6.Lennox

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Eran las 18:41. Me subí al coche rojo y observé por la ventana el banco en el que hasta hace unos momentos había estado sentado con Nora.
Ahora mismo me preguntaba, ¿había merecido la pena? No había obtenido respuesta ninguna de su parte, salvo un abrazo, y supongo que me tendría que contentar con eso.
Además mis dudas no podrían resolverse hasta que volviera de las afueras.
Miré el reloj, las 18:54. Llegamos a una zona menos cuidada de la ciudad, con numerosas grietas en el suelo, gente peor vestida y enormes edificios grises, desde los cuáles podía ver muchos ojos observándome, curiosos, mientras bajaba del coche.
El cochero se despidió y arrancó.
Me invadió el miedo, desde ahí, estaba solo.
Entonces vi en una ventana, no sólo unos ojos, sino a la persona completa asomarse.
Era una chica de poco más edad que yo, que no quitó la vista de encima de mí.
Tenía el pelo negro largo, y unos ojos enormes de un color que no alcanzaba a adivinar por la lejanía.
Escuché un carraspeo y vi frente a mí a otra chica de la misma edad que la anterior, sentada en un banco.
-Bienvenido- dijo mientras se levantaba y empezaba a caminar.
Al darse cuenta de que no la seguía, se giró y me hizo un gesto para que fuera con ella.
Hice caso y apuré mis pasos hasta llegar a ella, no sin antes volver la vista una vez más a la ventana de aquella misteriosa chica, decepcionándome un poco al no ver a nadie allí.
-Soy Ari- dijo la joven sonriendo- y soy la encargada de enseñarte este lugar.
La miré un poco desconcertado cuando dijo con tanto cariño el "este lugar". Después de todo, aquel sitio era considerado prácticamente una cárcel sin barrotes.
Al quedarme callado me miró un poco molesta y se detuvo de golpe.
-¿No vas a presentarte?- dijo ya con un tono más ofensivo.
Me di cuenta de que hacer que mi guía se enfadara conmigo no era una buena forma de intentar sobrevivir los días que me tocara estar allí.
-Lo siento, estaba un poco desconcertado- me disculpé para no empeorar las cosas- Me llamo Lennox- dije mientras le ofrecía mi mano cordialmente.
Ella hizo caso omiso de mi mano y siguió caminando.
-Por aquí vive mucha gente, supongo que sentirás que no son como tú, aunque siento decirte que ahora eres más parecido a ellos de lo que crees- dijo mientras señalaba mi muñeca, en la cual en un rato marcarían la frase que me hizo llegar allí.
-¿Cómo llegaste tú aquí?- pregunté con curiosidad por verla con tanto conocimiento del sitio, como si llevara mucho tiempo allí, a pesar de ser poco mayor que yo.
Ella se giró y me miró como si por primera vez desde que llegué, mi existencia le resultara interesante.
-Necesitaba expresarme- dijo mostrándome su muñeca en la que estaba escrito "odio a mi padre".
Al leer la frase creí que podía tratarse de una chica rebelde, de esas que sencillamente quieren llevarle la contraria a sus padres.
-Sé lo que piensas- dijo sonriéndome- y te equivocas, no fue una riña común. Mi padre era un maltratador.
Me sentí estúpido y avergonzado. Mis prejuicios respecto a este sitio me habían hecho creer algo que no era.
-Lo siento- dije cabizbajo mientras ella no quitaba la sonrisa de su cara.
-No te preocupes, conozco lo difícil que es para algunos nuevos confiar en los que vivimos aquí- explicó mientras que entraba a uno de los edificios grises que había a lo largo de las calles de esa zona.
Subimos a la tercera planta y allí había bastantes más personas.
Era una sala con sofás y varias mesas en las que varias personas se encontraban jugando a juegos como las cartas o el Parchís.
Al entrar nosotros la sala se quedó en silencio y dirigieron las miradas hacia nosotros, más bien a mí. Tras unos segundos que se me hicieron eternos dejaron de fijarse en mí y siguieron con sus conversaciones.
Ari me indicó con un gesto que me sentara en una silla frente a la silla en la que ella ya se había sentado. A su lado en una mesita se encontraban todos los materiales necesarios para marcar en mi muñeca la frase que me había traído.
-¿Y bien?- preguntó- ¿qué frase cambiará tu vida?
-"Me gustas"- dije mientras ella se ponía los guantes.
-Espero que mereciera la pena esa persona, porque no parece que te haga mucha gracia toda esta situación- comentó antes de empezar a grabarla en mi piel.
