Capítulo 9

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Hola! Aquí estoy de vuelta. Ayer tuve problemas técnicos (Aka el ordenador decidió actualizarse... En fin, cosas que pasan) Os dejo esto por aquí y mañana vuelvo con Toletum (En hypeeeeeee madre mía como me gusta Toletum).

Hasta mañana!


IX

Despertó cuando los rayos de sol se colaron insolentes por las persianas a medio bajar, acariciando su rostro con cuidado.

Sentía la suavidad de las sábanas enredadas en sus piernas, mientras iba acariciando lentamente la conciencia, con una lluvia de recuerdos en su mente y una sonrisa dulce en su rostro. Instintivamente, acarició el anillo que llevaba en el dedo, la alianza cuyo significado era unión y promesa, mientras apartaba las legañas de sus ojos, parpadeando y buscando con su mirada el perfil de su mujer, apaciblemente dormida a su lado.

Podía sentir el cálido aliento de Inés golpeando su cuello en cada suspiro, el brazo de su mujer por encima de su cadera, sus piernas enredadas en las sábanas, su piel cálida y suave acariciándola en ese abrazo que mantenía en medio de sus sueños.

Se giró lentamente, procurando no despertarla, observando con cuidado sus cabellos enredados sobre la almohada, su tez serena y tranquila, sumida en un sueño profundo y agradable, su boca entreabierta, su pecho desnudo, ascendiendo y descendiendo cada vez que Inés respiraba... Siempre le había gustado contemplarla mientras dormía, despertarla despacio, entre besos y pequeñas cosquillas para escuchar su risa suave mientras iba dejando atrás el mundo de los sueños, mas esa mañana no estaba lista para dejar de observarla, de perderse en su desnudez, en las marcas que había dejado con sus uñas la noche anterior, llegando una y otra vez al delirio por culpa de la jerezana.

Un escalofrío recorrió su cuerpo mientras ese calor tan agradable y conocido nacía entre sus piernas y sus ojos se oscurecían levemente, tiñéndose de deseo, perdida como estaba acariciando con una suavidad infinita el contorno de Inés, recreándose en sus propios recuerdos, cuando se detuvo de pronto al ver que su mujer se removía levemente en sueños, arrugando la nariz de forma cómica mientras murmuraba, claras señales de que estaba despertando.

Buscó sus labios sin prisa, depositando en ellos pequeños besos que fueron precipitándola a la conciencia, con una sonrisa dulce en los labios y pequeños bostezos que denotaban su cansancio.

Aun sin abrir los ojos, Irene sabía que su mujer había despertado por las pequeñas risas suaves que había dejado escapar, a pesar de que fingía seguir durmiendo por el simple placer de sentir como la madrileña seguía besándola y acariciándola con los labios.

Sabiendo que jugaba con fuego, dispuesta por entero a quemarse, bajó las suaves caricias que depositaba en circulo sobre la piel de Inés, buscando diligentemente su entrepierna, pasando la yema de su dedo por encima de su sexo, provocando que la jerezana abriese los ojos de golpe, con una mueca en sus labios, mezcla de sorpresa y placer, mientras un gemido chiquitito escapaba de ellos, consiguiendo así que se ensanchase su sonrisa.

-Buenos días Petita.- Le susurró con la voz ronca, mientas besaba suavemente su mejilla y sus labios, sin apartar los dedos de su entrepierna, notando como Inés se humedecía y su aliento se volvía errático al igual que su pulso. –Parece que te has despertado contenta... ¿Anoche no fue suficiente?

-Mai és suficient amor meu (Nunca es suficiente amor mío).- Respondió, con una sonrisa en los labios, sus ojitos brillando, cargados de demasiadas emociones que no podía catalogar. – No quan es tracta de tu Ire. (No cuando se trata de ti Ire).

Sus labios, cobrando vida propia, buscaron el cuello de Inés, besándola suavemente, acariciando sus lunares, el nacimiento de su pulso, mientras buscaba el contacto con su cuerpo, colocándose suavemente sobre ella y sintiendo como pasaba sus manos tiernamente por su espalda, colocándolas en su cadera, removiéndose despacio bajo su piel, buscándola, sintiéndola. Con sus dedos aun perdidos entre sus piernas, acariciándola, jugando con su excitación cada vez más pronunciada, a medida que la encendía son sus labios recorriendo su piel, las caricias de sus dientes en aquellos puntos que conocía de memoria y sabía que la enloquecían. Mordisqueando suavemente el lóbulo de su oído, provocando un nuevo gemido, mientras tanteaba la entrada con los dedos, sabiendo que Inés no tardaría en exigirle una satisfacción rápida por sus juegos de buena mañana.

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