Epílogo: Estar(é) bien

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Septiembre, 1996.

—...hey —Harry le sonrió en cuanto se sentó sobre sus piernas, estirándose para ocupar el espacio que él dejaba en el asiento. Ahogó la risa, mientras Draco le robaba un beso, que funcionaba como distracción para sacar un par de grageas de sabores de la bolsa que tenía en su mano; a pesar de que arqueaba las cejas al percatarse de sus intenciones, rodaba los ojos y no paraba de verlo con una expresión contenta. Luego lo rodeó con un brazo, para mantenerlo recargado en su pecho; Draco no tenía quejas al respecto—, ¿en dónde dice que te puedes comer los dulces de tu novio?

Draco sonrió, con aparente inocencia, al apoyar la barbilla en uno de sus hombros, de manera que el susurro con que le contestó fuese junto a su oído.

—No me pareció que te molestara cuando me estaba llevando a la boca otro tipo de dulce...

Harry soltó un resoplido cuando comenzó a toser. Medio segundo más tarde, se reía, con el rostro rojo hasta las orejas y estrechándolo más.

—Está bien, tienes un punto. Toma —Recogió otra gragea y se la ofreció—, pero sólo porque te quiero.

Draco entrecerró los ojos al tomar la golosina con los dientes. Para no delatarse a sí mismo, se concentró en deslizar cierta imagen dentro de la mente de su novio, que dio un respingo, abrió los ojos de sobremanera y volvió a ahogarse con las golosinas. La legeremancia podía ser sumamente entretenida.

Al recargarse de nuevo en su pecho, escuchó el final del recuento de sus vacaciones, de parte de Neville, que les hablaba a los demás en el compartimiento sobre la casa de campo de los Black, a donde se quedaron con Regulus todo el verano. Por discreción, los únicos que los visitaron fueron Blaise, que pasó gran parte de las vacaciones en el extranjero, Harry, cuando se escapaba de sus padres y Sirius, y una psicomaga, Mare, a la que Draco tenía que enviarle chispas de colores cuando quisiera hablar con ella por las tardes. Con el resto, sólo intercambiaron correspondencia, así que era cuestión de tiempo para que se fijasen en él.

Había sido un verano bastante tranquilo; caminatas en el bosque, rodeados de ninfas, pescar al estilo muggle en la laguna, salpicar a Neville, embarrar a Neville, lanzarle hojas a Neville, y cualquier otra forma de fastidiarlo que le resultase divertida, en su mayoría, regresada por su mejor amigo. Un poco de Quidditch con Regulus, horas de lectura en una biblioteca con el sistema solar en el techo. A pesar de que intentó practicar su forma animaga también, tenía dificultades para visualizar a la criatura en que se convertiría, así que se dedicó a "domesticar" al lobo del otro.

Lo más interesante de las vacaciones fue asustar a Neville con un Runespoor que se encontró en el bosque, y la expresión de Blaise cuando, por no tocar a su puerta, halló a Harry y a Draco en una situación bastante comprometedora.

Además, Mare era encantadora. Sólo un poco mayor que ellos, con conocimientos básicos de medimagia, un gran interés por el arte de la mente y las pociones; lo hacía sentir como si conversase con una amiga, que le permitía practicar legeremancia para hablarle sin palabras y entendía cuando se pasaba un largo rato en el laboratorio, sólo estando, sin ganas de hacer más que los movimientos mecánicos de las preparaciones. Incluso tuvieron un duelo de prácticas. Con cada hechizo que le acertaba, Draco le contaba sobre algo que le preocupase. Fue bueno para romper el hielo.

Había reducido un poco el ritmo de las pesadillas, apenas le temblaban las manos cuando empezaba a perder el control; Mare decía que seguiría ocurriendo por un tiempo, era natural. No podía apresurarse. Al primer estallido accidental de magia que experimentó, ella decidió que necesitaba tomárselo con calma.

Lo más importante, Draco se sentía mejor. Aspirando el aroma levemente almizclado de Harry, riéndose de que le ofreciese otra golosina y le besase la cabeza, se sentía tranquilo. Feliz.

Juegos mortalesWhere stories live. Discover now