Capítulo 22.

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Al abrir los ojos con dificultad, Sarah despertó en un extraño salón. A su alrededor, encontró peculiares ornamentos, un gran hueco en el suelo, unas cuantas ventanas y un gran trono. Supuso, qué aquel debería ser el salón de Jareth.

La mujer se dió cuenta de que yacía en el suelo, por lo que —con fuerzas— se puso de pie y empezó a recorrer el lugar lentamente.

El espacio se hallaba sumamente vacío, y cada vez que ella daba un paso se producía un gran eco en los alrededores.

De pronto, algo llamó la atención de Sarah: un gran reloj de 13 horas colocado sobre uno de los muros. En ese momento, ella se acordó de su reloj de bolsillo.

Desesperada, comenzó a buscarlo y al tenerlo finalmente en sus manos vio que su tiempo había acabado. Frustrada, Sarah arrojó con todas sus fuerzas el reloj y después de que éste se estrellará, salió corriendo del salón.

—¡¿Emily?! ¡¿Justin?! —exclamó preocupada.

Parecía que no había nadie en el castillo, ya que el eco seguía haciéndose presente.

—¡¿JUSTIN?! ¡¿EMILY?! —Sarah volvió a llamar a sus hijos, con un volumen de voz más fuerte, mientras se movía por los corredores del castillo.

De pronto, una melodía oxidada se escuchó. Fue así, que Sarah decidió seguir el camino de la música.

Finalmente, llegó a un viejo salón de baile. La mujer entró y a medida que avanzaba, se dió cuenta de que el lugar estaba lleno de polvo y de telarañas.

Mientras Sarah admiraba los detalles, candelabros y muebles del salón, el polvo le provocó algo de tos.

Aquel lugar le parecía bastante familiar y no tenía idea de por qué.

—¿Recuerdas este salón? —Una voz masculina a sus espaldas, provocó que Sarah diera un respingo y soltara un grito ahogado. Al voltear, se topó con Jareth, que recorría el espacio despreocupado. Así, éste siguió hablando—: No volvió a usarse después de aquella vez en la que compartimos un baile juntos.

El Rey de los goblins mostró una sonrisa maligna y de picardía, y ella se limitó a guardar silencio y a fruncir el ceño.

—¿Cómo te sientes, Sarah? —preguntó Jareth, mirándola a los ojos y caminando hacia ella—. Ese dardo era algo fuerte, ¿no lo crees? —Él soltó una risita burlona.

—Devuélveme a mis hijos —dijo Sarah, con extrema seriedad, y con un tono algo amenazante.

—¿Que no viste que el tiempo finalizó?

—Si no hubieras puesto trampas en cada tramo del laberinto, si no hubieras cambiado el entorno y si tus guardias no me hubieran disparado con un dardo habría llegado mucho antes.

Jareth —que se encontraba caminando alrededor de Sarah como si fuera un ave de rapiña— lanzó un suspiro.

—¡Por favor! —soltó el Rey, con burla y frustración—. Aún así, te las apañaste para que tus amiguitos te ayudaran con cada uno de los desafíos y conseguiste a un dragón como transporte personal.

—Y hablando de él, ¿qué fue lo que le hiciste? —cuestionó Sarah molesta.

—¿Disculpa? —Jareth dejó de ver sus manos, para dirigir su atención a la mujer frente a él.

—El dragón que encontramos en el bosque. ¿Qué le hiciste? ¿Por qué tiene tanto miedo?

Jareth volvió a reír.

—¡Responde! —insistió Sarah furiosa, ante el cinismo del rey.

El monarca dejó de pasearse hasta quedar enfrente de Sarah y contestó:

—Hace un tiempo, los goblins y yo nos llevamos a su pareja. Por eso tiene miedo.

—No tienes corazón —bufó Sarah, apretando los puños.

Jareth soltó una carcajada.

—De ese modo, el dragón aprenderá a respetarme. Sabe que si ataca mis territorios, el dragón hembra sufrirá las consecuencias. Y sabe que conocemos su ubicación y podemos acabar con sus crías también.

—Desgraciado.

—Fue un movimiento muy inteligente, y al parecer la criatura ha aprendido la lección —Jareth hizo una pausa para mirar desafiante a Sarah—. A diferencia de tí.

—¿En dónde están mis hijos? —insistió Sarah, apretando los dientes.

—No tan rápido, querida —indicó el Rey de los goblins, deteniendo a Sarah con su mano—. Primero tengo una sorpresa para tí.

Jareth tronó los dedos, y ante ellos se apareció un goblin con armadura oscura.

Sarah no entendía el juego del rey, hasta que éste volvió a tronar los dedos y el goblin tomó una apariencia humana y sumamente conocida para la mujer.

—¡Toby! —exclamó ésta, antes de correr hasta los brazos de su hermano.

—¡Sarah! Te eché de menos —comentó el joven, antes de separarse.

—También yo —Sarah limpió las lágrimas que se le habían escapado, antes de seguir hablando—: Eso significa que... Todos estos años fuera, ¿en realidad estabas aquí?

—Así es. Desde que era pequeño, nunca olvide este sitio y siempre me gustó.

Sarah tomó las manos de su hermano.

—Toby, debes volver conmigo. ¿Qué hacías convertido en goblin? —cuestionó preocupada.

—No, Sarah. Así me siento mejor. Yo le pedí al rey que me transformara —respondió él, zafándose de las manos de la mujer.

—Toby, por favor. Yo nunca dejé de luchar por tí. Y estoy segura de que si regresas, papá y tu mamá estarán muy contentos.

—No lo creo. Cuando crecí y me mudé lejos de casa, dejé de importarles a ellos.

—Eso no es verdad —Sarah sabía que Toby tenía razón, y aún así comentó algo diferente, porque tenía la esperanza de que su hermano podría volver a casa.

—Basta, Sarah. Si yo hubiera hecho mi vida y me hubiera casado con Bethany antes de la separación, estaría más lejos y tampoco les interesaría a mis padres.

—Pero, Toby...

—¡No, Sarah! Aquí soy muy feliz y no volveré. ¿Me oyes? ¡No me obligarás a volver!

En ese instante, Toby volvió a convertirse en goblin, y Sarah sintió que en cualquier momento podría volver a llorar. Tal vez su hermano ya era un caso perdido, pero sus hijos no.

—Mis hijos —Sarah tomó fuerzas y se dirigió a Jareth—. ¿En dónde están?

El Rey de los goblins volteó a ver a la mujer, con una sonrisa sarcástica.

—¿Qué pasa con ellos? ¿Emily y Justin desaparecieron? —cuestionó Toby, quién aún no había abandonado el salón y tomó interés y preocupación al escuchar sobre sus sobrinos.

—Descuida, ahora los verás —indicó Jareth, aún sonriendo.

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