Capítulo 17

497 30 60
                                    

Lo prometido es deuda y aquí está... No esperéis mucho porque no estoy al 100% pero al menos lo he intentado.

Disfrutad mucho y llenadme a comentarios que me dan la vida, jeje, Os quiero.

XVII

Caminaba tranquila, despacito, por aquellas aceras de Madrid tan conocidas... Sus labios curvados en una cálida sonrisa, con sus pequeños, cada uno a un lado, aferrando su mano mientras jugaban a no pisar las líneas del suelo y le contaban, con todo lujo de detalles, todo lo que habían hecho en la escuela, pegando pequeños saltitos en medio de sus hazañas heroicas evitando la lava mortífera que representaba aquellas líneas irregulares en la acera.

Hacía ya tres meses desde que Irene le comunicó aquella noticia y ella se negó a escuchar los detalles, no quería saber como había perdido Felipe la vida, no le interesaba lo más mínimo y, lo único que sacaba en claro de toda esa situación, era que su bebé llegaría a un mundo donde ese monstruo ya no existía, quitando de sus hombros un peso que no recordaba portar y aligerando su alma, llenándola de una paz inexplicable.

Durante todo ese tiempo se había dedicado a ver su vientre crecer, aun completamente maravillada ante la idea de que portaba vida en su interior, de que iba a ser madre junto a Irene y que esta, cada vez más enfrascada en sus obligaciones para con el país, no se olvidaba nunca de buscar huecos en su agenda para dedicarse a su familia, para cuidar de ella a su manera, para escapar juntas de la rutina de un modo u otro, fortaleciendo sus lazos cada vez más estrechos y el profundo amor que se guardaban, inalterable, incuestionable.

Como diputada, su trabajo también la absorbía peleando con uñas y dientes desde la oposición, aunque en los descansos no era extraño verla escabullirse con un café u un cola cao en vasos de cartón en dirección al despacho presidencial, donde robaba minutos al tiempo y se dejaba envolver por el abrazo de su mujer, por sus cálidos besos y las pequeñas bromas cargadas de ternura que ambas se regalaban, ya que tras esos paréntesis hurtados a sus quehaceres, volvían a estar en bandos opuestos en ese hemiciclo donde todas las miradas se clavaban en ellas y alguna sonrisa se dejaba intuir pues no podían ser más diferentes y no podían amarse mejor, sin cortar la libertad de la otra, sin cambiarla, aceptándose y queriéndose tal y como eran, contrarias en esos asientos y esposas por encima de cualquier cosa.

Suavemente, giró la llave en la cerradura, dejando que leo y manu entrasen como dos terremotos, dispuestos a arrasar con todo a su paso, escuchando sus gritos cargados de infancia, de aventuras, de sueños infantiles que inundaban su corazón de amor, pensando en como aquellos bebés de solo un año que Irene le había presentado hacía ya tanto tiempo se habían convertido en aquellos dos hombrecitos que la llamaban mami y la llenaban cada día con su ternura infinita. Dichos pensamientos empañaron sus ojos mientras pequeñas lágrimas descendían por sus mejillas entre sollozos chiquititos, abrumada por la cantidad de emociones que la envolvían y no sabía bien cómo gestionar, producto de su pequeño bebé que tenía su cuerpo revolucionado por las hormonas.

Cerró la puerta con cuidado, dejando las llaves en su sitio mientras se secaba las lágrimas, cuando notó como uno de los gemelos se abrazaba a su pierna con fuerza, bajando la mirada y encontrándose con los ojillos castaños de leo, mirándola con un gesto triste en su rostro.

-¿Qué pasa mami?- Susurró suavemente, estrechando su abrazo con fuerza. -¿Estás triste?

-No mi dinosaurio.- Respondió, revolviendo sus cabellos mientras se secaba las lágrimas con el dorso de la mano y sonreía sin poder evitarlo. –No estoy triste, solo pensaba en lo mucho que os quiero a los dos y el bebé me ha hecho llorar de alegría.

Satisfecho con su respuesta, leo enredo su mano en la de su mami, estirando suavemente de ella en dirección a la cocina donde Manu los esperaba para merendar.

With youWhere stories live. Discover now