Armageddon II/II

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Harry se aseguró de que Draco se colocase el anillo con la diminuta piedra oscura, donde le correspondía, antes de comenzar. Regulus acababa de contarles una historia acerca de tres astutos hermanos con magia, lo que creía que hacía y significaba —sumada a la intervención suya, comprobando que hacía lo que decían—, mientras terminaban los preparativos para recibirlo.

Draco llevó a cabo una última revisión rápida, buscando, llamando, obteniendo sonidos afirmativos a cambio. Le pidió que se encargase de uno de los lados, para aligerar el trabajo. Funcionaban mejor si lo dividían a la mitad.

Los libros de Historia de la Magia crearían sus propias versiones al respecto de lo sucedido ese día. Le otorgarían nombres estrafalarios, plasmarían escenarios dignos de una de las películas más taquilleras del mundo muggle. Cada autor podía interpretar al niño-que-vivió como mejor le pareciese, pocos en verdad se molestarían en hurgar en los hechos y conocer la lista real de nombres de quienes estuvieron presentes, pero estaba bien. Así eran las personas. Así era el mundo; mágico o muggle, no diferían.

Harry también tenía su manera de contarla. Estaba seguro de que, si bien podía no ser perfecta, porque los recuerdos se le sucedían sin orden, sueltos, difusos de a momentos, más nítidos cuando la tensión apenas lo dejaba respirar, al menos era más fiel a lo ocurrido de lo que podían presumir la mayor parte de los magos de Gran Bretaña, que no pararían de hablar del tema por meses, años, a partir de ese punto.

Su versión, de hecho, comenzaba allí donde Draco se aseguraba de que no se viese lo que tenía en el cinturón, rozándole la espalda, y lo localizaba al acercarse para decirle que todos estaban listos.

—¿Cuántos besos te parece que se merece alguien por idear un plan para derrotar al mago más tenebroso de todos los tiempos? —Le preguntó Draco, cosa que, por razones lógicas, nunca aparecería en ningún libro de historia.

—Alguien así se merece muchísimos más de los que puedo contar. Después —Harry se permitió sonar casi divertido porque hubiese sacado el tema en ese instante— de haberlo derrotado. No antes.

Draco pareció aceptarlo. Dio un vistazo alrededor, asegurándose de que no se verían por los barrotes que sellaban las tuberías a los estudiantes agachados, con las varitas en ristre. Un encantamiento de Flitwick debía mantenerlos escondidos frente a cualquier tipo de magia que a un mago oscuro se le pudiese ocurrir utilizar, si es que les daba la suficiente importancia a ellos, como para siquiera buscarlos; ninguno lo creía, pero no estaba de más prevenir.

Por un momento, Draco se vio inseguro, pese a la preparación, a la lógica que estaba detrás del plan y que fue confirmada por Pomfrey y Flitwick, como expertos en hechizos y fortaleza mágica de un individuo. Harry sabía que ese detalle tampoco habrá sido colocado en ningún libro, mas decidió almacenarlo en su memoria. Recordarse a sí mismo, cada día que le siguiese a aquel, que no fue el niño-que-vivió a quien tuvo al frente en ese momento. Fue a Draco, sencillamente. Draco, repasando sus ideas, temiendo poner en peligro a cualquier otra persona a causa de estas.

Era, en su opinión, mejor que cualquier imagen ideal de lo que un héroe tenía que ser.

Cuando estuvo listo, exhaló, lo vio y asintió. Harry le regresó el gesto.

El plan se ponía en marcha.

0—

Explicar un juego de ajedrez mágico, modificado para asemejarse a la realidad, del que podía depender el futuro completo de la comunidad mágica británica, podía ser difícil para alguien que no tuviese ni idea de ajedrez. Del tablero y los movimientos que observó, mientras se organizaban, de las manos de Ron y Draco, lo que Harry entendió fue que debían seguir dos pasos y sólo existían dos posibilidades.

Juegos mortalesWhere stories live. Discover now