Desperado II/II

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Harry no estaba cerca cuando sucedió. Con el ajetreo en que se convertía Hogwarts, sus amigos Slytherin buscándolo, Pansy negándose a soltarlo, con los ojos llenos de lágrimas, las preguntas que no se detenían, era casi imposible que estuviese pendiente de lo que fuese.

No hallaba a Draco. Nadie le decía a dónde se había metido tampoco.

Intentó concentrarse en una tarea, en algo que pudiese ser de ayuda. McGonagall quería empezar por sacar a los niños de primero y segundo por túneles subterráneos, él recordó el mapa de Draco y pidió a otros Gryffindor que lo buscasen. Cuando los escuchó hablar de que los niños necesitarían una forma de iluminarse más segura que el lumos, se le ocurrió que también podía hacer algo, así que ayudó a Pansy y Theo con los Sly más jóvenes, para que se organizasen, y corrió hacia las mazmorras.

Encontró el desiluminador en el fondo de un compartimiento de su baúl. Lo accionó para asegurarse de que aún funcionaba. Cuando un destello blanco iluminó todo el cuarto, presionó el interruptor para regresarlo dentro.

No pudo.

El destello continuó en el aire, frente a él, incluso cuando lo accionó varias veces para que actuase. Luego, de repente, se movió tan rápido que no habría sido capaz de esquivarlo, fue hacia él y lo atravesó, desapareciendo a la altura de su pecho.

Harry contuvo el aliento, el terror reducido a un peso helado en su estómago.

Y lo escuchó.

Era la voz de Draco, la reconocería donde fuese. No dejaba de llamarlo. Lo puso alerta enseguida, buscando alrededor con desesperación, pero era imposible que Draco hubiese decidido ir hacia las mazmorras en un momento como ese.

Insistió presionando el desiluminador tantas veces que juraría que lo dañó. Pero tampoco fue así. El destello volvió a aparecer frente a él, balanceándose en el aire, y después comenzó a moverse fuera de ahí, traspasando puertas, paredes y muebles en su camino hacia la salida de la Sala Común de Slytherin.

Harry lo siguió, porque sentía que tenía que hacerlo, porque era la voz de Draco. Porque él había dicho que lo cuidaría, aunque no recordase a quién.

Saltó por las escaleras, apretó el paso en el pasillo de las mazmorras. Escuchó un estruendo cuando se acercaba a una de las oficinas, donde el destello fue hacia la puerta y se desvaneció.

Se detuvo ahí, por un instante. Cuando el estruendo se repitió, abrió y se asomó.

El desiluminador se le resbaló entre los dedos cuando lo vio.

Lo que fue la oficina de Severus Snape, estaba irreconocible. Armarios en el suelo, compuertas abiertas, viales rotos, ingredientes dispersos, líquido derramado en paredes y suelo. El escritorio, resquebrajado justo en el centro, fue arrojado de lado, a la silla le faltaban dos patas.

Draco, de espaldas a él, acababa de tirar abajo tofos los pergaminos de uno de los mesones de trabajo. Calderos, varillas para mezclar, tubos de ensayo.

Jadeaba pesadamente al recargarse con ambas manos en el borde de la mesa. Tenía la espalda tensa, los músculos sufrían débiles espasmos cada pocos segundos.

Le llevó unos segundos recuperarse lo justo para arremeter contra el mesón de piedra mismo, pateándolo, sin importar el dolor que recibía a cambio por el impacto. Tras varios intento, a la roca también se le dibujó una grieta donde la tocaba.

Había tanta magia suelta en el lugar, que Harry se quedó ahí otro momento, luchando por respirar ese aire denso, por no ceder bajo la fuerza invisible que lo cubría todo, dejándolo a su merced. Cuando se movía, las puntas del cabello de Draco se enroscaban, mantenía el equilibrio, a pesar del cansancio, en base a pura energía y voluntad.

Jamás vio nada parecido.

Sólo cuando arruinó la mesa de piedra, Draco miró alrededor, buscando algo más que atacar. Tenía las pupilas desenfocadas de nuevo. Sus manos fueron a parar a una de las paredes, Harry temió que causa de un desastre enorme al romperla, más que el que se fuese a lastimar en vano. No, estaba bastante seguro de que la iba a destrozar, si lo intentaba.

Estaba seguro de que habría acabado con lo que fuese en ese instante, hasta el mismísimo Señor Oscuro. El problema era que no lucía como si tuviese algo en contra de la oficina, en particular.

Si lo dejaba seguir, un mal presentimiento le advirtió que lo único con lo que Draco iba a acabar sería consigo mismo.

En cuanto dio un paso dentro, él lo localizó. Sobresaltado, con una expresión antinaturalmente en blanco, los ojos abiertos de sobremanera, inquietos.

Draco dejó que sus manos resbalasen lejos de la pared, casi de manera inconsciente. No se movió, más que por los espasmos involuntarios, a medida que Harry se aproximaba, un pie delante del otro, una breve pausa entre cada paso y el siguiente.

Los objetos desperdigados, el caos general, le abría paso, un estrecho sendero, una línea en medio de la destrucción, a través de la que pudiese llegar a él.

Draco no paraba de observarlo, con los labios entreabiertos, como si no terminase de decidir si era cierto o no. Harry se lo demostró al detenerse y sujetarle las muñecas, apartándolo no sólo de la dichosa pared, sino de cualquier otro objeto que pudiese destruir.

Notaba más los temblores al sostenerlo.

—¿Qué...?

—La maté.

La respuesta a la pregunta incompleta fue un débil murmullo, quebrado, que le hizo pensar en si había escuchado mal. Ya que no pudo hacer más que permanecer mirándolo, con el entrecejo arrugado, Draco ahogó un sonido sospechosamente similar a un sollozo.

—La maté. La maté. La maté —Repetía, su voz más aguda conforme aumentaba el volumen—. Lo puso en las bebidas, no lo vi- no lo noté. Llamo a Blaise para despedirse. Le explicó. No quería que él estuviese ahí para verla, no quería que ninguno...fue casualidad que fuéramos. Ya estaba ahí, ya estaba- —Sorbió por la nariz y negó—. La maté. Consiguió la fórmula, consiguió ser- ser su horrocrux- la maté como a mi chivo expiatorio. Yo no quería un chivo expiatorio, no quería- no quería- yo no quería. Te juro que no quería, pero- pero la maté. Es mi culpa, es mi culpa...

A medida que continuaba, el cabello se le agitaba más, como si una brisa que nadie más percibía lo rodease. Algunos objetos ya derrumbados se sacudieron sin fuerza. Ahí donde lo sostenía, a Harry le hormigueaban las manos, nada más; sabía -sentía- que lo que fuese que hacía su magia fuera de control, no lo dañaría a él.

Draco todavía balbuceaba sobre lo que creía haber hecho cuando lo rodeó con los brazos. Y siguió haciéndolo, hasta que el llanto ya no lo dejó hablar más.

Juegos mortalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora