Capítulo 20

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Harry estaba frente a la puerta de su casa y no se atrevía a entrar. Estuvo más de diez, quizás incluso más de quince minutos frente a ese trozo de madera intentando atreverse a encajar la llave en la cerradura con su mano temblorosa e indecisa.

Sabía que Elliot estaba dentro, porque al pasar bajo el edificio pudo ver la luz de la habitación encendida a través de la ventana que daba a la calle, y había reconocido su coche estacionado a un par de manzanas de la parada de autobús más cercana a su casa.

Harry no había tomado el autobús de todas formas. Había salido de casa de sus padres y había comenzado a caminar sin rumbo hasta que decidió darle una dirección a sus pasos y dirigirse hacia su vecindario.

Como consecuencia, ahora llevaba a sus espaldas tres horas de camino a pie, la tarde estaba a menos de dos horas de acabar, y su cuerpo se encontraba al borde de un desmayo.

Estaba exhausto. Física y mentalmente. La cabeza le dolía desde la mañana de ayer y cada maldito músculo de su cuerpo palpitaba cada vez que daba un paso. Apenas había desayunado, y tampoco había almorzado, porque el par de shots de tequila de la noche anterior mezclado con el malestar emocional en su cabeza todavía tenían su estómago revuelto.

Se sentía sucio, había caminado por toda la ciudad a pleno sol de verano, y su pelo estaba tan jodidamente enredado que apenas podía deslizar sus dedos a través de los mechones que insistían en caer sobre su frente sudada.

Su pómulo llevaba sintiendo pequeñas punzadas molestas desde que su padre puso la mano en él, y su camisa llevaba arrastrándole el aroma de Louis desde que ambos mezclaron la ropa con las sábanas y tuvieron sexo sobre ellas.

Harry juraba que jamás había tenido tantas ganas de ver un día acabar.

Pero aún quedaba mucho, porque había hecho las cosas jodidamente mal y el karma se las estaba cobrando todas de golpe. Así que Harry terminó por abrir la puerta de su casa sin pensarlo mucho más y simplemente caminó hacia dentro, para acatar lo que viniese y dar la cara frente a quien fuese.

Sin embargo, tras cerrar la puerta a sus espaldas, sus piernas flaquearon al instante. Trató de echar un vistazo rápido a la sala principal, pero no pudo evitar que su atención se centrara antes que nada en la puerta de su habitación.

Estaba abierta, aunque no podía ver mucho más aparte del armario en la pared contraria a la cama, un par de zapatos tirados en una esquina del suelo y las cortinas bloqueando vagamente la luz del sol que entraba por la ventana. La pequeña lámpara de una de las mesitas de noche estaba encendida de todas formas.

Harry inspiró profundamente, pero el aire terminó por quedarse atascado debajo de nudo que se formó en su garganta una vez dio el primer paso hacia aquella habitación.

Se acercó con cuidado, su mano temblorosa agarró el marco de la puerta cuando echó un primer vistazo tenso y asustado hacia el interior.

Un segundo después, su corazón estaba roto.

Porque Elliot seguía siendo la persona con la que había compartido cuatro años de su vida, con quien hacía apenas unos meses pensaba intercambiar anillos. Seguía siendo la persona a la que más había querido hasta el momento -a la que más seguía queriendo-, y a la que más daño le había hecho.

Así que estaría siendo un jodido mentiroso si dijera que no le dolía verle como le había encontrado; tirado sobre su costado en una cama completamente deshecha, con el codo clavado en el colchón, la mano en su sien, y unas profundas ojeras bajo unos ojos irritados que ni siquiera se habían alzado para mirarle.

Llevaba la misma ropa de ayer, y la habitación olía vagamente al mismo alcohol que había en su aliento la noche anterior. Harry recargó su peso en el marco de la puerta y, después de un minuto completo de silencio e indiferencia, se sintió incapaz de seguir mirándole.

Vegas LightsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora