19.Lucas

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Desde que mi vecino, tras la pérdida de su familia, me dio su tarjeta de contacto, no había dejado de pensar en si debía usarla o no.
Nuestra ciudad contaba con un montón de problemas.
Teníamos uno de los índices de criminalidad más altos del país, y uno de los índices de matrimonio más bajos.
Además los divorcios eran frecuentes.
Incluso nos habían puesto en una revista muy popular en el top de ciudades mas indeseables para vivir.
Cosa que contrastaba mucho con el nombre de nuestra ciudad, "Etérea", nombre propio de algo sublime.
Compré una libreta e intenté apuntar ideas sueltas que me parecían que podrían mejorar las cosas, reformas que serían útiles.
Pero para buscar soluciones antes debía conocer las causas.
Pregunté a varias personas pero poca gente parecía entender mi duda.
A la vez que intentaba resolver este enigma notaba como se enfriaba mi relación con Luis y Eva.
Supuse que podría solucionarlo pronto, después de todo, llevábamos años juntos, así que separarnos un poco unos días no marcaría ninguna diferencia a largo plazo.
Debido a interesarme en política me di cuenta de que, si no enganchas a la gente con tus palabras, no llegas a ningún lado.
Necesitas una voz que alcance a la gente.
Empecé a ensayar discursos, a explicar mi opinión sobre distintos temas a mi reflejo en mi habitación.
A veces mis padres venían extrañados a preguntarme si estaba bien y si estaba hablando con alguien.
Yo les decía que hablaba conmigo mismo y no se si les convencía mucho la respuesta pero cerraban la puerta y me dejaban seguir a lo mío.
Cuando consideré que mis ensayos ya podrían llevar a algo decidí intentar arrebatarle su puesto al delegado, que recientemente no había llevado bien sus funciones.
No era algo personal, pero él tenía algo que yo quería y no había sabido cuidarlo bien.
Así que organicé un "motín".
Un día me subí a una mesa, aprovechando el descontento de mis compañeros respecto a la mala organización de Elías, el delegado, que no fue capaz de hablar con los profesores para cambiar un examen que nos desfavorecía a todos.
Desde lo alto de la mesa todo el mundo me miró.
-Estoy dispuesto a hablar yo con ellos, a dejarles claro nuestra opinión- dije sonriendo.
Todos aplaudieron y con un gesto de la mano les pedí que se detuvieran un momento.
-Pero a cambio quiero ser delegado, y ejercer bien las funciones que eso implica- continúe, generando un silencio largo y miradas entre los alumnos.
Al final alguien asintió con la cabeza e inició de nuevo el aplauso, siendo seguidos por el resto, ante la mirada atónita de Elías.
-Votémoslo- dijo Elías en un intento apresurado de mantener su puesto.
-De acuerdo, votémoslo- dije sonriendo.- Quien me quiera a mí como nuevo delegado que levante la mano- dije alzando la mía, uno a uno todos acabaron levantando la mano, obligando a Elías a renunciar. -Sin rencores- dije a Elías.
-Sin rencores- contestó Elías sin mirarme.
Me pregunté si lo que había hecho era correcto o no, pero de cualquier forma ya no podría cambiarlo.
Una vez acabaron las clases llamé por teléfono a Luis para informarle de lo que había pasado.
Al decírselo unos segundos de silencio protagonizaron la llamada, hasta que un incómodo "felicidades tío" sonó.
Me sentía un poco dolido de que mi mejor amigo no apoyara lo que había hecho, pero pensé que quizás no sabía lo importante que era para mí esto, o que puede que sencillamente le pillara por sorpresa.
-Dice Eva que luego podemos celebrarlo tomando unos helados- acabó añadiendo al cabo de unos segundos.
Esto me alegró un poco más, sí que querían celebrar mi logro.
-Nos vemos en un rato- dije y tras esto colgué, caminando dirección a mi casa para cambiarme y después ir a casa de ambos hermanos a por ellos para ir juntos a por mi festín (de helado) de la victoria.
Era un buen día.
Con el paso de los días mi posición en clase se hizo más importante.
Era el mediador entre mis compañeros y los profesores, y conseguíamos mejores condiciones.
Me sentía útil.
Además el antiguo delegado me ayudaba en lo que le era posible.
No diría que fuera de manera altruista, sabía que sencillamente él seguía queriendo sentir que tenía cierto poder, pero era agradable contar con su ayuda.
Acabé dándome cuenta de que, a parte de aquel día tomando helados, mi relación con tanto Luis, mi mejor amigo, como con Eva, mi novia, había pasado a parecer la de meros conocidos.
Intenté arreglar esto, les visité y pasamos el día juntos, incluso en la cena.
Empezamos a vernos más a diario, a hablar de nuevo mucho del viaje aunque cada vez pareciera una idea más de ensueño y poco realista, y pude volver a disfrutar del tiempo con mis personas favoritas.
Sin dejar de lado mi ambición de compartir mis ideas.

Palabras hacia el EdénDonde viven las historias. Descúbrelo ahora