J'adoube

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Frase proveniente del francés universalmente aceptada como la forma de decir de un jugador que va a tocar una pieza para colocarla apropiadamente en su casilla. En español se usa: Compongo.

Hogwarts era un caos.

Las estatuas de las protecciones clavaron las espadas y lanzas en el suelo, entrecruzándolas para mantener obstaculizado el espacio entre sus armaduras. Las barreras, sólidas y visibles como nunca antes, impedían el paso de cualquiera que no estuviese autorizado de forma expresa por la directora; funcionaba para salir tanto como para entrar.

Los Aurores recorrían el Bosque Prohibido, crispando los nervios de los centauros y el resto de las criaturas que no solían ver humanos de cerca. Se llevaron el cuerpo quemado y obligaron a los estudiantes a regresar dentro del castillo. Los Jefes de Casa hacían recuentos de sus miembros en las Salas Comunes, aunque era en vano. Todos sabían quién faltaba.

De nuevo.

Pudieron vencer las previsiones, de nuevo. Ron pensaba que era bastante curioso.

El mundo era un desastre a su alrededor. Hermione y Ginny cuchicheaban, medio histéricas. La profesora A acudía al despacho de la directora, la Orden no dejaba de hacer estallar fuego verde en las chimeneas, cada vez que entraban y salían. Los alumnos hablaban. Hablaban demasiado para su gusto.

Ron le rascaba detrás de las orejas a Leonis, que había enloquecido cuando Draco desapareció. Tras un rato, el perro se puso a perseguir a los de la Orden. Supuso que no había problema, mientras no los molestase ni mordiese a ninguno.

Blaise había sido el peor. Enloqueció, juraría después. Irrumpió en el despacho de McGonagall, los acusó de ser los responsables por no haber prestado atención a las advertencias de Draco, por haberlo dejado solo, por no haberlo cuidado lo suficiente. Su voz se oía desde el pasillo, a través del pasadizo que daba a la oficina. Sonaba más animal que humano; Ron lo atribuyó a la rabia. Su madre tuvo que sostenerlo y sacarlo de ahí, porque lucía dispuesto a maldecir a alguien.

Ron utilizaba el tiempo para pensar. Nadie lo molestaba en ese momento, concentrados como estaban en asuntos mayores, así que pudo regresar al dormitorio de Gryffindor y observar el tablero modificado por largo rato. Era lo que Draco habría querido que hiciese. Mantener las emociones en calma no era lo suyo, se sentía igual que un volcán a punto de hacer erupción, pero podía hacerlo. Debía hacerlo.

Era lo único en lo que podía ayudarlo.

Era el único que sabía, al parecer.

Draco estaba vivo. Voldemort lo iba a mantener con vida; necesitaba conservar a su Horrocrux restante y crear más. No dudaba que lo tendría en pésimas condiciones a propósito, pero mientras estuviese vivo, aún podían hacer algo. Aún habría esperanza.

Luego estaban los desaparecidos. Ron tomó papel y pluma, se sentó a un lado del tablero y comenzó a escribir.

Lo que sabía.

Draco estaba vivo. Snape, Neville, Potter, no estaban. Él lo mandó a buscar a Snape. Snape debió ser quien rompió una de las barreras (era el único que sabría cómo, supuso).

Umbridge estaba muerta. Umbridge no era Voldemort. Umbridge sí estaba de su lado, lo apoyaba o trabajaba para él de algún modo. Tomando en cuenta que estuvo encerrada en un baúl y en poder de un Mortífago loco, ni siquiera era difícil imaginarse que pudieron haberla hechizado o forzado. O puede que también estuviese demente. No había que descartar nada.

Draco era un Horrocrux.

Draco podía crear otros Horrocruxes para él.

Draco era emocional. Consideró tacharlo, después decidió que no. Era un punto vital.

Juegos mortalesWhere stories live. Discover now