Capítulo 3.

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Sarah se quedó sin palabras. ¿Por qué? ¿Por qué había salido esa frase de sus labios?

Entonces, como si le hubieran activado un switch, recordó que había perdido su entrevista de trabajo; recordó que después de tantos intentos había perdido la oportunidad de un nuevo empleo que ayudaría a todos en casa.

Las lágrimas que tanto había estado reprimiendo Sarah durante varios días, al fin salieron despedidas de sus ojos y rodaron por sus mejillas. Al no querer mostrarse vulnerable ante sus hijos atónitos, subió corriendo hasta su habitación.

Al llegar, Sarah tomó asiento a los pies de su cama y rompió en llanto. Ahí se estaba liberando de toda la impotencia, el cansancio y la mortificación que el divorcio, la desaparición de su hermano y el estado de sus hijos le habían provocado.

De pronto, sus sollozos se apagaron al escuchar gritos ahogados de sus hijos. En ese instante, el corazón de Sarah comenzó a latir con fuerza y el miedo la invadió.

—¡¿EMILY?! ¡¿JUSTIN?! —llamó a sus hijos, mientras limpiaba sus lágrimas.

Al no escuchar una contestación, Sarah se puso de pie, e inmediatamente, hubo un apagón de luces en la casa y todo quedó a oscuras.

Aquello no podía ser nada bueno. Entonces, Sarah recordó el momento en el que había pedido que los goblins se llevaran a Toby y su deseo había sido cumplido.

No. No podía estar pasando otra vez. Sí, la experiencia en el laberinto había sido totalmente real. Pero la historia no podía estar repitiéndose otra vez. Después de todo, ella ya había vencido a Jareth, el rey de los goblins hace 25 años. ¿Cierto?

Con ayuda de la luz de la luna que se asomaba a través de la ventana, Sarah pudo ver dónde se encontraba su mesita de noche. Del cajón, tomó una pequeña linterna de mano, la encendió y, a pesar del temblor en sus manos, logró alumbrar su camino para bajar hacia las escaleras.

Un ruido, que provocó que Sarah se sobresaltara, anunció que algo se había roto; probablemente, la lámpara de la sala.

Mientras continuaba bajando las escaleras —lentamente, para evitar algún peligro— volvió a asustarse al escuchar vocecillas extrañas: goblins.

Finalmente, cuando Sarah llegó al primer piso, volvió a llamar a sus hijos:

—¿Justin? ¿Victoria? ¿Hijos, dónde están?

La pierna de Sarah chocó contra uno de los muebles, y en ese instante su miedo creció y sus sospechas se cumplieron, ya que repulsivos goblins salieron por todas partes. Los pequeños, salieron debajo de los sillones, de la alacena de la cocina y de entre las macetas. Por otro lado, los más grandes salieron de las esquinas de las columnas de la sala.

Todo se estaba repitiendo. Todo estaba ocurriendo una vez más.

Los goblins se estaban acercando a Sarah, y ésta a su vez gritaba.

La mujer comenzó a caminar en reversa, cuando se tropezó y cayó sentada en uno de los sillones. Al hacerlo, dejó caer la linterna que tenía en la mano.

Los goblins seguían avanzando hacia ella, hasta que una de las ventanas comenzó a vibrar. En ese momento, Sarah y los goblins detuvieron su atención en la ventana y, a pesar de que no podían ver nada por la cortina que cubría, buscaban encontrar algo.

Sarah dió un respingo al percatarse de que la ventana había sido abierta y que las cortinas habían dado pasó a una lechuza blanca. Cuando aquello ocurrió, los goblins volvieron a esconderse en donde se encontraban en un inicio.

—Oh no... —murmuró Sarah, al saber de quién se trataba aquella lechuza.

El animal voló hacia la cocina y Sarah se puso de pie, intentando buscarlo con la mirada.

En eso, de la cocina salió él: Jareth, el mismísimo rey de los goblins.

Jareth caminó elegante y lentamente hasta quedar frente a una aterrada e incrédula Sarah.

