Rebelión en la granja

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"Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros"

Inhalé el humo con sabor a sandía. El cuarto de Len era tan campestre como me lo imaginé. Sus padres, el señor Kaito y la señora Meiko eran ciertamente anticuados, y aún así algo de encanto tenían. Sobretodo Meiko, me parecía una persona hecha para sobrevivir en el caos de la ciudad. 

Sin percatarme de ello, había quedado colgada un buen rato admirando una foto del rubio junto a una chica de cabello verde. En cierta forma me recordó a Miku, aunque el cabello de ella era mucho más bonito.

Demonios, iba a extrañar mucho a esa loca.

Quizás esta peliverde era la novia de Len. Me causó ternura imaginarme como serían los noviazgos por aquí, de seguro se casaban con el primer novio y las chicas esperaban al matrimonio para tener relaciones sexuales.

Será divertido revolucionar un poco las cosas. Si no puedo ir a Berlín, Berlín vendrá a mí.

La gran ventana sin cerrarse por completo dejaba que se cuelen los sonidos de la noche a la habitación: una cigarra perdida, un aullido a lo lejos, el ladrido de unos perros en medio de la nada. A pesar de que estaba acostumbrada a dormir plácidamente con las sirenas y bocinas de los autos como canción de cuna, conciliar el sueño con aquellos ruidos salvajes estaba volviéndose todo un desafío.

Volví a calar de mi vapeador, el cual de alguna forma conseguí camuflar como un pen drive y así lograr engañar a los policías del aeropuerto. Si bien traje una batería de esencias, no creía que pudiesen durar toda la temporada. No con el tremendo aburrimiento que se me venía encima.

Y así, en medio de mis cavilaciones, quedé dormida.

La mañana siguiente me tomó desprevenida al encontrarme despertando con un gallo como alarma. Al principio intenté ignorarlo pero se mostraba demandante y no parecía querer calmarse pronto.

Recordé que Meiko me había dicho algo así como que yo debía encargarme de alimentar a las gallinas antes de desayunar, y con el dolor de mi alma acepté que debía abandonar las sábanas.

La temperatura era más fría de lo que imaginaba, por lo que no dudé en envolverme con la manta antes de tomar la bolsa de balanceado y salir al patio.

Fetty -"grasita" en alemán- me esperaba ya con el plato en la boca, y las gallinas revoloteaban a mi alrededor.

Les tiré a las aves puñados de su alimento como pude, procurando no pisar a ninguna, y luego resolví meter a la cerdita mientras decidía qué darle de comer.

Unas manzanas sobre la repisa me llamaron la atención, y luego recordé que ayer había disfrutado mucho de la que le dí.

- Aquí tienes, bola de grasa.

La señora Meiko no tardó en hacer su aparición en una bata de color púrpura, sonriéndome al ver que había cumplido con mi tarea.

- Honestamente, pensé que te quedarías dormida.

- Yo también -contesté con una media sonrisa mientras tomaba asiento en la mesa de desayuno, la cual ya habían dejado puesta la noche anterior.

El lugar de Kaito, el padre de Len, ya estaba limpio.

- ¿Y... -no me sentía segura dirigiéndome a él por su nombre- el señor, dónde está?

- Ya ha ido al trabajo -contestó simplemente.

La mujer colocó unos pedazos de pan en la tostadora y me acercó la leche y las mermeladas caseras para luego tomar asiento a mi lado.

Austausch (El Intercambio) | RiLenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora