de la piscina.

—¿Adónde vamos?

Mimi asintió hacia una tumbona de hierro forjado bajo un dosel romano, en medio de la hierba esmeralda.

—Oh —murmuró Ana.

Mimi le sonrió con una expresión cálida e indulgente, pero Ana tuvo cuidado de no sacar conclusiones erróneas. No iba a volver a engañarse a sí misma.

La posó con cuidado sobre los cojines y le cubrió el cuerpo con el suyo.

—¿Te he dicho lo preciosa y sexy que eres, princesa?

—Creo que lo has mencionado alguna vez —respondió Ana con la voz cargada de deseo.

Mereces que te lo mencione más de una vez —dijo Mimi, besándola por el cuello y los pechos.

—Gracias... Tú eres la mujer más sexy que he conocido.

—Me alegra oírlo —murmuró, antes de atraparle un pezón entre los labios y empezar a lamerlo con avidez.

Ana intentó tocarla, pero Mimi le agarró las manos y las puso sobre el cabecero de la tumbona.

—No te muevas, princesa.

—Pero quiero tocarte...

—Accediste a dejar el control en mis manos.

—Ahí dentro. Ahora estamos fuera.

—Quiero que te agarres a la barra. ¿Lo harás por mí?

Ana no podía negarle nada, y tampoco quería hacerlo.

—Si.

Si las caricias de Mimi le habían parecido intensas, no podían compararse con lo que estaba a punto de experimentar. Mimi le acarició, lamió, mordisqueó y estimuló hasta el último palmo de su piel, dejándola temblorosa, jadeante y a punto de explotar. Entonces le separó las piernas con suavidad y se inclinó para llevar la lengua hasta la parte más íntima de su ser.

Ana alcanzó el clímax en cuestión de segundos y enseguida empezó a gestar otro. La lengua de Mimi le proporcionaba un placer incesante mientras su dedo exploraba el interior de su sexo. Sintió una presión punzante y un poco de dolor, pero el placer barría cualquier otra sensación. Entonces Mimi introdujo un segundo dedo y los presionó hacia el interior, hasta tocar la barrera virginal.
Un segundo orgasmo estalló en su interior en menos de un minuto. Mimi presionó un poco más y un dolor agudo se mezcló con la explosión de euforia y placer.

Cuando retiró los dedos los tenía manchados de sangre. Ana la vio a través de la neblina que empañaba sus ojos y supo lo que significaba. Mimi había roto su última barrera y la había reclamado como suya, como ningún otro hombre o mujer había podido hacer.
Una parte de ella que ni siquiera sabía que existía experimentó una alegría salvaje.

Mimi se movió hacia arriba hasta cubrirla con su cuerpo, pero en vez de penetrarla empezó a frotarse.

—¿Qué... cómo... qué...? —balbuceó Ana.

No podía articular una frase coherente, pero sabía que no era así como debía hacerse.
Salvo que la sensación era maravillosa, y Mimi también parecía estar disfrutando.
Su rostro estaba contraído en una mueca de éxtasis mientras sus embestidas iban ganando en fuerza y velocidad. El cuerpo de Ana llevaba tanto tiempo esperándolo que empezó a buscar un nuevo orgasmo, y cuando éste llegó, oyó cómo Mimi gritaba y sintió algo cálido y húmedo en el vientre.


Todo fue tan intenso que Ana sintió que iba a desmayarse, pero se aferró a los restos de conciencia para no perderse ni un momento de placer.
Mimi dijo algo contra su sien que ella no logró entender.

—¿Qué? —le preguntó en voz baja y aturdida.

Por un instante pareció que a Mimi le invadía el pánico, pero enseguida adoptó su expresión de siempre y negó con la cabeza.

—Nada.

—Si tú lo dices...

—Quiero hacerlo otra vez.

—Menos mal que tenemos tres días.

Una sombra cruzó fugazmente los rasgos de Mimi, antes de asentir.

—Sí.


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Mimi encontró a Ana en el salón, durmiendo con el cuerpo hecho un ovillo en el sofá de cuero. La había dejado sola mientras respondía algunos e-mails y hacía algunas llamadas, pero había apagado el ordenador sin leer todos los correos y había ignorado una llamada importante de Japón para ir a ver qué estaba haciendo Ana.


Se había convertido en una poderosa adicción. No sólo hacer el amor con ella, sino estar con ella.
Por primera vez en su vida, consideraba la posibilidad de estar enamorada. De una mujer comprometida con otro hombre... ¿Cómo podía ser tan insensata?



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Que paséis buena noche ;)

La princesa y la guardaespaldas (Warmi)Where stories live. Discover now