Caja de sorpresas

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"Sólo intento entender por qué
al verte me fallan los pies"

A la mañana siguiente me desperté como desorientada, como si alguien me hubiese zarandeado durante toda la noche. Miré la hora con los ojos entreabiertos, comprobando que eran las cinco de la mañana y a pesar de que la noche anterior me había desvelado, un impulso me obligaba a levantarme, a iniciar incluso antes que el mismo sol.

Tomé una ducha tórrida, caliente al punto en el que sentía como las primeras gotas me ardían en la piel y el vapor ascendía a mi rostro, calentándolo instantáneamente.

Me mantuve unos segundos allí, firme, sintiendo el agua quemarme cada parte del cuerpo.

- Mierda, está muy caliente -exclamé en un susurro, cuando la temperatura se hizo inaguantable.

Y luego agregué el agua fría, disponiéndome a bañarme como una persona normal.

Busqué en mi valija una camisa mangas largas y la encimé con una sudadera roja que se había convertido en mi segunda piel. Fue en ese momento cuando me topé con algo que había traído de casa, guardado cuidadosamente dentro de una cajita de mentas Altoids, las preferidas de mamá.

Devoraba aquellas mentas siempre que estaba sobria.

Jugueteé con la cajita entre los dedos sintiendo algo muy parecido a la nostalgia, y luego decidí guardarla en uno de los bolsillos de mi mochila de escuela. Sólo por si acaso.

Saludé a Josephine y verifiqué que ya se haya comido su cena. Al no ver rastros del ratoncillo, sonreí conforme.

Salí a alimentar a las gallinas y dejé entrar a la cerdita de Len, luego de comprobar que la puerta de mi habitación se encuentre bien cerrada. No quería tener que responsabilizarme por mi serpiente y sus instintos depredadores.

- Será un día complicado -pensé en voz alta mientras calentaba un poco de agua para el café.

El primer Kagamine en salir fue Kaito, quien me miró con sorpresa al inicio, y luego resolvió sentarse a observar mis destrezas en la cocina.

- ¿Te caíste de la cama? - inquirió con sorna, a lo que tomaba un sorbo del café que le acababa de servir.

- Todavía me despierto algo aturdida -confesé luego de unirme a la mesa y tomar una naranja junto a mi dosis de cafeína.

- Normal, estás pasando por muchos cambios -me aseguró con un tono paternal-. No seas tan dura contigo misma.

- Estoy en eso -dije con algo de vergüenza, fijando la vista en la naranja que iba a pelar cuidadosamente antes de comerla. No quería hablar de temas muy profundos con mi maestro.

Me mantuve un momento colgada en el filo del cuchillo, observando mi reflejo distorsionado en la hoja del mismo.

Permanecimos en un silencio cómodo, uno en el que yo leía Twitter como si fuesen las noticias, comía, e ignoraba olímpicamente las llamadas perdidas que me había dejado Miku la noche anterior.

No podía seguir considerándola mi amiga, no después de lo que me había hecho.

- Buenos días -saludó Len, presentándose con unos jeans oscuros y una remera verde limón. Inmediatamente me dedicó una sonrisa ladeada, con sus ojos aún sin terminar de abrirse.

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