Capítulo 13.

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Como si sus plegarias hubieran sido escuchadas, los cuatro amigos se toparon con un manzano, o lo que parecía serlo.

Todos dudaban si deberían probar alguno de los frutos, ya que creían que tal vez podría tratarse de una trampa y terminarían envenenados.

Entonces, Sir Didymus dijo:

—Yo haré el sacrificio por el equipo.

Después, prosiguió a saltar y usar su espada para bajar una de las manzanas, cortarla y probarla.

Dos minutos más tarde, se dieron cuenta de que Sir Didymus estaba bien, por lo que decidieron comer de esas manzanas.

Y después de haber adquirido energía para continuar, llegaron hasta un camino que parecía una especie de selva gigante con plantas enormes.

Los cuatro se detuvieron, cuando comenzó a llegar hasta ellos un viento muy fuerte y se hicieron audibles sonidos que —para Sarah— parecían helicópteros.

Al voltear hacia arriba, vieron un grupo de moscas —las cuales tenían el tamaño de perros San Bernardo— que huían hacia la dirección contraria a ellos.

—¡Qué extraño! —comentó Hoggle, mientras seguían su camino.

De pronto, comprendieron todo; ante ellos se encontraban tres plantas carnívoras, del tamaño de un edificio.

Sarah, Sir Didymus, Hoggle y Ludo empezaron a correr, cuando una de las plantas tomó a la mujer con sus hojas. Después, otra planta tomó al enano y otra al monstruo.

Sarah, Hoggle y Ludo peleaban lo más que podían para evitar ser comidos por las plantas, que ya los tenían levantados a pocos metros de sus horribles bocas.

Sir Didymus —que se había escondido atrás de un arbusto— pensó que su oportunidad para rescatar a sus amigos había llegado.

Así que corrió para impulsarse, dió un gran salto y con su espada comenzó a cortar los tallos de las plantas que sostenían a sus amigos.

En el momento en el que fueron perdiendo sus tallos, las plantas soltaron un chillido estremecedor y fueron encogiéndose hasta llegar a su tamaño original: pequeño.

Cuando Sarah, Hoggle y Ludo cayeron al suelo, se incorporaron y fueron hasta Sir Didymus.

—¡Nos salvaste! —exclamó Hoggle.

—Sabía que lo haría, Sir Didymus —comentó Sarah, mientras lo envolvía en un abrazo de agradecimiento.

¡Hermano! —comentó Ludo, sonriente.

Sir Didymus se sintió feliz y orgulloso al haber sido felicitado.

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Jareth se encontraba en el trono, observando a Sarah y a sus compañeros desde una gran esfera de cristal.

El Rey de los goblins estaba furioso, ya que los cuatro habían logrado librar cada obstáculo que él ponía.

Volteó a ver el gran reloj de 13 horas que estaba sobre uno de los muros del salón del trono y se percató de que aún le quedaban ocho horas a Sarah.

El monarca se levantó del trono y comenzó a caminar de un lado a otro, como león enjaulado. Se sentía mortificado y molesto.

Jareth se detuvo, miró el cristal que aún estaba en sus manos y lo arrojó hacia una de las ventanas; segundos después se escuchó un estruendo que venía de abajo, ya que el cristal se había estrellado.

—¡No vas a ganar, Sarah! ¡No estás destinada a ganar! —exclamó éste.

Después de calmar sus nervios, el rey caminó hasta la ventana y miró su ciudad y su laberinto.

Algo llamó su atención mientras observaba la vista, y una idea oscura llegó a su mente.

Entonces —con una sonrisa maliciosa en los labios— se encaminó hacia su trono.

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