Capítulo 10

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Hola! Ya estoy aquí. Mañana tengo un examen pero universidad Who jajajjaa, Irenes va a ser mi ruina, si lo digo.

En fin, no me enrollo más que es tardísimo. Solo decir que se lo quiero dedicar a la Irenes Squad por ser mi familia y en especial a Ka porque me hace ilusión.

Disfrutad.

X

Tras pasar una semana entera de desconexión absoluta en el norte de Mallorca, disfrutando de las calas de aguas cristalinas, de las noches limpias mirando las estrellas, la gastronomía mediterránea, los paseos a media tarde y, sobre todo, reír hasta que le doliese la tripa junto a Inés y todas sus tonterías, volver a la realidad y a la rutina se le antojó demasiado insoportable.

Inés, sentada en la ventanilla, había dibujado en su rostro la viva expresión del derrotismo absoluto por volver a Madrid y dejar atrás aquella isla de ensueño donde había probado el Lacao, volviéndose adicta y enfadándose en extremo al no conseguir que le dejasen embarcar una maleta llena de botellas de aquella bebida chocolateada típica del lugar. Sus ojos estaban tristes y nostálgicos, recordando como se había colado por su cara bonita en unas prácticas de arqueología que llevaba la universidad de las Islas en Pollentia, consiguiendo que le prestasen uno de los pinceles y le dejasen, durante unas horas, escavar con ellos buscando restos de aquella civilización romana que tanto le fascinaba.

El avión despegó, dejando atrás aquel lugar que tantos momentos felices les había regalado, mientras Irene acariciaba con cariño la mano de Inés y esta la miraba con una de esas sonrisas tan suyas que aceleraban sus latidos, mientras entrelazaba sus dedos, sujetándola con cariño, perdiéndose una vez más en la contemplación del paisaje marino a través de la ventanilla. La madrileña besó su mejilla con cariño, sin ganas de romper su silencio, sabiendo que volver a la rutina era algo de lo que aun no habían hablado y tenía a Inés nerviosa. Volver a Madrid significaba su investidura como presidenta, significaba que Inés aceptase su cargo en aquel escaño de la oposición como portavoz de su partido, volvían a convertirse en oposición mas esta vez era distinto, esta vez estaban casadas y debían aprender a separar su vida familiar de su trabajo si no querían terminar en discusiones tontas que destruyeran lo que tanto les había costado construir entre ellas...

Y, por encima de todo, volver a Madrid y dejar atrás el paréntesis que fue su estancia en Mallorca, significaba enfrentarse a una realidad que Inés rehuía pero estaba cada vez más cerca, el juicio contra Felipe, Hans y Abascal por el fatídico secuestro al que se había enfrentado Inés durante dos largos meses... Poniendo una vez más sobre la mesa las torturas, el dolor, las lágrimas, el miedo... Aquel disparo que por poco termina con la vida de la jerezana, todas las heridas que aun estaban abiertas, que no había cicatrizado y que serían expuestas para conseguir justicia.

Con las manos enredadas, el silencio cómodo flotando entre ellas, miradas cómplices que duraban segundos o minutos, besos tiernos cargados de nostalgia, sueños y promesas, aterrizaron finalmente en Madrid donde Pablo las estaba esperando con los gemelos y una pancarta naranja con letras moradas para darles la bienvenida, ganándose una carcajada por parte de ambas, admitiéndose a sí mismas que lo habían echado de menos, mientras Leo y Manu se abalanzaban nerviosos a sus piernas, prácticamente chillando como locos de alegría al verlas ya que habían echado mucho de menos a sus mamás.

Con Inés y Pablo peleándose en el coche, ya que la jerezana se había apoderado de la pancarta y se dedicó todo el trayecto desde Barajas a su casa atizándolo con ella desde el asiento de atrás, mientras le contaba emocionada todas las piedras que había desenterrado en Pollentia, sacando a Irene de sus casillas en apenas dos minutos, por fin llegaron al apartamento donde, tras una regañina severa de la madrileña por el comportamiento infantil de ambos, ante la atenta mirada de los gemelos que no paraban de reír y llamar a su padre bolchevique, imitando a Inés con orgullo, deshicieron las maletas, entregaron los regalos que habían traído para los niños y para Pablo, viviendo su última tarde tranquila antes de volver a aquella rutina que a Inés tanto le aterraba.

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