Contuve un grito mientras miraba mi muñeca.
Parecía que a Ari le hacía gracia mi dolor.
No sé cuánto tiempo pasó, el dolor pareció hacerse más suave.
Pasado un rato, Ari se apartó y me dejó ver su obra.
-Ya estaría- me sonrió de nuevo- ahora eres un marcado.
Todos los que estaban a nuestro alrededor me dirigieron una mirada de complicidad, como si quisieran decir "eres de los nuestros".
Porque ahora, efectivamente, lo era.
A lo largo de la semana que pasé allí me encontré varias veces con la mirada en la ventana de aquella misteriosa chica, pero nunca llegué a hablar directamente con ella.
Ari parecía conocerla bien porque cuando me veía mirarla saludaba con entusiasmo a la ventana, y la chica le devolvía el saludo con una sonrisa.
Me aseguré de no ser influenciado por el vocabulario de los residentes de la zona, que no dejaban de emplear expresiones muy... ¿Expresivas?
La cuestión es que controlé que de mi boca no salieran frases que pudieran hacerme permanecer allí más tiempo del necesario.
Necesitaba volver a casa y ver qué sería de mi vida de aquí en adelante.
Ari me había llevado por casi todos los edificios, presentándome gente, mostrándome los comercios, asegurándose de que no viera aquel sitio como una cárcel.
Pero aún así yo no veía ese sitio como mi hogar, sabía que tenía cosas pendientes en mi verdadera casa. Con mi familia, con mis amigos. Con Nora.
Tras una semana vino el coche rojo a por mí, y Ari y un grupo de otros ocho habitantes de la zona con los que había pasado bastante tiempo a lo largo de esta semana vinieron a despedirse.
-Te quiero tío- dijo un chico llamado Noah, uno de los jóvenes con los que más tiempo había pasado estos días. Noah era bastante alegre y con él montamos algún que otro jaleo por el que los más mayores del Edén nos regañaron en repetidas ocasiones, como por salir a la noche, y cantar a pleno pulmón mientras la mayoría de personas del Edén ya dormían.
Lo dijo sabiendo que yo no podía devolverle esas palabras o me quedaría allí.
O puede que hiciera eso precisamente para intentar que me quedara más tiempo.
Me abrazaron de uno en uno y Ari fue la última.
-Cuando vuelvas, aún estaré aquí- dijo abrazándome- puede que tu mundo allí ya no sea como lo conocías, pero siempre podrás volver, siempre serás bien recibido.
Se veía preocupada. Así que le sonreí.
-Haré todo lo posible por no volver y lo sabes- dije en tono de broma, pero sabiendo ella y yo que esas palabras eran ciertas. Puesto que ese sitio no era mi hogar, era el suyo.
-Adiós compañero, suerte en tu nuevo-antiguo hogar- dijo empujándome hacia el coche rojo.
Miré por la ventana una vez adentro, preguntándome si alguna vez volvería a aquel sitio, al que, inevitablemente había cogido cariño.
Y pedí al agente que me llevara a casa.
Rato después me encontraba en la puerta de mi edificio.
Mis padres estaban en la puerta esperándome.
Primero corrieron hacia mí, pero después vieron mi muñeca marcada y parecieron recordar lo sucedido.
Sus miradas mostraban que no sabían si abrazarme o no. No les di tiempo a pensarlo y les abracé yo.
Tardaron unos segundos pero contestaron el abrazo apretándome fuerte.
-Hay alguien aquí que ha venido a verte- dijo mi madre con un tono de incomodidad señalando con un gesto de sus ojos al sofá. Allí esperaba sentada mirándome Nora.
Mis padres decidieron dejarnos solos y se fueron a la cocina
-Lo siento- dijo Nora abrazándome y echándose a llorar- es mi culpa que tuvieras que ir allí.
-No te preocupes Nora- sonreí y mis palabras parecieron calmarla hasta que dirigió la vista a mi muñeca.
-Lo siento- repitió mientras se echaba a llorar.
La abracé y ella recostó su cabeza en mi pecho, calmándose poco a poco.
Estuvimos un rato así hasta que ella dejó de llorar.
Me dió un beso en la mejilla y se despidió.
Una vez se fue me fui a mi habitación y me miré al espejo. Viéndome igual que hace una semana, y a la vez muy distinto.
-Creo que mereció la pena- murmuré para mi mismo mientras miraba una vez más mi muñeca.
Ahora era un marcado.
Y tendría que aprender a vivir con ello.

Palabras hacia el EdénWhere stories live. Discover now