Capítulo 12.

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Cuando Sarah y sus amigos llegaron a una parte de bosque en el laberinto, se sorprendieron. Ya que, aunque afuera aún brillaba el sol, muy poca luz se filtraba a través de las grandes ramas de los árboles.

Tal vez habían quedado ciscados después de las emociones fuertes de los retos anteriores, porque cada vez que alguien pisaba una rama seca, todos se sobresaltaban y se ponían alerta.

De pronto, un gruñido provocó que Sarah, Hoggle y Sir Didymus se sobresaltaran.

¿Acaso había una bestia feroz acechándolos de cerca? Porque claro, el gruñido se había escuchado a sus espaldas.

Cuando los amigos voltearon, simplemente vieron a Ludo, quien los miraba confundidos. Pronto, los otros tres también estaban como el gran monstruo: confundidos.

Entonces, el gruñido volvió a hacerse presente, y Sarah soltó una risita al saber que aquel sonido no se trataba de una bestia, sino del estómago de Ludo.

Hambre —indicó el monstruo, apenado.

—Ahora que lo dices, yo también me siento un poco hambrienta —dijo Sarah, apenada.

—Ya somos tres —aceptó Hoggle.

—Cuatro —agregó Sir Didymus.

Sueño —dijo Ludo, entrecerrando los ojos.

Sarah sacó el reloj de bolsillo, y notó que aún les quedaban horas de sobra.

—Bueno —comenzó la mujer—, creo que podríamos descansar un rato.

—Buena idea —comentó Hoggle.

Sarah, Hoggle y Ludo se agacharon en el suelo y se recostaron cerca de hojas caídas. Por otro lado, Sir Didymus se quedó de pie y anunció:

—No os preocupéis, amigos míos. Podéis reposar mientras yo salgo en busca de víveres.

Después de hablar, Sir Didymus comenzó a caminar y, poco a poco, se alejó.

Ludo no tardó en quedarse dormido, y Hoggle no demoró en alcanzarlo. A pesar del cansancio que invadía a Sarah, le preocupaba quedarse dormida también y que algo le pasara, después de todo, con las trampas de Jareth nada era seguro.

La mujer se dedicó a cuidar de sus amigos mientras dormían, y pensaba en sus hijos.

¿Qué estarían haciendo en esos momentos? ¿Estarían bien? ¿Acaso el Rey de los goblins se habría atrevido a ponerles una mano encima? Entre tanta preocupación, los ojos de Sarah terminaron por cerrarse lentamente.

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—¡Mi Lady! ¡Sir Hoggle! ¡Hermano mío! ¡He encontrado alimento!

Al escuchar la aguda voz de Sir Didymus, Sarah abrió los ojos y se incorporó. ¿En qué momento se había quedado dormida?

Poco a poco, se escucharon bostezos y quejidos por parte de Ludo y Hoggle, los cuales también habían despertado.

Ante los tres, se hallaba un Sir Didymus emocionado y un poco sobresaltado, sin nada en las manos.

—¿Que no dijiste que encontraste comida? —cuestionó Hoggle.

—Y lo he hecho —confirmó Sir Didymus.

Sarah miró a los lados de la criatura, en busca de los alimentos que había dicho encontrar. Sin embargo, ni había nada a la vista.

—¿Dónde está la comida, Sir Didymus? —preguntó la mujer, confundida.

—Oh, es que... Verán, los víveres que he encontrado son... inmensos. Necesito de vuestra ayuda porque yo solo no puedo transportarlos —declaró Sir Didymus.

Los tres que se habían quedado a dormir, estaban confundidos. ¿Qué podría haber encontrado Sir Didymus? Pero, cuando el estómago de Ludo volvió a rugir, y a éste se unió el estómago de Hoggle, decidieron seguir a Sir Didymus.

—De acuerdo. Guíenos —dijo Sarah, antes de que todos empezaran a caminar por dónde iba el pequeño caballero.

