Capítulo 19

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POV Natalia

Nada más aterrizar, escribí a María para decirle que había llegado bien. Lo siguiente en mi lista de tareas era llamar a Marina para pedirle la dirección de Alba. Lo había hecho todo tan deprisa que no había caído en que no tenía ni idea de a dónde tenía que ir. Saqué el móvil y marqué.

-¿Natalia? – mi llamada la había pillado por sorpresa

-Hola Marina, perdona las horas – eran más de las diez de la noche – pero no te vas a creer dónde estoy. Necesito la dirección de tu hermana – Se quedó en silencio, probablemente intentando asimilar la noticia

-Hostia Natalia, ¡qué fuerte! – le iba a dar un infarto - ¿Qué coño haces en París?

-Una larga historia. Pero el resumen es – empecé a mirar en dirección a los taxis, intentando localizar uno – que he venido a darle una sorpresa a tu hermana y necesito la dirección

-Me va a dar algo – Marina gritaba, eufórica – Ahora mismo te la mando

Unos segundos después recibí el mensaje con la dirección, tal y como me había dicho. Unos siete u ocho taxis, todos de color gris, estaban apostados a las puertas del aeropuerto. Corrí ansiosa hacia uno de ellos. El conductor, un hombre más bien mayor y que parecía bastante simpático, metió mis cosas en el maletero sin dejar de sonreír en todo momento. Una vez dentro, le di la dirección y asintió, arrancando el vehículo y poniendo rumbo al lugar que le había indicado.

                     *    *     *

Tardamos unos 15 minutos en llegar. Hacía bastante frío y el cielo estaba ligeramente encapotado. El silencio que reinaba en aquel lugar sólo se veía interrumpido, esporádicamente, por el sonido de algunos gatos callejeros o el ladrido de algún perro. Miré el móvil para asegurarme de que estaba delante del edificio correcto. Y efectivamente, así era. Avancé temblorosa. De repente, la euforia que había sentido hasta el momento había dejado paso a los nervios y la inseguridad. No tenía ni idea de cómo iba a reaccionar Alba. ¿Y si le molestaba? ¿Estaría durmiendo y la despertaría? ¿Le jodería los planes mi visita? Respiré hondo, intentando tranquilizarme. Venga Natalia, no seas cobarde. Seguro que le encanta, y tú lo necesitas. Todo va a ir bien, me dije, dándome ánimos. Me ajusté el plumón y volví a coger aire, tirando del valor y la seguridad que aún me quedaban, y caminé hacia el portal. Para mi suerte, la puerta estaba abierta, evitando tener que llamar al telefonillo.

Parecía uno de esos edificios antiguos que, con el paso del tiempo, reformaban, pero conservando el encanto clásico del original. Mientras esperaba la llegada del ascensor me llevé la mano al piercing, moviéndolo de un lado a otro de forma casi compulsiva. Joder, estaba a punto de volver a ver a Alba. Era perfectamente comprensible que estuviera nerviosa. Por mi mente pasaban, a velocidad de vértigo, todas las posibles reacciones que podría tener la rubia al verme aparecer. La sorpresa estaba presente en todas ellas, pero el instante posterior variaba. En una de ellas, se enfadaba muchísimo; en otras, me recibía eufórica, besándome repetidas veces sin dejar de abrazarme.

Un breve y molesto chirrido indicó que el ascensor había llegado. Entré y pulsé el botón que correspondía al botón del tercer piso. Con una breve sacudida se puso en marcha. Golpeé el suelo con el pie de manera frenética, impaciente. En apenas unos segundos que se me hicieron agónicos, aquella caja volvió a detenerse. Era el momento.

Eché a andar arrastrando la maleta, saliendo a un pequeño y estrecho pasillo. 4 puertas idénticas se ubicaban a ambos extremos del mismo, y me dirigí a la que tenía encima una letra A. Iba a llamar al timbre cuando escuché un ruido un tanto extraño al otro lado. Agucé el oído intentando percibir algo de manera más clara. Algo caía al suelo haciendo bastante ruido. Luego, un grito y unos pasos dirigiéndose a la puerta. No sabía muy bien cómo reaccionar, así que esperé, temiendo que Alba saliese de un momento a otro. Me equivoqué. En tan sólo unos instantes, una figura salió del interior de la casa corriendo, tapándose la cara. No era capaz de reaccionar, por lo que aquella persona acabó chocando conmigo en la huida y trastabillando. Se giró durante una fracción de segundo, lo suficiente para confirmar mis sospechas. Sin prestarle más atención, me adentré en la vivienda corriendo, temiendo que algo le hubiese pasado a Alba. Las luces estaban encendidas, por lo que no me costó encontrarla. Estaba en el suelo de la cocina, llorando desconsolada, con los brazos enroscados en las piernas y la cabeza escondida entre ellas, mientras un gato de tamaño medio y color grisáceo miraba amenazante en dirección a la puerta con el pelo erizado.

Sinmigo Where stories live. Discover now