Armageddon I/II

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Armageddon: no es el fin del mundo, sólo una partida que tiene siempre un ganador. Al blanco se le concede más tiempo, pero las tablas significan victoria para el negro.

Draco todavía tenía los ojos y la nariz hinchados y enrojecidos cuando entró. Las miradas se detuvieron en él de inmediato, el sonido de los débiles murmullos que percibieron desde el corredor, deteniéndose a medida que caminaba hacia el centro de la oficina. Hizo una pausa junto al escritorio de la directora, donde se apoyó; para alguien que no fuese plenamente consciente de su estado, le habría parecido que se relajaba contra la madera, no que la necesitaba para evitar el vértigo y la sensación de caída.

Harry colocó una mano sobre la suya, dándole un leve apretón. Lo vio asentir.

McGonagall los observaba, expectante. Blaise estaba sobre una de las incómodas sillas del despacho, con los brazos envueltos alrededor de sí mismo y un ceño permanente; Neville, a su lado, mantenía un agarre flojo sobre una de sus muñecas, como si hubiese intentado tranquilizarlo antes de que llegasen. Los Gryffindor que solían rodear al niño-que-vivió también andaban por ahí.

—¿Ariadna? —Draco preguntó por la profesora, sin ver a nadie en particular. La voz le sonó plana, vacía.

—Pomfrey la trasladará al área de la morgue de San Mungo cuando sea seguro dejar el colegio —Le aclaró la directora, con una expresión de disculpa en la que él no se fijó, porque había puesto los ojos en Blaise. El Ravenclaw apretó los labios y sacudió la cabeza. Fuese lo que fuese que se decían en esa conversación gestual y privada, pareció zanjarse.

Harry le dio otro apretón a su mano cuando notó que Draco cerraba los ojos y respiraba profundo. Tras un momento, él deslizó el brazo lejos y se concentró en los que estaban allí. Suponía que la Orden cumplía sus obligaciones, a donde los hubiesen enviado.

—Voldemort viene para acá.

—Los Aurores y la Orden- —El Gryffindor le dedicó una mirada tranquila a la directora, que pareció comprender el punto sin más. Era la primera y posiblemente única vez que alguien la silenciaba así.

—Nadie lo va a detener —Draco continuó, con una exhalación pesada, temblorosa—, nadie lo puede detener.

Fue Neville quien intervino esa vez.

—Las profecías...

Draco soltó un bufido despectivo, negando.

—Son una farsa, Nev. No tengo nada especial, no tengo algo con lo que enfrentarlo. Ni siquiera tengo mi varita aquí, es la segunda vez que me quedo sin una —Se echó el cabello hacia atrás en un movimiento compulsivo, que tomó por inconsciente. Luego chasqueó la lengua—. Está loco, es fuerte. Demasiado fuerte. La única persona que podría igualarlo en un duelo uno a uno, tal vez, hubiese sido Albus Dumbledore, y no está.

Cuando la profesora McGonagall hizo ademán de replicar, le pidió que lo dejase terminar, con un susurro. Ella se sentó tras su escritorio y se lo concedió.

—Voldemort es demasiado fuerte para que yo pueda hacerle algo —Draco siguió, despacio, medido. Harry tenía la absurda impresión de que se enderezaba, recuperaba la compostura, conforme la realización le llenaba los ojos con una chispa de reconocimiento que no estuvo ahí unos momentos atrás—, así que la única posibilidad que tenemos es que él se lo haga a sí mismo.

—¿De qué estás hablando? —Blaise lo observó con una expresión pensativa. Draco miraba un punto más allá de ellos, sus ojos abriéndose más con cada instante que trascurría. Creyó ver que movía los labios, sin emitir sonido alguno. Luego estaba chasqueando los dedos y recorría el despacho con la mirada.

Juegos mortalesWhere stories live. Discover now