Amada Caissa, vieja Caissa

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Caissa: término usado para referirse a una "diosa" del ajedrez. Algunas veces se utiliza también para designar a la reina.

—...como comprenderás ahora...

Se encogió cuando un espasmo lo atacó. Si en verdad fuese posible fusionarse con una pared, en base a pura fuerza de voluntad, él habría sido el primero en lograrlo.

—...no tendría que haber llegado a estos extremos, si no fuese por tu mal carácter, por lo testarudo que eres...

Apretaba los párpados, giraba la cabeza en otra dirección. Nada funcionaba. En todos lados los veía, en todos lados lo oía.

—...recuerda que te di la opción. A ti, sí te di la opción...recuerda que fueron tu culpa, desde el principio, fueron tu culpa...

Si pudiese gritar, lo haría. Si pudiese llorar, lo haría. A esas alturas, la garganta le quemaba por la forma en que gritó antes, las lágrimas le nublaban la vista y se deslizaban sin hacer el menor ruido. Sólo emitía un débil sonido estrangulado, cuando intentaba lo que fuese, cuando el sollozo le sobrevenía y le sacudía el pecho y hombros.

Los había visto una, y otra, otra, otra, otra, otra vez. Hasta perder la cuenta.

Cuando vio que las torturas no funcionaban y rozaba el límite entre el cansancio y la inconsciencia, que ni el mejor encantamiento para reanimar conseguiría revertir, el mago optó por una opción más simple.

Dejarlo.

Dejarlo con sus demonios. Dejarlo con esas imágenes en la cabeza, esas ilusiones, lo que fuesen.

Dejarlo para que viese a Severus desplomarse. Dejarlo para que viese la expresión aturdida de Harry cuando se dio cuenta de que lo iba a matar.

Dejarlo para que las recrease a solas, de distintas maneras. Momentos en que su padrino intentaba desatarlo y era alcanzado por detrás. Momentos en que Harry le gritaba que no estarían ahí, que no habría pasado nada de eso, si no hubiese sido por él. A veces lo observaba llorando por el terror, otras Severus intentaba pedirle disculpas por no rescatarlo a tiempo, por no llegar cuando debía en Hogwarts; entonces Draco lloraba más, en silencio, pensando que debería ser al revés, que era quien le debía las disculpas. Que se las debía a todos.

Llegaba a un punto en que ni siquiera sabía bien lo que veía, lo que sentía. ¿Estaba amarrado? ¿Seguía sentado?

¿Realmente estaban muertos?

Tenía otro estremecimiento cuando los veía morir, de nuevo, de nuevo, de nuevo, de nuevo. Pero apenas percibía su propia respiración, apenas se daba cuenta de que sus pensamientos eran hilos que se desenroscaban y se desvanecían.

¿Estaban muertos?

¿Él lo estaba?

El cuerpo entero le pulsaba, de una forma que podría haber sido dolorosa, pero había superado el límite de su umbral hace rato. Estaba un poco adormecido. Cuando se movía, reaccionaba con otro sollozo sin sonido, por un dolor que ya no distinguía.

Y los seguía viendo. Enojados, frustrados, tristes. Nunca llegaban a despedirse de él, jamás terminaban lo que fuese que le decían.

¿Cómo sabía que estaban muertos?

¿Cómo sabía que no?

¿Cómo sabía que no lo estaban matando a él también?

Acababa de apretar los párpados para no observar a Harry caer muerto frente a él, cuando la voz se detuvo. Los abrió, despacio. Las imágenes ya no estaban ahí. Voldemort sí, ligeramente inclinado sobre él.

Juegos mortalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora