Capítulo 15.

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Justin y los goblins se encontraban recostados sobre el piso, quejándose.

El niño y sus nuevos amigos habían acabado con todos los postres y golosinas del lugar, y ahora los molestaba el dolor en el estómago. Además, les dolían las piernas por haber brincado y corrido tanto.

—Estoy muy cansado, y extraño a mi mami —comentó Justin.

Nadie dijo palabra alguna. Lo único que fue audible, fueron los gruñidos que provocaban los estómagos del pequeño y de los goblins. Y para aquellas criaturas no era bueno que el niño empezara a pensar en su madre.

—Y ahora tengo sueño —expresó Justin, mientras se tallaba los ojos.

Ahora que había cambiado de tema, los goblins agradecieron el hecho de que el niño tuviera pensamientos volubles.

El goblin más grande del grupo se levantó del suelo y caminó hacia la enorme pila de juguetes apilados en una esquina. Prosiguió a tomar un gran oso de peluche, regresar a donde se encontraban todos y darle el juguete a Justin.

—Úsalo como almohada y duerme —indicó el goblin.

Justin apreció el gesto, pero no estaba convencido del todo.

—Gracias, pero prefiero dormir en una camita. El piso es muy duro —explicó el niño—. ¿No hay una puerta para regresar al castillo?

Los goblins se miraron entre sí; estaban apanicados. El mundo en el cristal, que había creado el rey, no contaba con una cama y parecía que la decisión del pequeño era final. No obstante, tenían instrucciones específicas de mantener al niño ocupado.

—No hay ninguna puerta —contestó un goblin rechoncho.

—¡Pero yo quiero volver al castillo! ¡Tenemos que regresar! —repitió Justin.

En ese momento, el niño corrió a los extremos del cuarto en busca de alguna salida, y al no encontrar nada, volvió a correr hacia otra esquina.

Cuando Justin creyó que todo estaba perdid, que era momento de romper en llanto y que jamás podría salir de aquel lugar, miró con atención el muro que tenía frente a él; se dió cuenta de que parecía un espejo.

Fue así que una idea le pasó por la cabeza. Su madre siempre le había advertido que tenía que tener cuidado con las cosas, en especial con las peligrosas como el vidrio. Justin dudó en llevar a cabo su plan, pero desde su perspectiva se trataba de una cuestión de vida o muerte; decidió que si en un futuro se llegaba a enterar Sarah, tendría bien justificada la razón de lo que haría a continuación.

Justin miró hacia sus compañeros goblins —que seguían quejándose en el suelo— y se acercó a ellos.

Se inclinó, le quitó el casco metálico y puntiagudo al goblin más pequeño, y lo lanzó con todas sus fuerzas hacia el primer muro que encontró. Cuando el niño escuchó el impacto, se cubrió el rostro por precaución.

Después de unos segundos, se quitó las manos de la cara y vio que la pared estaba empezando a craquelarse.

—¡NO! —exclamaron los goblins, cuando descubrieron las intenciones del pequeño.

Las criaturas se esforzaron por levantarse e impedirlo, pero era demasiado tarde, ya que Justin había vuelto a tomar el casco, lanzarlo con más fuerza contra el muro y echarse al piso en posición fetal.

El niño escuchó como se quebró el cristal, los goblins comenzaron a gritar y Justin terminó incorporándose —aún cubriéndose el rostro por miedo a lastimarse— cuando percibió viento en su rostro y notó que estaba flotando en el ambiente.

Delicadamente, Justin y los goblins descendieron hasta el suelo del salón del trono. Y cuando el niño sintió que ya tenía los pies sobre una superficie sólida, se destapó los ojos lentamente.

Jareth —que miraba el gran reloj de la pared desde el trono— se percató de la presencia de Justin y de sus goblins y, furioso, se levantó y se dirigió hacia sus atolondrados súbditos.

Mientras Justin recorría el salón —incrédulo y alegre, porque su plan había funcionado—, Jareth se puso en cuclillas a la altura de los goblins y éstos se mortificaron, ya que notaban el enojo en la mirada de su rey.

—¡¿Qué sucedió?! —le susurró Jareth a uno de los goblins, jalándolo de la oreja.

—El... El.... El pequeño se... Sentía algo cansado —explicó el goblin, con dificultad—. Quería dormir en una cama... Así que... Se desesperó porque quería salir de ahí... Tomó mi casco y lo usó para romper el cristal.

Después de meditar la respuesta del goblin, Jareth liberó la oreja del goblin bruscamente, se levantó y caminó hacia Justin.

El niño estaba frente a la ventana, mirando la impresionante ciudad y el imponente laberinto que se veía a lo lejos.

—Justin —habló Jareth.

El pequeño volteó, se topó con el Rey de los goblins y le sonrió.

—Hola, Jareth —saludó alegremente.

—¿Veías la ciudad? —preguntó el rey.

—Sí, y también un enorme laberinto.

—¿Te gusta? —Jareth sonrió de manera extraña.

—Sí, mucho —contestó el niño, entusiasmado.

—Tal vez pueda llevarte a conocer los dos lugares.

—¿En verdad? —dudó incrédulo, con los ojos muy abiertos.

Jareth asintió, y ambos se quedaron en silencio.

—¿Tan rápido te hartaste de los juegos y los postres? —cuestionó el monarca.

—No es que me haya hartado —explicó Justin, apenado—. Jugué, salté y corrí tanto que me dolían mucho las piernas. Después, comí demasiados dulces que me dolió mi pancita. Y luego, me dió sueño, pero no podía dormir en el suelo porque es muy duro y frío.

—Ya veo. ¿Y aún tienes sueño?

—Ahora ya no tanto —contestó Justin, jugando con las mangas de su suéter.

—¿Y qué me dices de tus dolores? ¿Aún te molestan las piernas o el estómago?

—Ya no me duele nada.

Jareth miró al sonriente niño, y pensó en cómo podría mantenerlo entretenido ahora. Entonces, algo se le ocurrió y habló:

—Dime Justin, ¿te gustaría ver algo asombroso?

—¡Sí! ¿Qué cosa? —preguntó el niño, aún con una sonrisa en los labios.

—Ya lo verás.

Jareth le ofreció la mano a Justin, y éste a su vez la tomó. Así, el Rey de los goblins empezó a guiar a Justin y salieron del salón del trono.

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