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Un intruso herido en los aposentos del emperador.

Despertó con debilidad, su respiración estaba agitada y su piel se sentía calurosa. Meng HuanYue no había tenido tan mal robo en años. Su vieja y harapienta túnica negra estaba manchada de sangre en muchos lugares. También su piel tenía golpes y en su cara una herida en su ceja pintaba el resto de su cien con el líquido que salía de ella. Ese granero era el único lugar que había encontrado en la noche para esconderse de los que lo perseguían. Haberse metido a robar a los viajeros que comían en las tabernas le trajo problemas de verse enfrentando a unos guardias. El resultado fue que lo persiguieran y golpearan hasta dejarlo en el estado tan deprimente en el que había despertado. Aún así, el astuto Meng HuanYue, entre la golpiza, había logrado tomar las bolsas de dinero de sus agresores, por lo que se tuvo que refugiar allí como último recurso.

-Al menos tendré hasta la próxima semana con esto.- se dijo a sí mismo con una leve y dolorosa risa

Escondiendo como podía su botín y sonriendo victorioso a pesar de que todo su cuerpo dolía, salió del granero mirando alrededor. Como no vio a ninguna de sus víctimas de la noche anterior, fue directo al mercado a comprar algo para comer, o a robarlo, le daba igual. Así había sido su vida desde hacía varios años.

Paseó por el mercado y divisó un puesto de bollos, eran calientes y sabrosos, perfectos para desayunar en aquella mañana en la que tan débil y adolorido se encontraba. Sin embargo, su oportunidad de degustarlos fue interrumpida por un grito que anunciaba que el ladrón había vuelto a aparecer. En efecto, uno de los guardias alertó a sus compañeros al haber visto al joven y éstos, al escucharlo, se reunieron para volver a perseguirlo. Meng HuanYue aún hambriento y con sus heridas tuvo que volver a huir. Fue larga la distancia que tuvo que correr, un par de guardias lo perseguían en caballos, no había escapatoria. Lo acorralaron junto a un muro grande y alto, en el tope tenía unos bellos decorados. Meng HuanYue utilizó los decorados y un barril cercano para poder saltar el muro y caer al otro lado era su única forma de huir.

Cayó llenando de tierra sus ropajes viejos, soltando quejidos por sus heridas y escuchando los bufidos y gruñidos de los hombres que lo perseguían. Su burlona risa no se hizo esperar, puesto que sabía que ya no lo iban a seguir más. Lo que Meng HuanYue no sabía era dónde estaba. Cuando miro del otro lado nada menos que el palacio del emperador estaba frente a sus ojos. Si escapar de sus víctimas de robos había sido complicado, enfrentar a los guardias de su Majestad sería aún más difícil. Al menos comprobó que nadie lo hubiera visto llegar allí, pero no podía salir, no por un muro. Debía encontrar la puerta, pero lo más probable era que estuviera del otro lado del palacio y atravesarlo era como entregarse a la propia muerte, pues sería descubierto.

Se acercó a la lujosa construcción examinando cada detalle de entre ventanas y habitaciones para saber dónde esconderse si llegaba a necesitarlo. A pesar de lo adolorido que se encontraba, la única salida que vio fue a trepar por el techo del castillo, procurando no ser visto, para llegar al otro lado. Cualquiera hubiera pensado que estaba loco, pero era preferible eso a arriesgarse a ser descubierto por los guardias de Su Majestad y tener una muerte rápida y segura. Meng HuanYue valoraba mucho su vida como para arriesgarse de esa forma. Se dispuso a escalar por los tejados y adornos de entre dragones y fénixes que decoraban magistralmente el hogar de tan ilustre figura.

Estando ya en el segundo nivel, sus fuerzas comenzaban a menguar de una forma que no esperaba. Sus brazos temblaban y sus piernas no estaban firmes en donde se apoyaban. También se escuchaban pasos que se acercaban rápidamente y él no sabía a dónde ir. La única oportunidad que vio fue colarse en la ventana que más cercana tenía esperando que nadie estuviera en la habitación para que esta pertenecía. Se dejó caer en el suelo y cerró la persiana como pudo tras entrar. Procuró hacer silencio mientras dejaba que la otra persona que pasaba no escuchara siquiera su respiración.

Los ojos del emperador Where stories live. Discover now