El rey de los goblins se veía tal y como Sarah lo recordaba: majestuoso y desafiante. Aún tenía su largo y rubio cabello enmarañado; aún poseía esos ojos penetrantes y distintos; aún se vestía con ropas y capas oscuras; y aún llevaba esa sonrisa peligrosa y sarcástica en sus labios.

—J-Jareth... —Cuando Sarah balbuceó su nombre, el rey soltó una risita silenciosa y burlona. Le agradaba mucho causar ese impacto en la mujer—. N-no... N-no es posible.

Sin embargo, Jareth no contestó, simplemente se quedó mirándola.

—¿Q-qué...? —Sarah tomó valor y volvió a hablar—: ¿Qué estás haciendo aquí?

Jareth volvió a reír.

—Oh, ¿no lo sabes? —cuestionó el rey de los goblins. Al no obtener una respuesta inmediata por parte de ella, continuó—: Nuevamente, y después de tanto tiempo, me tienes aquí obedeciendo tus peticiones.

—Devuélvemelos, por favor. Todo fue un error.

—¿En serio? —Jareth comenzó a pasearse alrededor de Sarah antes de mirarla y mostrar una de sus sonrisas malvadas—. Te veías muy convencida cuando dijiste las palabras.

—¡Por favor, te lo suplico! —rogó Sarah, impaciente—. ¡Devuélveme a mis hijos!

—¡Sarah! —Jareth la hizo callar, antes de proseguir—: Vine desde muy lejos para complacerte y ya hice lo que pediste. Me llevé a los niños a mi castillo, ¿y ahora te retractas? Lo lamento, pero no puedo hacer nada más por tí.

—¡Te lo ruego! ¡Por favor, devuélveme a mis hijos!

—¡Basta de súplicas, Sarah! A pesar de que en nuestro anterior encuentro te atreviste a desafiarme y a rechazarme, en el presente sigo haciendo cosas por tí.

—Lo sé. Pero he cometido demasiadas equivocaciones. Nunca fue mi intención que realmente te llevaras a Toby, y mucho menos que te llevaras a mis hijos. No--

—No obstante, pediste que nos lleváramos a los tres —interrumpió Jareth.

—¡Pero fue un error! ¡Por favor! —pidió Sarah, nuevamente al borde del llanto.

Jareth analizó a Sarah con la mirada durante algunos segundos, y después habló:

—De acuerdo. Tú ya conoces el juego.

—¿D-de qué hablas? —preguntó Sarah, confundida.

—Me extraña, Sarah. Te creía más inteligente —comentó Jareth, burlón.

—Por favor, dime las cosas sin rodeos.

El rey de los goblins bufó.

—Así como rescataste a tu hermano, debes rescatar a tus hijos.

—¿Otra vez debo cruzar ese horrible laberinto?

—¡Te estoy dando una oportunidad, a pesar de que no la mereces! —Jareth se calmó por unos segundos y continuó—: ¿Quieres recuperarlos? Entonces ya sabes qué hacer.

—P-pero--

—Ya conoces las reglas del juego, ¿no es así, Sarah? —Antes de que la mujer pudiera responder, Jareth contestó—: Tienes trece horas para resolver el laberinto y llegar al castillo.

Jareth comenzó a caminar hasta la puerta principal de la casa y Sarah lo siguió.

—Si no llegas a tiempo, tus hijos se quedarán en mi castillo y vivirán transformados como goblins por el resto de sus días —anunció Jareth, antes de abrir la puerta, salir por ella y volver a cerrarla.

—¡Espera--! —Sarah no pudo terminar, ya que Jareth se había ido.

La mujer dudó por un momento, pero abrió la puerta y ante ella se encontraba el inmenso laberinto de Jareth.

Sarah caminó un poco, y al voltear hacia atrás, se percató de que su casa ya había desaparecido. Entonces, dirigió su vista hacia el frente y suspiró profundamente.

—¿Qué tal, viejo amigo? —se dirigió al laberinto—. Luces igual que la última vez que estuve por aquí.

Return to the Labyrinth | LabyrinthWhere stories live. Discover now