Capítulo 8.

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Sarah y sus amigos seguían avanzando por el laberinto.

Sarah recordaba un poco del laberinto y venía acompañada de tres sujetos que conocían el lugar muy bien. No obstante, llegaron a una parte parecida a un pantano.

—No recuerdo haber pasado por aquí la primera vez que vine —admitió Sarah.

—No es un lugar muy común —comentó Hoggle.

—En efecto, mi Lady. Si mi memoria no me falla, la zona pantanosa del Laberinto quedaba mucho más al Oeste. No me explico por qué llegamos aquí —agregó Sir Didymus.

Pantano —dijo Ludo.

—Bueno, debe de haber una forma de retomar el camino, ¿cierto? —dudó Sarah.

—Seguramente —admitió Hoggle.

A pesar de que los amigos esquivaban las ramas y caminaban largos tramos, el pantano parecía un lugar interminable.

—Mi Lady... entonces, ¿tenéis hijos? —preguntó Sir Didymus, rompiendo el silencio.

—Así es —confirmó Sarah—. Antes de encontrarme con Ludo y con usted, le comenté a Hoggle que tengo dos hijos: Emily y Justin. Emily es la mayor, tiene catorce años. Y Justin es el menor, tiene ocho años. Ambos son mi más grande orgullo.

—¿Y por qué deseaste que..? Ya sabes... ¿se los llevaran? —cuestionó el enano.

¡Hoggle! —reprendió Ludo.

Sarah rio ante el comentario del monstruo. Pero instantáneamente, su sonrisa se borró.

—No, tiene razón. En realidad fue... Fue todo un error. Me desquité por todos los problemas que tengo con ellos injustamente. Ni siquiera sé... Ni siquiera sé por qué dije exactamente esas palabras.

Antes de que Sarah pudiera derrumbarse, Sir Didymus habló:

—No os preocupéis, mi Lady. Vamos en camino a rescatar a la señorita Emily y al joven Justin. Ya habrá tiempo para disculpas y reconciliaciones.

—Gracias, Sir Didymus —agradeció la mujer.

El camino guió a los cuatro amigos a un alto montículo, por el cual era difícil andar. Así que todos se detuvieron.

—¿Y ahora? —Como si el montículo tuviera vida propia, en el momento en el que Sarah habló se inclinó y tiró a los amigos hacia abajo, como si se tratara de un tobogán.

De pronto, Sarah se percató de que había caído en algo peligroso y peculiar: arenas movedizas.

La mujer comenzó a desesperarse y a querer salir rápido de aquel embrollo,  no obstante, acabó calmándose, ya que recordó que mientras más luchará alguien, más rápido se hundiría.

Parecía que Sir Didymus pensaba lo mismo, ya que él no se movía por ningún motivo, como si estuviera resignado. En cambio, Ludo rugía y hacía movimientos bruscos para salir; todo era contraproducente, ya que él era el que estaba hundiéndose más rápido, y Sir Didymus y Sarah lo notaron.

—¡Ludo, tranquilízate! —suplicó Sarah.

—¡Sir Ludo, debéis parar de hacer eso! ¡Terminaréis en las arenas! —agregó Sir Didymus.

Pero era tan grande la desesperación de Ludo, que continuó rugiendo y forcejeando contra las arenas.

Hoggle, que había tenido la suerte de no caer con sus amigos, corrió a buscar algo para sacar a los tres de ahí.

Ludo continuó rugiendo, y en poco tiempo, grandes rocas se trasladaron hasta las arenas movedizas. Después de todo, aquel era la habilidad de Ludo: llamar a las rocas.

Todos creyeron que con la aportación de Ludo se salvarían, sin embargo, las rocas también comenzaron a hundirse.

Cuando Hoggle acordó, lo único que quedaba aún en superficie eran los rostros de Sarah y Sir Didymus, y la palma izquierda de Ludo.

—¡Hoggle! ¡Hogg--! —Ahora, el rostro de Sarah no se encontraba en la superficie.

Mortificado, Hoggle corrió a los alrededores y finalmente, vio a lo lejos a un goblin guardia con una gran lanza, y pensó que aquel instrumento podría serle de utilidad para rescatar a sus amigos.

El enano corrió hasta el guardia, y sin pensar en una buena estrategia, comenzó a tirar de la lanza para arrebatársela al goblin. Éste, a su vez, también empezó a jalar su arma, para que Hoggle no pudiera quitársela.

—¡¿Qué-rayos-te-sucede?! —cuestionó molesta y entrecortadamente el guardia—. ¡Suéltala!

—¡Suéltala-tú! —indicó Hoggle, aún forcejeando.

Eventualmente, la buena estrategia llegó a Hoggle cuando soltó el arma y exclamó:

—¡Oh no! ¡Ahí está el rey Jareth!

—¡¿El rey?! ¡¿Dónde?! —preguntó asustado el guardia.

Cuando el goblin volteó a buscar al supuesto rey, Hoggle le arrebató la lanza. Cuando el guardia se percató de esto, intento defenderse pero Hoggle fue mucho más rápido que él y con un golpe en la cabeza, dejó al guardia inconsciente y lo tiró al suelo.

Hoggle prosiguió a correr y rescatar a sus amigos. La palma de Ludo aún estaba afuera, así como las manos de Sarah y las patas de Sir Didymus.

—¡Sosténganse de la lanza! —indicó Hoggle, mientras extendía el arma hasta las manos de sus amigos.

Sarah y Sir Didymus lograron sostenerse, y Hoggle comenzó a jalar hasta que ambos ya se encontraban a salvo. Pero antes de que pudieran sentirse seguros y recuperar el aliento, Hoggle extendió la lanza hasta la palma de Ludo.

El monstruo logró aferrarse al arma y, cuando lo hizo, Sarah y Sir Didymus ayudaron a Hoggle a tirar de la lanza para liberar a Ludo.

Después de un gran esfuerzo, los tres lograron sacar a Ludo de las arenas movedizas.

Ahora sí, Sarah, Ludo y Sir Didymus se tomaron un momento para recuperar el aliento.

—Ludo, ¿estás bien? —preguntó Sarah, recordando que al que peor le había ido en las arenas era al monstruo.

Ludo simplemente se limitó a asentir.

—Sir Didymus, ¿usted está bien? —cuestionó la mujer.

—Sí, mi Lady —afirmó éste.

—Hoggle —Ahora Sarah dirigió su atención al enano—. Gracias por salvarnos. Fuiste muy valiente. Te lo agradezco muchísimo.

Sarah quiso abrazar a su amigo, pero al recordar que estaba llena de fango, decidió que era una idea mejor darle un apretón cariñoso en la mano.

—¡Hoggle... amigo! —dijo Ludo, sonriente.

—Admiro vuestra enorme valentía, Sir Hoggle. Los tres estamos muy agradecidos —comentó Sir Didymus.

Si era posible, Hoggle se ruborizó antes de hablar:

—No fue nada, en serio.

—¿Cómo no? Es la segunda vez que salvas nuestras vidas. Te dije que eras muy valiente —aseguró Sarah.

—Es lo menos que podía hacer —comentó Hoggle sonriendo—. Ustedes son mis amigos.

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