Capítulo 10.

379 33 7
                                    

Cuando todo ya se había despejado, los cuatro amigos pudieron salir del oblivio.

Afortunadamente, habían retomado un camino común del laberinto.

—Creo que... Es la primera vez que me enfrento cara a cara con el rey —comentó Sir Didymus, asombrado.

—Anteriormente, ¿no te habías topado con él? —preguntó Sarah.

—Jamás, mi Lady.

—Y tuviste miedo —aseguró Hoggle.

—¿Miedo? ¿Yo? ¿A quién llamáis miedoso? —dudó Sir Didymus.

Hoggle simplemente rio, antes de comentar:

—Yo solía temerle. Bueno, aún le temo un poco. Así que no te avergüences.

Antes de que Sir Didymus tuviera oportunidad de replicar, una gran cantidad de neblina comenzó a esparcirse por el lugar. Finalmente, aquella niebla terminó por complicarles la visión a Sarah y sus compañeros.

—¿Qué...? ¿Qué sucede? —cuestionó Sarah, mientras abanicaba con sus manos para intentar disipar la neblina.

—¿Mi Lady? ¿Sir Hoggle? ¿Sir Ludo? ¿Dónde estáis? —La voz de Sir Didymus se escuchaba lejos. ¿Hasta dónde habría llegado?

¿Amigos? —Ludo habló, y él también parecía no estar cerca.

—¿Dónde están? —preguntó Hoggle, quien también se oía desde otra dirección.

A pesar de que no sabía por dónde iba, Sarah intento caminar en dirección a dónde había escuchado las voces de sus amigos.

De pronto, se escuchó un grito de Hoggle. Segundos después, un rugido de Ludo y al poco tiempo, una exclamación de Sir Didymus.

Sarah se mortificó. ¿Qué le habría pasado a sus amigos?

—¿Ludo? ¿Hoggle? ¿Sir Didymus? —llamó Sarah, pero no obtuvo respuesta alguna.

La mujer dió algunos pasos, y se resbaló. Cuando acordó, terminó de la cintura para abajo dentro de un estanque. Hoggle, Sir Didymus y Ludo también estaban dentro de él, y ahora que la neblina quedaba arriba de sus cabezas ya podían ver bien el panorama en el que se hallaban.

Sir Didymus y Ludo podían flotar para no hundirse pero, a pesar de eso, el agua que llenaba el estanque era muy densa y los movimientos eran difíciles de hacer.

Del otro lado del estanque, vieron una criatura alta y con capucha, que caminaba encorvado frente al cuerpo lacustre. Aunque la criatura llevaba una gran caja en sus manos, Sarah pensó que podría ayudarlos a salir, así que gritó:

—¡AYUDA, POR FAVOR!

En ese momento, la criatura giró hacia ellos y se quitó la capa. Eso no estaba bien, y los amigos se percataron de ello cuando el ser se quitó la máscara y reveló su verdadera identidad: Jareth.

Cuando los cuatro se percataron de ello, el miedo y la inseguridad los invadió. ¿Ahora qué tormento tendría planeado el Rey de los goblins?

Jareth se acercó al lago, abrió la caja que tenía en las manos y la inclinó hacia el frente.

De la caja, comenzó a salir una gran cantidad de pirañas, que empezaron a nadar hacia Sarah y sus amigos.

—¡Tengan mucho cuidado! —advirtió Jareth—. Estos pequeños monstruos no han sido alimentados en semanas y están realmente hambrientos.

En menos de diez segundos, Jareth desapareció dejando a los cuatro amigos a merced de las peligrosas pirañas.

Cuando los animales comenzaron a nadar hacia los cuatro compañeros, éstos a su vez empezaron a alejarse lo más pronto posible.

De pronto, Sir Didymus dejó de nadar para huir y se dirigió hacia donde circulaban las pirañas.

¡Hermano! —gritó Ludo, al notar lo que estaba sucediendo.

—¡Sir Didymus, no! —exclamó Sarah, cuando también se percató.

Sin embargo, Sir Didymus ignoró las advertencias y continuó acercándose a las pirañas.

—¡Alto, demonios acuáticos! —Sir Didymus se dirigió a las pirañas—. Yo he venido a deteneros.

Las pirañas, a pesar de que aún estaban un poco lejos siguieron avanzando, cuando Sir Didymus comenzó a buscar entre su ropa.

—Y ahora me pregunto, ¿en dónde habré dejado mi espada? —cuestionó éste, en voz alta—. ¡La necesitaré para acabar con vosotros!

Las pirañas no le daban importancia a las advertencias de Sir Didymus. De hecho, parecía que habían entendido lo que él les había dicho, ya que ahora avanzaban furiosas y a una velocidad mucho más rápida.

Al observar lo que pasaba y luchando contra la pesadez del agua, Sarah logró nadar hasta Sir Didymus y llevárselo con ella antes de que las pirañas pudieran alcanzarlo.

¡Sarah! ¡Hermano! —exclamó Ludo.

Las pirañas cada vez estaban más cerca, y Hoggle, que había llegado más lejos junto con Ludo, gritó:

—¡Sarah, corran!

Mientras la mujer nadaba y llevaba a Sir Didymus con ella, notó una rara alga marina, que se asemejaba a una rama de árbol. Al tomarla y dar un vistazo hacia atrás, notó que las pirañas miraban el alga. Entonces, a Sarah se le ocurrió una idea.

La mujer tomó el alga y la lanzó lo más lejos que pudo. En ese momento, el grupo de pirañas cambió su dirección hacia donde había llegado el alga marina.

Deben estar muy hambrientos como para decidir ir por el alga en lugar de nosotros, pensó Sarah.

Cuando los animales se alejaron, Sarah y Sir Didymus basaron hasta la orilla, en dónde Ludo y Hoggle ya estaban a salvo.

Después de recobrar el aliento, Sarah se dirigió a Sir Didymus:

—¿Por qué hizo eso?

—Sí, ¿por qué arriesgaste tu vida de una forma tan tonta? —cuestionó Hoggle.

—Yo... Ammm... Bueno... —Sir Didymus estaba nervioso, pero tomó valor para admitir lo sucedido—. Bien, a lo largo del camino todos ustedes han probado su valentía de una manera sobresaliente. Y yo... Yo he quedado como un completo cobarde.

¡Oh! —exclamó Ludo, conmovido.

Sarah se agachó para quedar a la altura de Sir Didymus, quien se veía algo desanimado y avergonzado.

—Sir Didymus —comenzó la mujer—, usted es un ser bastante valiente. No necesita nada para demostrarlo. No obstante, estoy segura de que llegara el momento en el que usted sea el que nos salve.

—Gracias, mi Lady —agradeció Sir Didymus—. Cuando llegue el momento, yo os protegeré a todos. Lo prometo.

Después de que todos hubieran compartido una sonrisa, se alejaron lo más pronto posible de toda aquella neblina.

Return to the Labyrinth | LabyrinthWhere stories live. Discover now