Después de andar por el bosque por un rato y escalar unas cuantas rocas, los cuatro amigos llegaron frente a lo que parecía ser un gigantesco nido con cinco enormes huevos moteados. Hoggle, Ludo y Sarah estaban atónitos.

—¡Vaya! —exclamó Sarah—. No mentía cuando dijo que la comida era inmensa.

—Bien, tomemos la comida —indicó Hoggle, antes de caminar hacia el nido.

Los huevos medían alrededor de medio metro de altura y pesaban bastante. Por lo que cuando Sarah, Hoggle y Sir Didymus seleccionaron un huevo cada uno, en lugar de cargarlo optaron por rodarlo; a Hoggle y a Sir Didymus les costaba trabajo trasladar el huevo, en especial al último. Mientras tanto, Ludo tomó los dos huevos restantes —uno en cada mano— y comenzó a seguir a sus amigos.

Todos detuvieron sus movimientos cuando el suelo a sus pies, comenzó a vibrar por segundos.

—¿Qué pasa? —dudó Hoggle.

Como si fuera una respuesta, un terrible rugido se escuchó a sus espaldas, moviendo una ligera brisa que les puso la piel de gallina.

Al voltear despacio, se toparon con un gigantesco y monstruoso dragón grisáceo, que les mostraba sus horribles y enormes colmillos amarillentos.

—¡CORRAN! —exclamó Hoggle.

En ese momento, los cuatro se separaron y comenzaron a huir lo más rápido posible, mientras seguían rodando sus huevos.

Un calor abrasador inundó el ambiente, cuando el dragón comenzó a escupir fuego a sus alrededores.

Sarah se vio obligada a detenerse cuando notó que el huevo que rodaba con sus manos comenzaba a quebrarse.

La mujer estaba consternada por lo que estaba pasando, pero en un instante el dragón la alcanzó y se detuvo frente a ella, provocando que el suelo temblara nuevamente.

En el momento en el que el cabello de Sarah voló, un olor hediondo invadió su nariz y un rugido se hizo presente, Sarah temió que hasta allí llegaría su viaje en el laberinto.

De pronto, un pedazo de cascarón moteado cayó al piso y una pequeña cabeza se asomó por el orificio del huevo: un dragón bebé.

Sarah vio que el dragón no se percató de esto, y el monstruo estaba a punto de abalanzarse sobre ella. Entonces, gritó:

—¡ALTO!

Sorprendentemente, el dragón se quedó quieto y no la atacó. Entonces, Sarah hizo un gran esfuerzo para levantar el huevo y, cuidadosamente, dejarlo frente al dragón.

En ese momento, el huevo terminó de quebrarse por completo, y el bebé dragón salió volando con dificultad hasta llegar al gran dragón. Cuando el bebé alcanzó a la criatura, el gran dragón acarició suavemente al pequeño con su cabeza.

—Esos huevos... son tus bebés, ¿no es así? —preguntó Sarah.

Y como si el dragón pudiera entenderla, alzó la mirada a la mujer y asintió lentamente.

—¡Hoggle! ¡Sir Didymus! ¡Ludo! ¡Vengan, es seguro!

En poco tiempo, los amigos de Sarah llegaron hasta a ella temerosos, al notar la presencia del imponente dragón.

—Dejen en el piso los huevos —indicó Sarah, antes de que sus amigos hicieran lo que les había pedido.

Cuando los tres dejaron los huevos, los cuatro se quebraron y de ahí también salieron otros dragones bebés, que también volaron hasta su padre.

El dragón volvió a hacer contacto visual con Sarah, inclinó su cabeza ante ella y salió volando acompañado de sus hijos.

—Tal vez encontremos un huerto con frutos en el camino —dijo Sarah.

—Será mejor que busquemos algo comestible que no esté vivo —comentó Hoggle.

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¡Hola, queridos amigos! Espero que estén disfrutando de la historia. ¿Qué opinan? ¿Les gusta? Si es así, por favor háganmelo saber con sus bellos votos y comentarios, y así sabré que les agrada la historia. ¡Buen día! Y recuerden, cada día hay un nuevo capítulo.

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