Capítulo 11

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Aquí está el capítulo jeje, más pronto que de costumbre, hoy me he portado bien.

Espero que os os guste mucho jeje, no me enrollo más que es tarde.

A LEER. 

XI

El juicio dio comienzo como si de algo rutinario en aquella sala se tratase, como si para ella no fuese uno de los peores momentos de su vida, como si su corazón no latiese desbocado por el miedo al sentirse observada por Felipe, al ver su sonrisa depredadora, sus ojos de hielo, la mueca de locura deformando sus rasgos, llevándola a preguntarse cómo pudo creer en algún momento que lo amaba lo suficiente como para aceptar casarse con él.

Sentía las palmas de sus manos húmedas mientras intentaba respirar despacito y no perder los nervios, tranquilizándose poco a poco al sentir como Irene la sujetaba, con el gesto serio y su mirada asesina clavada en Felipe, como diciéndole sin palabras que no iba a salirse de rositas, que iban a destrozarlo... La mirada de Irene escupía odio líquido para aquel que sabía mirar, su mujer estaba haciendo uso de toda su fuerza de voluntad para no levantarse, cruzar esa sala y estrellar su puño en la cara de ese sádico que por poco había matado a Inés.

Mientras el fiscal leía los cargos, la jerezana sintió cómo se iba haciendo pequeñita, como su voz le llegaba lejana, fría y calculada, verbalizando los horrores que tuvo que vivir, sus torturas, el encierro, el disparo... como si fuese la lista de la compra, como si no la atacasen en sus sueños, como si no hubiese sido la peor experiencia de su vida... Felipe seguía mirándola, jugando con sus nervios, colándose en su mente y llevándola una y otra vez a ese momento en el que apretó el gatillo, en el que el dolor lacerante del impacto estalló en su vientre y pensó que sería su final, que moriría sin volver a ver a Irene.

Apretó quizás más de la cuenta la mano de su mujer, mas la madrileña ni se inmutó y si lo hizo no profirió queja alguna, devolviéndole el gesto, regalándole un poquito de esa fortaleza inquebrantable. Intuyendo que la mente de Inés era un hervidero de horror y pesadillas, Irene clavo su mirada en ella, acercándose a su oído, susurrando palabras de aliento y besando su mejilla con cariño, aliviando un poco más sus tormentas.

Sus gestos tiernos, aunque discretos, acapararon la atención de Felipe, que dibujó una mirada de odio enfermizo, regocijándose interiormente al ver el dolor en los ojos de su ex mujer, sabiendo que reabriría sus heridas, que volvería a dañarla, sintiendo un morboso placer naciendo en sus entrañas.

La acusación comenzó con los interrogatorios, llamando a Abascal en primer lugar. El antiguo dirigente de la ultra derecha, cabizbajo y angustiado, contestó a todas las preguntas de la acusación, admitiendo los hechos y su implicación ya que su confesión había sido clave para dar con el paradero de Inés mientras estuvo retenida y era una estupidez negar nada. Alegó que Felipe lo había contactado, proponiéndole el secuestro de Inés Arrimadas como una oportunidad de alcanzar más votos, teniendo a sus adversarios en la política demasiado entretenidos con ese trágico suceso como para preocuparse de su campaña electoral. Juró que en todo momento creyó que simplemente retendrían a la jerezana unos meses, sin dañarla de ningún modo, que no era consciente de que las intenciones de Felipe eran asesinarla... Terminando su testimonio con una disculpa hacia Inés que esta recibió estoica, devolviendo únicamente un gesto de asentimiento con la cabeza.

Tras Abascal fue el turno de Hans de declarar, este únicamente dijo que había sido contratado para ese trabajo, que no tenía relación con Inés y con ningún implicado, buscando una rebaja en su condena, provocando que la jerezana se retorciese en su asiento con los flashes de sus recuerdos, sintiendo como le faltaba el aliento al igual que en los momentos en los que Hans la había torturado ahogándola, o apretando aquel botón que enviaba descargas por todo su cuerpo.

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