Creer

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A la una de la madrugada, un día jueves, el castillo era un lugar casi inhóspito, silencioso. Una tranquilidad imposible de lograr durante el día, en período de clase, reinaba incluso en el dormitorio de los varones de Gryffindor.

Draco Malfoy se había despertado por un sueño, en que estaba atrapado en una burbuja de magia que se cerraba hasta aplastarlo. Tras haberse calmado, contemplaba un tablero de ajedrez modificado, que esperaba órdenes para dar un paso más en el juego. Y pensaba.

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Sucedió durante la última semana del mes de febrero. A Harry le pasó desapercibido el sábado anterior, cuando se escaparon a Hogsmeade y se quedó con él en el piso oculto; hablaron hasta la madrugada, Draco no tuvo pesadillas esa noche. El domingo, en el campo de Quidditch, Gryffindor venció a Hufflepuff después de casi tres horas de juego intenso, así que lo perdió de vista por el resto de la tarde, ya que los leones planearon celebrarlo en la Torre.

Lo observó intentando apartar a los gemelos de su cabello, porque querían desordenárselo, y protestar cuando Ginny, abalanzándose sobre su espalda por sorpresa, lo hacía en su lugar. Draco sonrió al darse cuenta de que Harry lo miraba. En retrospectiva, fue la última sonrisa brillante y genuina de la semana.

El lunes por la mañana, tuvo que llamarlo dos veces en el pasillo durante el cambio de aula, para que se diese cuenta. Draco parpadeó hacia él y se disculpó, alegando que estaba cansado por cuanto duró la fiesta de los Gryffindor. Por las ojeras que tenían él y Longbottom, supuso que se alargó más que de costumbre. Se sentaron en mesas próximas en Encantamientos, algunos pájaros de papel volaron de un lado al otro cuando Flitwick no se fijaba en ellos.

Almorzaron juntos en el patio. Al menos, lo intentaron, hasta que un histérico Neville lo buscó para hacer de mediador en alguna disputa de la Comadreja y Granger. No supo cómo, resolvió que esos dos tuviesen una cita propiamente dicha en la siguiente visita a Hogsmeade. O la habrían tenido, si los eventos no hubiesen seguido un determinado curso.

El martes, Draco faltó a la práctica del equipo de Quidditch. No era que Harry tuviese la costumbre de asomarse desde una de las ventanas, con un encantamiento de vista desde la distancia, ni se sentase en las gradas cuando el próximo partido no sería contra Slytherin. No, más bien, era que Draco le decía que podía ir para presumir después que su novio fue el jugador más joven y hábil de los últimos cien años. A él le hacía gracia fastidiarlo y hacerle muecas divertidas que lo distraían a mitad de la práctica, desde los asientos.

Cualquiera que conociese a Draco, sabía que no se perdía un entrenamiento o partido. Por Merlín, si incluso jugó con el tobillo aún vendado en segundo año, y se reincorporó al equipo desde el inicio de quinto, en cuanto pudo comprobar que las heridas del abdomen eran una historia antigua, reducida a cicatrices que no le causarían el más mínimo inconveniente.

Ni la Comadreja, ni Granger, supieron decirle dónde estaba. Cuando se topó con Neville en un pasillo, le indicó a Pansy que luego la alcanzaría y fue a la enfermería, acorde a las indicaciones del chico, que iba de regreso desde ahí para hablar con el capitán de Gryffindor, al parecer, por segunda vez.

Draco ocupaba una de las sillas junto al escritorio de Pomfrey cuando entró. No dejaba de mover los pies en el suelo y bebía, de a sorbos pequeños, una pócima para el dolor de cabeza. Se le había ocurrido decirle a su padrino que lo dejase practicar legeremancia en él, lo que resultó en salir despedido de su mente, golpearse contra una pared real y sólida, y un fuerte dolor pulsante en la frente, por el abrupto choque con las defensas del profesor. Snape no consideró seguro que fuese al entrenamiento en esas condiciones.

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