Capítulo 8

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Hola! Ya sé que estas no son horas... Pero de verdad que no tengo más tiempo, lo siento mucho. Espero que disfrutéis mucho del capítulo, que aviso, viene cargadito. Yo necesito bragas de repuesto, no digo más.

En fin, pasadlo bien en la fiesta, el ron cola entra en la barra libre, jeje.

VIII

No podía parar de sonreír, era físicamente imposible que lo hiciese, no mirándola, embelesada por sus facciones, por esa sonrisa inmensa que achinaba sus ojillos en una mueca extremadamente adorable, con sus manos entrelazadas y esas alianzas que adornaban sus anulares, convirtiéndola en su mujer, su esposa, su compañera de vida... su Inés.

Estaba tan preciosa que le cortaba el aliento, en cuanto la vio llegar, del brazo de Pablo, con el rostro sonriente y sus ojillos brillando llenos de vida y alegría, en cuanto escuchó esas sentidas palabras que quiso dedicarle en ese día tan especial e importante en el que unían su camino ante el juez y un papel que las convertía oficialmente en familia, en cuanto se perdió en cada rincón de su rostro, resplandeciente, su estómago despertó en un mar de emociones que la elevaban sin poder detenerse, su pecho cobró vida y entendió por qué decían que la felicidad algunas veces llevaba nombre y apellido, la suya se llamaba Inés Arrimadas.

Un flash tras otro y fueron inmortalizando esa felicidad que ambas sentían, sacando fotografías que apenas hacían justicia a sus miradas cómplices, a su perpetua sonrisa, con las manos entrelazadas y respirando el mismo aliento, buscando un beso suave, una pequeña caricia nerviosa, como si empezasen a descubrirse, como si de repente todo fuese un folio en blanco donde comenzar a escribir un nuevo capítulo en su historia y, en el fondo así era, un nuevo tomo dispuesto para llenarlo con cada segundo que ambas compartirían, siendo esposas, siendo familia.

Durante el convite luchaba por no atragantarse, dando por perdido su apetito ya que Inés, demasiado feliz, parecía estar dispuesta a matarla de risa con sus tonterías. Su mujer decidió que lanzar migas de pan a la cara de pablo durante todo el banquete era más interesante que el menú proporcionado para la ocasión, si no llega a detenerla a tiempo, sujetando su mano para evitar un nuevo ataque directo hacia el rostro sulfurado de Pablo, seguramente este habría contraatacado, originando una batalla campal que sus invitados no tenían por qué presenciar, por lo que se dedicó a charlar animadamente con sus compañeros de mesa, sin soltar la mano de su mujer en ningún momento bajo la clara advertencia de que se estuviese quietecita, mientras Inés se dedicaba a molestar a Pablo una vez más sin involucrar comida de por medio, un gran avance para evitar un desastre supremo, obligándola a anotar mentalmente que no debía dejar que Pablo se acercase a la tarta mientras Inés estuviera por los alrededores pues capaz la veía de estrellar un pedazo en su rostro, originando una tormenta.

Dejando de lado las puyas verbales que tanto Pablo como Inés se lanzaron durante toda la cena, las risas se contagiaban, la felicidad bailaba en el ambiente e Irene notaba como Inés entrelazaba sus dedos y acariciaba el dorso de su mano casi inconscientemente, provocándole nuevas sonrisas ya que al parecer no se terminaba su repertorio, no esa noche, no en esos momentos en los que sentía que por fin estaba donde debía estar, sujetando la mano de su mujer, sintiendo sus latidos desbocados y el estallido de alegría que nacía en su pecho al contemplar su perfil, sus ojillos casi cerrados denotando su inmensa felicidad, esa sonrisa que la desquiciaba y que quería besar hasta el fin de sus días.

Cuando retiraron los platos y sirvieron los cafés, el camarero tuvo que preguntar dos veces a Inés si de verdad le estaba pidiendo cola cao, bastante asombrado ya que no solía ser usual que tras un convite alguien pidiese leche con chocolate, mas la jerezana asentía con una tímida sonrisa, casi susurrando que no le gustaba el café y mostrándose feliz al ver que le traían su cola cao, sonriendo como una niña pequeña mientras removía con paciencia los grumitos, provocando que Irene no aguantase un solo segundo más sin buscar sus labios, besándola suavemente y dibujando una nueva sonrisa llena de promesas en ellos.

With youWhere stories live. Discover now