14.Noah

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Cada vez que llegaba alguien nuevo al Edén me interesaba por oír su historia.
Sin embargo, no tenía la empatía suficiente como para entenderlos.
Los veía aterrados, como si este lugar pudiera hacerles algún daño.
Normalmente al contar sus historias parecían en cierta medida arrepentidos, como si esto les pareciera un castigo.
La verdad es que mi historia en el Edén no empezó como la de ellos.
No se me escapó una frase sin querer, ni viví el miedo de una nueva vida incierta.
Me había criado en un orfanato, y para cuando me quise dar cuenta tenía ya 17 años, y no me habían adoptado.
A veces allí nos daban charlas sobre qué pasaba cuando te expresabas, cómo te llevaban lejos.
La verdad es que la idea me resultaba hasta agradable.
Es decir, me sentía sólo, no tenía familia realmente y en el orfanato casi todo eran niños pequeños a los que acababan adoptando más temprano que tarde.
Un día un chaval de poca menos edad que yo, unos 15 creo recordar, sacó de nuevo el tema de las afueras.
-¿Qué crees que pasa una vez llegas allí?- preguntó con curiosidad.
-No estoy seguro, pero mucho peor que esto no debe ser- dije refiriéndome al orfanato, que con el paso de los años se había ido deteriorando.
-Puede que sea un buen sitio- bajó el volumen de su voz- he oído hablar de que allí la gente es feliz y más libre-.
Una idea cruzó mi mente.
No me quedaba mucho tiempo en el orfanato.
Pronto haría los 18 años y seguramente me pedirían amablemente que me fuera.
No tenía a dónde ir.
No tenía nada que perder.
Así que "me suicidé".
Pero no de la forma literal.
No dejé de vivir.
Sencillamente dejé atrás una vida que no me importaba, para iniciar otra que no sabía cómo sería.
Subí a la azotea del orfanato, y aún sabiendo que con susurrar bastaría, empleé toda la fuerza que podía darle a mi voz y grité.
-¡Lo odio todo!- tras esto sonreí, bajé a mi habitación y llené una mochila con las pocas cosas que poseía.
A la puerta vi a aquel chico con el que hablé de las afueras, creo que se llamaba Óscar, pero poco importaba su nombre, seguramente no volveríamos a vernos.
-Adiós- le sonreí.
-Disfruta tu nueva vida- me contestó sonriendo de vuelta. Apartándose de la puerta para dejarme pasar.
Bajé rápidamente las escaleras y llegué hasta la puerta del orfanato.
Me giré para darle un último vistazo al sitio en el que tantos años llevaba confinado. Me giré de vuelta a la salida y seguí caminando.
Salí afuera y un coche rojo me esperaba.
Me subí, saludando cordialmente al agente que conducía y me senté cómodamente en el asiento de atrás de en medio.
Eché mi cuerpo para alante, viendo entre los dos asientos de delante el camino que me llevaría a mi nueva vida.
Poco después llegamos a una zona con una reja, abierta para dejarnos pasar, y pude ver un puñado de edificios grises, muy parecidos entre sí.
Allí me esperaba Ari, la que sería mi guía y me mostraría el Edén.
Nada más conocerla nos llevamos muy bien, ella parecía entender lo que era buscar un cambio en tu vida, huir de algo que está mal en busca de un entorno que te permita sentir que verdaderamente estás vivo.
Poco después conocería a Anne, que siendo la única hija de Eve, trataba de ayudar en todo lo que pudiera, a pesar de tener una personalidad menos movida que la de Ari.
Conocí un montón de personas más, que me conocieron por ser una persona que hasta entonces nunca había existido.
Porque era una persona nueva.
Con nuevos sueños, nuevos pasatiempos y una nueva ilusión acerca de qué buscaba conseguir de la vida.
Y así empecé mi nueva vida, con nuevos amigos, con una familia puesto que Eve era como una madre general que se encargaba de intentar que todos estuviéramos bien, y con un hogar.
Aunque se trataran de edificios grises, parecían llenos de vida.
Con gente viviendo una vida que no podrían vivir en otro sitio de la ciudad que no fuera allí.
Sin embargo, al mirarme al espejo seguía viéndome igual, y decidí que no quería tan solo un cambio interno.
Quería exteriorizar que era una persona nueva, así que con ayuda de Anne rapé los lados de mi cabeza y teñí de rubio el pelo que había quedado largo. Las primeras veces que rapamos los lados de mi cabeza quedó un poco desigual pero con el tiempo Anne tomó práctica y era ella la que me recordaba cada cierto tiempo que fuera a su habitación para que pudiera arreglarme el pelo.
Ari me perforó la oreja y ambos empezamos a llevar pendientes a juego.
Ella llevaba pendientes dispares puesto que en una oreja llevaba un pendiente y en la otra llevaba un pendiente distinto que era el que combinaba con el mío.
Ya llevaba un año aquí, así que ofrecí a Eve ayudar con todo lo posible, como el mantenimiento de las herramientas de tatuar, o a mover cosas pesadas o a veces incluso tatuar o recibir gente.
Aunque estas últimas tareas eran más de Ari y en segundo plano de Anne, así que normalmente no era necesaria mi ayuda.
Y cuando ya este sitio era completamente mi hogar llegó un chico poco más joven que yo. Su visita fue breve, de una semana, aunque acabó cayéndome bien.
Por lo que, el mismo día de irse, en una jugarreta sucia le dije de coña que le quería, tratando que dijera "yo también te quiero" y así retenerlo un tiempo más.
Pero él vio mis intenciones de mantenerlo con nosotros y sencillamente se despidió.
Poco después Ari llegó emocionada a mi habitación a avisarme de que Lennox, aquel chaval, regresaría.
Pero lo sorprendente fue que no vino solo.
Venía con un chico alto, de pelo rubio, bastante apuesto.
Tanto que costaba no apartar la mirada de él.
Pero sabía que sentir la mirada constante de un desconocido no era cómodo, y eso no le haría sentir que Edén es algo que pueda ser considerado hogar. Por lo que traté de no mirarle demasiado.
Ciertamente deseé que ambos pudieran formar parte de esta nueva vida.
Que pudieran ser una parte más del Edén.

Palabras hacia el EdénWhere stories live. Discover now